Sin identidad no hay
nacionalistas. El ideario de los populismos nacionalistas se basa en el
reconocimiento de esa identidad sobre la que machacan continuamente. La crisis
financiera de 2008 contribuyó de manera notable a su resurgimiento, que en
muchos casos son de extrema derecha e incluso están muy cercanos a un nuevo fascismo.
Hay quienes tratan de crear una
nueva realidad y para ello han engendrado el concepto de iliberal. Ahí es nada. Con ese término pretenden explicar que es
eso de una “democracia de baja intensidad”. Alucinante. La existencia de
elecciones no justifica nada si no van acompañadas de libertades civiles. Esas
patrañas “democráticas” son la antesala del autoritarismo, eso como mínimo.
Esto de la identidad se ha
agravado con las redes sociales. Internet se ha convertido en un espacio de
reafirmación de ideas pero también de generación de prejuicios y odios.
De todo lo anterior tiene la
culpa Francis Fukuyama y su libro Identidad:
la demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, traducido por
Antonio García Maldonado. El mismo Fukuyama que habló de la muerte de la
Historia y el advenimiento de la democracia liberal. Sigue defendiendo que no
se entendió El fin de la Historia y el último
hombre, del que se extrajo esa conclusión. Si él lo dice será verdad.
Leemos Identidad “gracias” a la elección de Trump como presidente en 2016,
año en el que se produjo otro gran acontecimiento: el Brexit, según afirma Fukuyama. Trump no es plato de su gusto: “Los
practicantes de la política del resentimiento se reconocen mutuamente. La
simpatía que Vladímir Putin y Donal Trump se tienen no es sólo personal, sino
que está arraigada en su común nacionalismo”.
Antes de proseguir tengo que
reconocer que escribe de forma amena y comprensible, dada la temática. No es un
libro extenso, 206 páginas. Es un ensayo político y con eso está dicho todo.
Ese liberalismo que preconizaba
en El fin de la Historia parece,
según sus palabras, que no cubrió las expectativas. En Identidad afirma: “Sin embargo, este orden mundial liberal no
benefició a todos. En muchos países de todo el mundo, y particularmente en las democracias
desarrolladas, la desigualdad aumentó drásticamente, de modo que muchos de los
beneficios del crecimiento beneficiaron sobre todo a una élite definida
principalmente por la educación”.
Sus aseveraciones son una buena
motivación para la reflexión: “La política del siglo XX se organizaba a lo
largo de un espectro de izquierda a derecha definido por los problemas
económicos: la izquierda quería más igualdad y la derecha exigía mayor
libertad… En la segunda década del siglo XXI, ese espectro parece estar
cediendo en muchas regiones a una definida por la identidad. La izquierda se ha
concentrado en los intereses de una amplia variedad de grupos percibidos como
marginados… mientras tanto la derecha se redefine como patriotas que buscan
proteger la identidad nacional tradicional, una identidad que a menudo está
explícitamente relacionada con la raza, el origen étnico o la religión”.
La identidad crece a partir de
una distinción entre el verdadero yo interno y el mundo exterior. No es el ser
interior el que debe ajustarse a las reglas de la sociedad, sino que es la
sociedad la que tiene que cambiar.
Esto me recuerda al nacionalismo
español. Y me refiero tanto al españolista como al de catalanes y vascos, a los
que une el ser de derechas y católicos.
La lucha de clases y mandangas
similares son cosas del pasado. Eso quieren hacernos creer. Fukuyama centra la
atención en el resentimiento y la identidad, obviando o suavizando los
conflictos por causas económicas. Faltaría más. Ya se sabe, está feo hablar de
dinero y es de mala educación. No reniega de la economía, desde luego: “Si bien
las desigualdades económicas que surgen en los últimos cincuenta años de
globalización son un factor importante que explica la política contemporánea,
los agravios económicos se agudizan cuando se unen a sentimientos de
humillación y falta de respeto. De hecho, gran parte de lo que entendemos como
motivación económica en realidad no refleja un deseo directo de riqueza y
recursos, sino el hecho de que el dinero se percibe como un indicador de
estatus y compra respeto”.
Total, al final el dinero es lo
que cuenta. Buen intento, pero acabamos en lo de siempre: la pela es la pela y
más sí se dice con acento catalán o vasco en nuestro caso.
¿La fe de Francis Fukuyama en la
democracia liberal se resquebraja?: “Las democracias liberales del mundo real
nunca están a la altura de los ideales subyacentes de libertad e igualdad. Los
derechos se violan con mucha frecuencia; la ley nunca se aplica por igual a los
ricos y los poderosos que a los pobres y los débiles; los ciudadanos, aunque
tienen la oportunidad de participar, asiduamente eligen no hacerlo”.
Vaya, la culpa será nuestra. Tal
vez el sistema se encarga de desactivar a los ciudadanos. Cuando no se practica
el análisis, la crítica, se acaba en el conformismo. El poder de los estados se
ejerce desde la coerción no desde la participación. En el mundo empresarial
quien compra la fuerza de trabajo es un dios.
Fukuyama recoge una afirmación, que no puedo dejar de recoger, del juez Anthony Kennedy del Tribunal Supremo de Estados Unidos, en el
veredicto de 1992 del caso Planned Parenthood contra Casey, que dijo que la
libertad es “el derecho a definir el concepto propio de existencia, de
significado, del universo y del misterio de la vida humana”.
Sencillamente increíble. El
individualismo llevado al paroxismo. No es solo la opinión de un juez. Las
redes sociales están plagadas de gentes que andan en esa onda. Me vienen a la
cabeza, por ejemplo, los antivacunas que reniegan de la ciencia para caer en
la superchería.
Francis, ya voy tomando
confianza, pone puertas a ese campo y dice que “la mayoría de la gente no tiene
profundidades infinitas de individualidad exclusivas de ellos. Lo que creen es
que su verdadero ser interior lo constituyen sus relaciones con otras personas
y las normas y expectativas que esos otros proporcionan. Una persona que vive
en Barcelona, que de repente se da
cuenta de que su verdadera identidad es más catalana que española, se limita a
excavar una capa inferior de identidad social que se sitúa debajo de la más
cercana a la superficie”.
Vaya, aquí tenemos otra muestra
más del poder de narración de los partidarios del procés. No será la única.
El nacionalismo y la religión van
de la mano. “Tanto el nacionalismo como el islamismo pueden considerarse un
tipo de política de identidad… Ambos brindan una ideología que explica por qué
las personas se sienten solas y confusas, y ambos se centran en la
victimización, que culpa de la situación infeliz del individuo a grupos ajenos.
Y ambos exigen el reconocimiento de la dignidad de manera restrictiva: no para
todos los seres humanos, sino para los miembros de un grupo nacional o
religioso en particular”.
Planchado. Ejemplo de lo anterior
es el PNV cuyos orígenes, que aún son visibles, se nutren del rancio carlismo.
Esa comunión entre religión y nacionalismo es menos intensa en la antigua
Convergència i Unió, pero también está presente. La extrema derecha
españolista, la de mantilla y peineta, sigue condecorando a las vírgenes. Un
momento, Kitchi, de Podemos, concedió la Medalla de Oro de Cádiz a la Virgen
del Rosario.
En la década de los noventa del
siglo pasado los partidos de izquierda giraron a la derecha y aceptaron la
lógica de la economía de mercado. Con ese viraje perdieron gran parte de su
ascendiente social y político. Las desigualdades se incrementaron desde que en
el Reino Unido y Estados Unidos se produjo aquella revolución neoliberal encabezada
Thatcher y Reagan y que luego se propagó por el mundo. Cuestión esta que
reconoce Francis. Esas desigualdades fueron a más con la crisis financiera de 2008. A pesar de ello la
izquierda sigue desaparecida y los nacionalismos populistas galopan desbocados.
Para Fukuyama “el problema de la
izquierda contemporánea son las formas particulares de identidad a las que
decide prestar cada vez más atención. En lugar de fomentar la solidaridad en
torno a grandes colectividades como la clase trabajadora o los explotados
económicos, se ha centrado en grupos cada vez más pequeños marginados de
maneras específicas. Esto es parte de una historia más amplia sobre el destino
del liberalismo moderno, en el que el principio de reconocimiento igual y
universal ha mutado en un reconocimiento especial de grupos particulares”.
Insiste: “En todo el espectro
ideológico, la política de la identidad es la lente a través de la que se miran
hoy casi todos los problemas sociales”. Según él “la solución pasa por definir
identidades nacionales más amplias e integradoras que tengan en cuenta la
diversidad de facto de las sociedades democrática liberales”.
Al final hay un capítulo titulado
¿Qué hacer? Quién espere encontrar
recetas va apañado. Solo voy a poner un ejemplo: “Debemos promover identidades
nacionales de destino, basadas en los ideales fundamentales de la democracia
liberal, y utilizar las políticas públicas para integrar a los recién llegados
en esas identidades. La democracia liberal tiene su propia cultura, que debe
valorarse más que aquellas culturas que rechazan los valores de la democracia”.
Ven, es como no decir nada.
En varias ocasiones critica las
desigualdades que genera la democracia liberal y a pesar de ello resulta que es
la que va a solucionar los problemas, según el amigo Fukuyama. Me parece
bastante contradictorio. Por otro lado, esa superioridad que atribuye a la
cultura liberal supone enfrentarse a otras “inferiores”. Ven, ya está liada.
No tiene soluciones. No las tiene
ya que sigue siendo partidario de un modelo económico que genera terribles
desigualdades y que se basa en la explotación sistemática de los países y las
clases sociales más débiles. La falta de controles en el sistema financiero y
empresarial, la insaciable voracidad de unos pocos para obtener mayores
beneficios o el individualismo más exacerbado hacen imposible cualquier cambio. Pues bien, aunque las trabas sean muchas no debemos tirar la toalla.
Me resultó interesante. Lo podrán
encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.
La identidad, base de los populismos nacionalistas by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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