Gregorio Morán pasa factura en Memoria
personal de Cataluña. Ni me parece mal ni bien. ¿Tiene motivos? Creo que
algunos tiene.
Morán no se anda con tonterías. Directo, en primera persona, cuenta lo
que sabe y lo que piensa del que fuera “su” periódico durante treinta años, La Vanguardia, y de la historia esa del procés. Ni uno ni el otro salen bien
parados.
La Vanguardia despidió al
periodista tras la censura de un artículo de sus Sabatinas intempestivas. El artículo, recogido en el libro, se
titula Los medios (de comunicación) del
Movimiento Nacional que hace mención al papel de los medios en Cataluña,
con nombres propios incluidos, y a su compadreo con los nacionalistas. La
verdad es que pisó unos cuantos callos y el resultado fue inmediato.
Gregorio Morán como antiguo comunista, no tengo ni idea sí sigue
siéndolo ya que abandonó, por propia decisión, el PCE cuando este se legalizó,
no comulga con el nacionalismo: “Porque eso y no otra cosa de mayor fuste es el
catalanismo: una vulgarización de hábitos y leyendas con tendencia a trascender
y volverse profundos. Igual que el españolismo, que permanecía latente en las
brumas del pasado borrascoso, despertó al zarandearlo con denuestos y
victimismo de sus iguales periféricos. Lo sacó del ostracismo”.
El autor realiza un breve repaso de la historia de La Vanguardia y de sus dueños, la familia Godó. Menos elogios de
todo. Los condes de Godó nunca tuvieron buena fama. El periódico, según Morán,
siempre estuvo a las maduras, incluida la dictadura franquista. Más
recientemente siguió poniéndose al sol que más calentaba: “La etapa de José
Antich en la dirección del periódico -2000-2013- consistió en el seguimiento
puntual de lo que a partir del nuevo siglo constituiría el deslizamiento del
catalanismo hacia el independentismo, lo cual dice mucho del talento previsor
de José María Aznar, que habría de ser el primer avalista de lo que le parecía
menos importante que alcanzar un apoyo subterráneo de Jordi Pujol en el
Parlamento. Aquello que le permitió gobernar con mayoría y que se denominó el
pacto del (Hotel) Majestic”.
Periodistas que hoy copan
multitud de medios de comunicación como tertulianos reciben algunas “caricias”.
A lo largo del libro, de solo 140 páginas, opina sobre el proceso de consolidación del poder por parte
de Jordi Pujol: “El poder central, ya fuera de Felipe González o de José María
Aznar, siempre consideró a Pujol como un aliado seguro, salvo en el breve
interregno del caso Banca Catalana, en el que los efectos sociales que causó la
evidencia de que el entonces president
de la Generalitat no sólo era un mal gestor sino un delincuente, llevaron al
Gobierno central a pasar página. La abducción de Jordi Pujol sobre la
ciudadanía catalana fue de tal calibre que seguir adelante en su procesamiento
e inhabilitación se interpretaba como dispararse en el pie”.
Pues estoy de acuerdo con Morán.
Los independentistas catalanes se han creído el nuevo “pueblo elegido”.
Al igual que Gregorio Morán, pienso que lo único que han logrado es llegar al
más absurdo de los ridículos. Él, Morán, lo cuenta muy bien: “El paso hacia
considerarse una sociedad superior desdeñaba, en primer lugar, a más de la
mitad de la población catalana: los que no asumían su papel de comparsas del
hegemonismo catalanista. La estrecha frontera con el ridículo exigía enormes
dosis de megalomanía, y de tanto ser sublimes se fueron haciendo payasos. Unos clowns que se autocalificaban de
pacíficos y sin fronteras para blindarse en payasos con fronteras, orgullosos
de sus espectáculos circenses”.
Nada más que añadir.
Los tres últimos presidentes de la Generalitat los convierte en meras
comparsas de las asociaciones independentistas: “En el momento álgido del procés, tanto Òmnium como la Asamblea
fueron los únicos vehículos de comunicación política entre los nacionalistas y
el poder. Ellos programaban actos y metas, mientras que los gobiernos, ya
fueran Artur Mas o del tándem Puigdemont-Torra, avalaban las iniciativas. Como
carecían de cualquier responsabilidad de gobierno y no tenían que apelar a las
urnas, era posible que vivieran de profecías autocumplidas”.
Machaconamente nos repiten que “hay que negociar, quién lo duda en toda
confrontación política. La pregunta está en el contenido, no en la forma. Hay
que negociar el qué”.
Todo lo que no sea la independencia no es negociable para los
independentistas por lo que hoy por hoy es imposible ese diálogo. Estarán en
las trincheras durante muchos años y ya veremos lo que pasa con las sentencias
que les caen a Junqueras y compañía y la repercusión que va a tener.
Al final del libro Morán resume su opinión sobre los acontecimientos de
los últimos tiempos: “Entretanto había llegado el inquietante otoño catalán de
2018, primer aniversario del intento de golpe de Estado y de la rebelión que
llevaría a varios líderes independentistas a la cárcel y a otros al extranjero,
huyendo de la justicia. Todo había sido tan “pacífico” como una presión de masas, un dominio absoluto
de los medios de comunicación y la fractura social”.
Parece que lo tiene muy claro.
Libro contundente. Opiniones claras y nada de esa gilipollez de la
corrección política. Unos lo
aplaudirán con las orejas, otros los pisotearán. En todo caso lo mejor que pueden hacer es leerlo.
Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.
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