18 jun 2019

Pasando factura en Memoria personal de Cataluña


  Gregorio Morán pasa factura en Memoria personal de Cataluña. Ni me parece mal ni bien. ¿Tiene motivos? Creo que algunos tiene.

  Morán no se anda con tonterías. Directo, en primera persona, cuenta lo que sabe y lo que piensa del que fuera “su” periódico durante treinta años, La Vanguardia, y de la historia esa del procés. Ni uno ni el otro salen bien parados.

  La Vanguardia despidió al periodista tras la censura de un artículo de sus Sabatinas intempestivas. El artículo, recogido en el libro, se titula Los medios (de comunicación) del Movimiento Nacional que hace mención al papel de los medios en Cataluña, con nombres propios incluidos, y a su compadreo con los nacionalistas. La verdad es que pisó unos cuantos callos y el resultado fue inmediato.

  Gregorio Morán como antiguo comunista, no tengo ni idea sí sigue siéndolo ya que abandonó, por propia decisión, el PCE cuando este se legalizó, no comulga con el nacionalismo: “Porque eso y no otra cosa de mayor fuste es el catalanismo: una vulgarización de hábitos y leyendas con tendencia a trascender y volverse profundos. Igual que el españolismo, que permanecía latente en las brumas del pasado borrascoso, despertó al zarandearlo con denuestos y victimismo de sus iguales periféricos. Lo sacó del ostracismo”.

  El autor realiza un breve repaso de la historia de La Vanguardia y de sus dueños, la familia Godó. Menos elogios de todo. Los condes de Godó nunca tuvieron buena fama. El periódico, según Morán, siempre estuvo a las maduras, incluida la dictadura franquista. Más recientemente siguió poniéndose al sol que más calentaba: “La etapa de José Antich en la dirección del periódico -2000-2013- consistió en el seguimiento puntual de lo que a partir del nuevo siglo constituiría el deslizamiento del catalanismo hacia el independentismo, lo cual dice mucho del talento previsor de José María Aznar, que habría de ser el primer avalista de lo que le parecía menos importante que alcanzar un apoyo subterráneo de Jordi Pujol en el Parlamento. Aquello que le permitió gobernar con mayoría y que se denominó el pacto del (Hotel) Majestic”.

  Periodistas que hoy copan multitud de medios de comunicación como tertulianos reciben algunas “caricias”.

  A lo largo del libro, de solo 140 páginas, opina sobre el  proceso de consolidación del poder por parte de Jordi Pujol: “El poder central, ya fuera de Felipe González o de José María Aznar, siempre consideró a Pujol como un aliado seguro, salvo en el breve interregno del caso Banca Catalana, en el que los efectos sociales que causó la evidencia de que el entonces president de la Generalitat no sólo era un mal gestor sino un delincuente, llevaron al Gobierno central a pasar página. La abducción de Jordi Pujol sobre la ciudadanía catalana fue de tal calibre que seguir adelante en su procesamiento e inhabilitación se interpretaba como dispararse en el pie”.

  Pues estoy de acuerdo con Morán.

  Los independentistas catalanes se han creído el nuevo “pueblo elegido”. Al igual que Gregorio Morán, pienso que lo único que han logrado es llegar al más absurdo de los ridículos. Él, Morán, lo cuenta muy bien: “El paso hacia considerarse una sociedad superior desdeñaba, en primer lugar, a más de la mitad de la población catalana: los que no asumían su papel de comparsas del hegemonismo catalanista. La estrecha frontera con el ridículo exigía enormes dosis de megalomanía, y de tanto ser sublimes se fueron haciendo payasos. Unos clowns que se autocalificaban de pacíficos y sin fronteras para blindarse en payasos con fronteras, orgullosos de sus espectáculos circenses”.

  Nada más que añadir.

  Los tres últimos presidentes de la Generalitat los convierte en meras comparsas de las asociaciones independentistas: “En el momento álgido del procés, tanto Òmnium como la Asamblea fueron los únicos vehículos de comunicación política entre los nacionalistas y el poder. Ellos programaban actos y metas, mientras que los gobiernos, ya fueran Artur Mas o del tándem Puigdemont-Torra, avalaban las iniciativas. Como carecían de cualquier responsabilidad de gobierno y no tenían que apelar a las urnas, era posible que vivieran de profecías autocumplidas”.

  Machaconamente nos repiten que “hay que negociar, quién lo duda en toda confrontación política. La pregunta está en el contenido, no en la forma. Hay que negociar el qué”.

  Todo lo que no sea la independencia no es negociable para los independentistas por lo que hoy por hoy es imposible ese diálogo. Estarán en las trincheras durante muchos años y ya veremos lo que pasa con las sentencias que les caen a Junqueras y compañía y la repercusión que va a tener.

  Al final del libro Morán resume su opinión sobre los acontecimientos de los últimos tiempos: “Entretanto había llegado el inquietante otoño catalán de 2018, primer aniversario del intento de golpe de Estado y de la rebelión que llevaría a varios líderes independentistas a la cárcel y a otros al extranjero, huyendo de la justicia. Todo había sido tan “pacífico”  como una presión de masas, un dominio absoluto de los medios de comunicación y la fractura social”.

  Parece que lo tiene muy claro.

  Libro contundente. Opiniones claras y nada de esa gilipollez de la corrección política. Unos lo aplaudirán con las orejas, otros los pisotearán. En todo caso lo mejor que  pueden hacer es leerlo.

  Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.

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