26 may 2020

Viajemos por El mapa de los afectos



  Hay títulos de libros que inducen al engaño. Este es el caso de El mapa de los afectos de Ana Merino, y que conste que no es culpa de la autora. Damos por sentado que con afecto se refiere a cariño cuando, y según el diccionario de la RAE, significa, entre otras cosas, cada una de las pasiones del ánimo, tanto el amor como la ira o el odio.

  La autora es profesora en la universidad de Iowa. Ha escrito nueve poemarios y varias obras de teatro y es especialista en cómics. Esta es su primera novela y con ella ha ganado el Premio Nadal 2020.

  La historia se desarrolla en un pequeño pueblo de la Iowa rural a lo largo de quince años, con una pequeña incursión por España.

  La narración discurre de forma apacible, que no almibarada, en la que se nota la sensibilidad… no sé sí decir poética. Pero no nos engañemos. Tras la delicadeza formal hay unas historias muy reales y sobre todo muy crudas.

  La aparición de los personajes va dando lugar a nuevas historias que se entremezclan hasta darnos una visión de conjunto, ese mapa de los afectos. Cada historia tiene su propia voz y casi sin darnos cuenta tenemos la trama completa. Vamos, que es una novela coral.

  Una amplia gama de pasiones están representadas en El mapa de los afectos: amor, celos, odio. No falta tampoco la muerte, unas cuantas muertes, el asesinato, la prostitución, la violación, la homosexualidad y la homofobia, la guerra, el feminismo o Dios. Sí lo leen verán que el panorama es aún más amplio.

  Dios, por cierto, no sale muy bien parado: “Dicen que cuando el desamparo es muy profundo, el cerebro se inventa a Dios” (página 40). La religión tampoco: “La habían vuelto más beata y peor persona” (página 132). Los representantes terrenales de ese Dios son otros que reciben un varapalo: “Aunque tuviera unos profesores con la mano muy larga, obsesionados con Dios y el pecado” (página 133).

  La mirada a la inmigración ilegal deja también dolor y muerte: “El demonio estaba detrás de aquellas muertes. Los mataba por gusto, aunque luego no pudiera arrastrarlos hasta el infierno porque eran gentes de bien. Los mataba por fastidiar, porque eran pobres y en la pobreza desesperada afilaba sus uñas y sus colmillos. Ella había visto al demonio muchas veces haciendo daño, metiéndose en los cuerpos de los hombres para que obraran mal y luego despedazarlos” (página 139).

  La prostitución y su relación con la drogadicción está recogida con realismo no exento de ternura: “Realmente les estaba haciendo un favor a aquellas santas, aguantar las embestidas de esos mastodontes era un sacrificio que solo compensaba la plenitud de una dosis de heroína. Follar para drogarse, qué ecuación tremenda. Prostituirse para ser feliz unos instantes. Qué mala suerte había tenido, la niña con más medallas” (página 71). Pero también con toda su crudeza: “Hombres jeringuilla que mezclaban su semen con el chute de heroína que se metía cada día” (página 72). Siguiendo en esa línea de severa crítica al puterío: “Los cincuentones eran los peores: sus cuerpos comenzaban una clara decadencia, pero se resistía a aceptarlo. Hombres de matrimonios eternos de casi tres décadas que presumían de la santidad de sus esposas mientras trataban de alcanzar el orgasmo” (página 70).

  La homosexualidad y la homofobia tienen su espacio: “El drama de un chaval de veinticinco años asesinado a puñaladas por un grupo de homófonos que nunca fueron identificados” (página 132).

  La dureza de las historias se mantiene hasta el final. Vean otro ejemplo: “Padeció los malos tratos de un esposo que volvía embriagado a casa casi todas las noches a propinarle palizas monumentales. Menos mal que se murió de una cirrosis hepática y la dejó tranquila” (página 135).

  La amplitud de temas que trata se merece que lean el libro y no que se lo cuente yo.

  Sí quiero hacer referencia a un asunto al que alude de forma también directa: el feminismo. No conozco la postura personal de la autora, pero uno de los personajes, Diana P., tiene una visión crítica: “Por lo visto – afirma el personaje – ese nuevo feminismo consistía en hacer intercambiables a las mujeres. No importaban los méritos, la etiqueta de mujer era suficiente” (página 156). Abunda en esa opinión: “Son unas cínicas. No hay derecho, mamá, están abusando del sistema, se han apropiado de la lucha de todas las mujeres para montarse el chiringuito. Se escudan bajo un falso feminismo que terminará destruyendo el verdadero” (página 157).

  No debemos establecer opiniones que seguro que resultan infundadas. Las mujeres son las protagonistas. Tienen un carácter muy definido y todas ellas, a su manera, son fuertes.

  Tampoco quiero dejar mal a Diana P. así que vean lo que dice en otro momento: “¿Quién defendía a las abuelas negras de los barrios periféricos, rodeadas de nietos porque sus hijos estaban en el cementerio atravesados por las balas? Esas sí que estaban jodidas y merecían una revolución. O las niñas prostituidas en los confines turísticos de los países asiáticos” (página 161).
  Ven, la imagen de Diana P. ya es otra.

  Lo dicho, lo mejor que pueden hacer es leerlo. Es un libro con muchas caras. Me gustó. Son 217 páginas de lectura fácil, en lo formal, pero intensas.

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