17 jun 2020

La pandemia de los hipócritas


  Nadie tiene la exclusividad, los hipócritas están repartidos por el mundo. Petros Márkaris, en La hora de los hipócritas, su última novela, se refiere a un tipo específico. La traducción es de Ersi Marina Samará Spiliotopulu.

  El comisario Kostas Jaritos tiene un nuevo caso. En esta ocasión la investigación de varios crímenes nos adentran en el mundo empresarial, las empresas offshore y los datos e informaciones emitidos por entidades públicas. Entre ellos andan los hipócritas.

  Adrianí (esposa del comisario), Katerina (hija de Kostas y abogada), Guikas (antiguo jefe de Kostas) o Zisis (comunista y amigo del policía), entre otros, son personajes familiares para quienes hayan seguido las pesquisas del entrañable Kostas Jaritos.

  Sí, Jaritos es un policía cercano, muy familiar, honrado, inteligente, alejado de esos otros policías rudos, huraños y poco sociables. Tiene algún vicio, todos ellos confesables. Antes de comenzar el trabajo se pone las pilas con un cruasán y un café. La comida le pierde: “Después de los tomates rellenos, mi gran debilidad son las berenjenas, de cualquiera de las maneras en que las hace mi mujer” (página 157). Bueno, no es del todo cierto. También le encantan los souvlakis, que nunca come en su casa. Adrianí, gran cocinera, no los considera comida. Los souvlakis se presentan como nuestras brochetas y pinchos morunos.

  Pero Kostas Jaritos tiene otro gran vicio: leer diccionarios. Entre ellos destaca el Liddell-Scott-Jones (LSJ), la mayor obra lexicográfica para la traducción del griego antiguo al inglés.

  Adrianí es el contrapeso al introspectivo comisario. Mujer muy sociable, de fuerte carácter,  no rehuye una disputa dialéctica con Jaritos. Otro gran pilar en la vida, e incluso en el trabajo, es su querido amigo Zisis, del que le separan algunas cosas, pocas, y les unen todas las demás. Es todo un personaje: “A la época en que nos conocimos, tú, querido Kostas, sabes que estuve en la Resistencia contra la ocupación nazi y que luego luché en la guerra civil. Después me mandaron al exilio y estuve en Agios Efstratios, en Makrónisos… Y todo para que ganara el proletariado. Al final, el proletariado se hundió y nosotros con él. El único que tenía razón era Lenin” (página 197).

  Leer a Petros Márkaris supone también realizar un recorrido por la gastronomía griega y las calles de Atenas, siempre atestadas de coches y con un sin cesar de horribles pitidos. Los atascos son monumentales. Permanecer unos minutos en la Plaza Sintagma puede acabar con los nervios del más tranquilo.

  La investigación se desarrolla en plena crisis económica, en el momento que Grecia lo estaba pasando muy mal y la Unión Europea tenía al país en el disparadero.

  Márkaris a la par que nos va desvelando el desarrollo de la investigación criminal va exponiendo, casi sin darnos cuenta, el momento político, económico y social que vive Grecia. Vean si no: “La crónica política, por el contrario, es siempre más de lo mismo: el Gobierno asegura que todo va bien y está bajo control, mientras que la oposición los pone a parir porque se equivocan en todo. Entremedio, a modo de guarnición, aparecen los desalmados comentarios de los crueles políticos alemanes sobre Grecia” (página 155).

  La imagen de Alemania en Grecia no es muy buena, como tampoco lo es en España o Italia. Ahora estamos cambiando Alemania por Holanda.

  El mundo empresarial, y sus chanchullos, es casi otro lugar común en la andanzas de Jaritos. En este caso las offshore, que no son otra cosa más que empresas constituidas fuera de un país para asentarse en paraísos fiscales o países con menores impuestos, entran en la investigación. Pongamos que hablo de Holanda, Irlanda, Gibraltar, Luxemburgo, Suiza… Siempre hay quien encuentra una justificación para ellas: “Últimamente se genera mucho ruido en torno a las empresas offshore y las que tienen su sede en zonas o países que les ofrecen ventajas fiscales. Todo ese ruido es producto del sensacionalismo mediático y no de la comisión de un delito. Dichas empresas funcionan de manera totalmente legal. La exención de impuestos es legal, la evasión no lo es. La diferencia consiste en que los capitales evadidos acaban en el bolsillo del evasor, mientras que las exenciones se invierten de nuevo” (página 112).

  Y el papel lo soporta todo, para eso están ahí las grandes cifras macroeconómicas, aunque también tienen sus cosas: “Porque las estadística de desempleo afectan directamente a los desempleados. Cuando las estadísticas anuncian un descenso del paro, los desempleados se enfurecen, porque siguen parados. Y cuando las estadísticas anuncian que el desempleo ha aumentado, la desesperación de los parados aumenta también, porque piensan que nunca volverán a encontrar trabajo” (página 149).
  Nunca llueve a gusto de todos.

  Las grandes decisiones económicas, las de las empresas tienen una consecuencia directa en la vida de las personas: “Ningún empresario querrá contratar a alguien que tiene, como mínimo, quince años laborales a sus espaldas. Contratará a un joven por menos dinero y con más futuro laboral por delante” (página 273).

  Otro ejemplo más: “Señor comisario, el desempleo dio un vuelco a mi vida, como persona y como marido. En estos momentos, mi mujer trabaja y yo me ocupo de las tareas domésticas. Me levanto por la mañana, hago la cama, preparo la comida y luego me siento frente al televisor, como todas las amas de casa” (página 144).

  La crítica a la sociedad es clara y rotunda. Se refiere, en principio, a la situación en Grecia, pero vale igualmente para cualquier país de la Unión Europea o de los más desarrollados del mundo. La globalización ha traído consigo una uniformidad económica y social a la para que problemas que se han extendido y generalizado. Hoy, el tener un trabajo no significa tener garantizado un mínimo nivel de vida decoroso. Desgraciadamente muchos trabajadores del mundo se encuentran en niveles de pobreza con consecuencias funestas: “Antes peleábamos para que los pobres pudieran vivir mejor. Ahora los pobres se pelean entre sí por un sueldo de trescientos euros” (página 212).

  Al final, los perdedores son siempre los mismos: “No somos solo cuatro. Somos la clase media en su conjunto. La clase media es el Ejército Nacional de Idiotas. Somos nosotros quienes, proporcionalmente, pagamos siempre los mayores impuestos, mientras que otros encuentran invariablemente la manera de librarse, como Fokidis. Somos nosotros los quienes corremos el riesgo de quedarnos sin trabajo, sea porque consideran que nos pagan demasiado cuando tenemos cincuenta años y un futuro laboral limitado, sea porque tenemos que cerrar nuestras tienda por la crisis. Somos nosotros los que hemos cotizado toda la vida a la Seguridad Social y ahora, cuando nos toca jubilarnos, nos recortan las pensiones en primer lugar y en cascada. No somos acomodados, no formamos parte del Estado clientelar, trabajamos duro y el Estado nos recompensa cargando el mayor peso sobre nuestras espaldas. La clase media es el Ejército de Idiotas” (página 339).

  La hora de los hipócritas es una novela agradable de leer, como todas las de la serie de Kostas Jaritos, que además te proporciona otros ingredientes que hacen que la obra de Petros Márkaris tenga una gran difusión y guste a todo tipo de lectores. Les recomiendo que se adentren en las investigaciones de Jaritos, se lo pasarán bien.

  Ah, no olviden que la hora de los hipócritas no se ha terminado. Siguen sueltos.




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La pandemia de los hipócritas by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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