Nadie tiene la exclusividad, los
hipócritas están repartidos por el mundo. Petros Márkaris, en La hora de los hipócritas, su última
novela, se refiere a un tipo específico. La traducción es de Ersi Marina Samará
Spiliotopulu.
El comisario Kostas Jaritos tiene
un nuevo caso. En esta ocasión la investigación de varios crímenes nos adentran
en el mundo empresarial, las empresas offshore
y los datos e informaciones emitidos por entidades públicas. Entre ellos andan
los hipócritas.
Adrianí (esposa del comisario),
Katerina (hija de Kostas y abogada), Guikas (antiguo jefe de Kostas) o Zisis
(comunista y amigo del policía), entre otros, son personajes familiares para
quienes hayan seguido las pesquisas del entrañable Kostas Jaritos.
Sí, Jaritos es un policía
cercano, muy familiar, honrado, inteligente, alejado de esos otros policías
rudos, huraños y poco sociables. Tiene algún vicio, todos ellos confesables.
Antes de comenzar el trabajo se pone las pilas con un cruasán y un café. La comida
le pierde: “Después de los tomates rellenos, mi gran debilidad son las
berenjenas, de cualquiera de las maneras en que las hace mi mujer” (página
157). Bueno, no es del todo cierto. También le encantan los souvlakis, que nunca come en su casa. Adrianí,
gran cocinera, no los considera comida. Los souvlakis
se presentan como nuestras brochetas y pinchos morunos.
Pero Kostas Jaritos tiene otro
gran vicio: leer diccionarios. Entre ellos destaca el Liddell-Scott-Jones
(LSJ), la mayor obra lexicográfica para la traducción del griego antiguo al
inglés.
Adrianí es el contrapeso al
introspectivo comisario. Mujer muy sociable, de fuerte carácter, no rehuye una disputa dialéctica con Jaritos.
Otro gran pilar en la vida, e incluso en el trabajo, es su querido amigo Zisis,
del que le separan algunas cosas, pocas, y les unen todas las demás. Es todo un
personaje: “A la época en que nos conocimos, tú, querido Kostas, sabes que
estuve en la Resistencia contra la ocupación nazi y que luego luché en la
guerra civil. Después me mandaron al exilio y estuve en Agios Efstratios, en
Makrónisos… Y todo para que ganara el proletariado. Al final, el proletariado
se hundió y nosotros con él. El único que tenía razón era Lenin” (página 197).
Leer a Petros Márkaris supone
también realizar un recorrido por la gastronomía griega y las calles de Atenas,
siempre atestadas de coches y con un sin cesar de horribles pitidos. Los
atascos son monumentales. Permanecer unos minutos en la Plaza Sintagma puede
acabar con los nervios del más tranquilo.
La investigación se desarrolla en
plena crisis económica, en el momento que Grecia lo estaba pasando muy mal y la
Unión Europea tenía al país en el disparadero.
Márkaris a la par que nos va
desvelando el desarrollo de la investigación criminal va exponiendo, casi sin
darnos cuenta, el momento político, económico y social que vive Grecia. Vean si
no: “La crónica política, por el contrario, es siempre más de lo mismo: el
Gobierno asegura que todo va bien y está bajo control, mientras que la
oposición los pone a parir porque se equivocan en todo. Entremedio, a modo de
guarnición, aparecen los desalmados comentarios de los crueles políticos
alemanes sobre Grecia” (página 155).
La imagen de Alemania en Grecia
no es muy buena, como tampoco lo es en España o Italia. Ahora estamos cambiando
Alemania por Holanda.
El mundo empresarial, y sus
chanchullos, es casi otro lugar común en la andanzas de Jaritos. En este caso
las offshore, que no son otra cosa
más que empresas constituidas fuera de un país para asentarse en paraísos
fiscales o países con menores impuestos, entran en la investigación. Pongamos que hablo de Holanda,
Irlanda, Gibraltar, Luxemburgo, Suiza… Siempre hay quien encuentra una
justificación para ellas: “Últimamente se genera mucho ruido en torno a las
empresas offshore y las que tienen su
sede en zonas o países que les ofrecen ventajas fiscales. Todo ese ruido es
producto del sensacionalismo mediático y no de la comisión de un delito. Dichas
empresas funcionan de manera totalmente legal. La exención de impuestos es
legal, la evasión no lo es. La diferencia consiste en que los capitales
evadidos acaban en el bolsillo del evasor, mientras que las exenciones se
invierten de nuevo” (página 112).
Y el papel lo soporta todo, para
eso están ahí las grandes cifras macroeconómicas, aunque también tienen sus
cosas: “Porque las estadística de desempleo afectan directamente a los
desempleados. Cuando las estadísticas anuncian un descenso del paro, los
desempleados se enfurecen, porque siguen parados. Y cuando las estadísticas
anuncian que el desempleo ha aumentado, la desesperación de los parados aumenta
también, porque piensan que nunca volverán a encontrar trabajo” (página 149).
Nunca llueve a gusto de todos.
Las grandes decisiones
económicas, las de las empresas tienen una consecuencia directa en la vida de
las personas: “Ningún empresario querrá contratar a alguien que tiene, como
mínimo, quince años laborales a sus espaldas. Contratará a un joven por menos
dinero y con más futuro laboral por delante” (página 273).
Otro ejemplo más: “Señor
comisario, el desempleo dio un vuelco a mi vida, como persona y como marido. En
estos momentos, mi mujer trabaja y yo me ocupo de las tareas domésticas. Me
levanto por la mañana, hago la cama, preparo la comida y luego me siento frente
al televisor, como todas las amas de casa” (página 144).
La crítica a la sociedad es clara
y rotunda. Se refiere, en principio, a la situación en Grecia, pero vale
igualmente para cualquier país de la Unión Europea o de los más desarrollados del
mundo. La globalización ha traído consigo una uniformidad económica y social a
la para que problemas que se han extendido y generalizado. Hoy, el tener un
trabajo no significa tener garantizado un mínimo nivel de vida decoroso.
Desgraciadamente muchos trabajadores del mundo se encuentran en niveles de
pobreza con consecuencias funestas: “Antes peleábamos para que los pobres
pudieran vivir mejor. Ahora los pobres se pelean entre sí por un sueldo de
trescientos euros” (página 212).
Al final, los perdedores son
siempre los mismos: “No somos solo cuatro. Somos la
clase media en su conjunto. La clase media es el Ejército Nacional de Idiotas.
Somos nosotros quienes, proporcionalmente, pagamos siempre los mayores
impuestos, mientras que otros encuentran invariablemente la manera de librarse,
como Fokidis. Somos nosotros los quienes corremos el riesgo de quedarnos sin
trabajo, sea porque consideran que nos pagan demasiado cuando tenemos cincuenta
años y un futuro laboral limitado, sea porque tenemos que cerrar nuestras
tienda por la crisis. Somos nosotros los que hemos cotizado toda la vida a la
Seguridad Social y ahora, cuando nos toca jubilarnos, nos recortan las pensiones
en primer lugar y en cascada. No somos acomodados, no formamos parte del Estado
clientelar, trabajamos duro y el Estado nos recompensa cargando el mayor peso
sobre nuestras espaldas. La clase media es el Ejército de Idiotas” (página
339).
La hora de los hipócritas es una novela agradable de leer, como
todas las de la serie de Kostas Jaritos, que además te proporciona otros
ingredientes que hacen que la obra de Petros Márkaris tenga una gran difusión y
guste a todo tipo de lectores. Les recomiendo que se adentren en las
investigaciones de Jaritos, se lo pasarán bien.
Ah, no olviden que la hora de los
hipócritas no se ha terminado. Siguen sueltos.
La pandemia de los hipócritas by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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