Hay libros de los que oigo hablar
bien pero va pasando el tiempo y se quedan en el olvido. Eso es lo que me
sucedió con Cualquier otro día de
Dennis Lehane, traducido por Enrique de Hériz. Bueno, pues ya está, me lo leí.
Algunos dicen que es una novela
negra o policiaca, no solo, sino también. Además es una crónica histórica del
racismo, la corrupción y el sindicalismo en los primeros años del siglo XX en
Estados Unidos, ambientada en la ciudad de Boston en 1918-19.
Los protagonistas son Danny
Coughlin, de ascendencia irlandesa e hijo de un capitán de la policía de
Boston, y Luther Laurence, un negro que se busca la vida como puede. Ambos se
harán amigos… y hasta aquí.
Hay un personaje que parece fuera
de orbita, Babe Ruth, considerado uno de los mejores jugadores de béisbol de
todos los tiempos. Babe es un espectador, que aunque no participa de la acción,
va adquiriendo conciencia de lo que pasa a su alrededor. Al mismo tiempo su
figura nos adentra en el mundo de ese deporte – incomprensible para mí - y su
auge.
Son muy relevantes las
descripciones que realiza Lehane de las condiciones de trabajo. En aquellos momentos,
primeros años del siglo XX, la industria
norteamericana se desarrolla a un ritmo vertiginoso. Se implantó el trabajo en
cadena que provocó unos cambios drásticos en la producción de bienes. Por otro
lado, la influencia de la Revolución Rusa llegó a los trabajadores
estadounidenses y como consecuencia de ello la conciencia de clase se hace
patente. Los sindicatos surgen por doquier y asumen su importancia. Los
conflictos entre patronal y trabajadores son constantes.
Jornadas de diez, doce o catorce
horas eran lo habitual y no hablemos de la situación de las mujeres y los
niños: “Siempre llegaban primero las mujeres y los niños porque sus turnos
empezaban una o dos horas antes que la de los hombres para poder volver a casa
a tiempo de prepararles la cena” (página 63).
En el escalón más bajo estaban
los negros – ahora comparten ese honor
con los latinos -: “Joder, estaba convencido de que si se presentaba en la
fábrica al cabo de un año no vería más rostros negros por ahí que los de la
brigada de limpieza, vaciando papeleras de los despachos y barriendo virutas de
metal de los suelos de la planta” (página 67).
Las referencias históricas son
constantes. Hablando de la gripe de 1918, que apareció por primera vez en Fort
Riley (Kansas), se dice algo que me suena bastante: “No tenemos ni idea. Mata a
los que mata y luego se extingue sola” (página 82).
Continuando con la gripe del 18
parece que describe la situación actual: “Una semana después, los carros
fúnebres deambulaban por las calles para recoger los cadáveres abandonados en
los porches la noche anterior, y empezaron a levantarse carpas que cumplían la
función de depósitos de cadáveres por todo el este de Pensilvania y el oeste de
Nueva Jersey” (página 134). “Corrían los rumores. Sobre una vacuna inminente…
Entre la clase baja corrió la voz de que la única cura era el ajo. O el
aguarrás en terrones de azúcar. O el queroseno en terrones de azúcar si no
había aguarrás posible” (página 134).
Parece que estoy escuchando las
noticias de ayer o al bárbaro de Trump.
Por aparecer aparece hasta la Ley
Seca, que tuvo sus antecedentes en la Decimoctava Enmienda de la Constitución
de los Estados Unidos, en 1919, y la Ley Volstead que desarrollaba esa
enmienda: “Danny no conocía absolutamente a nadie que se hubiera tomado la Ley
Seca en serio, ni siquiera los que formaban parte del Parlamento” (página 83).
Cualquier otro día rezuma planteamientos de izquierda: “¿Nunca te
has fijado en que cuando nos necesitan nos hablan del deber, mientras que si
los necesitamos nosotros nos hablan de presupuesto?” (página 87).
Vaya, parece que los argumentos
no han cambiado demasiado ¿verdad?
Vean otra muestra de rabiosa actualidad:”…un compromiso con
la idea de que a quienes ejemplificaban el bien en público se les permitían
ciertas exenciones con respecto a sus actos privados” (página 103).
Pongamos que hablo de JC. Estas
iniciales, igual que MR puede ser de cualquiera.
Vean otro razonamiento de la
parte contraria que podrían firmar el presidente de la CEOE, el del Banco de
España o la mayoría de los empresarios, grandes y pequeños: “Puede provocar que
un negocio de tamaño medio se vea incapaz de pagar sus créditos. Cuando aumenta
la deuda se hunden las acciones. Los inversores pierden dinero. Mucho dinero. Y
tienen que hacer recortes en sus propios negocios. Entonces el banco tiene que
intervenir. A veces, eso significa que la única solución es la ejecución
hipotecaria. El banco pierde dinero, el inversor pierde dinero, sus empresas
pierden dinero, el negocio inicial se hunde y los trabajadores pierden
igualmente sus puestos de trabajo. De modo que, si bien la intención de los
sindicatos es entrañable, en lo superficial, para cualquier hombre razonable
resulta más bien inadmisible hablar siquiera de ese asunto en buena compañía”
(página 105).
Cualquier otro día se publicó en 2008, la perorata anterior la
firma el Partido Popular hoy sin problema.
La novela parece que está
aludiendo a cuestiones que nos afectan hoy y que leemos en los periódicos o
vemos en los telediarios: “Los americanos habláis de libertad, pero yo veo
esclavos que se creen libres. Veo empresas que hacen trabajar a niños y familias
enteras como si fueran cerdos y…” (página 181). “El enemigo vino en barco y se
sirvió de la laxitud de nuestra política de inmigración para instalarse aquí”
(página 203).
Lehane cita un acontecimiento curioso del
cual no tenía ni idea: la inundación de melaza en Bostón en 1919. Pensé que era
algo inventado, pues no, fue real. Ocurrió el 15 de enero de 1919. En la
destilería Purity Distilling Company
un tanque de melaza, que podía almacenar hasta 8,7 millones de litros, reventó
provocando una ola de entre dos y cuatro metros de altura y que se desplazó a 56 kilómetros por
hora. Oficialmente murieron 21 personas.
La corrupción era habitual,
bueno, ¿acaso dejó de serlo?: “Desde su elección no había hecho nada,
absolutamente nada destacable, mientras que su gabinete había saqueado la caja
de un modo tan desvergonzado que sólo era cuestión de tiempo que el latrocinio
llegara a las primeras planas y cediera el paso al enemigos más radical de la
política desde el amanecer de la humanidad: luz y taquígrafos” (página 545).
En estos momentos me acuerdo
tanto de Aznar y sus gobiernos. Y tengo un recuerdo especial para Bárcenas.
El tema central de Cualquier otro día son los antecedentes
y la huelga de la policía de Boston de 1919. Los policías trabajaban 60 o 70
horas semanales y dormían, la mayoría, en las comisarías que se encontraban en
unas condiciones deplorables. Exigían mejoras salariales y de las condiciones
de trabajo. La huelga fue tildada de bolchevique
y todos los huelguistas al final fueron despedidos y sustituidos por veteranos
de guerra. Eso sí, tras la huelga concedieron a los nuevos integrantes del
cuerpo policial lo que habían exigido los huelguistas.
En esa confrontación no se puede
olvidar que los máximos dirigentes policiales eran blancos, por supuesto, y protestantes,
los policías, en su mayoría, irlandeses católicos.
Al final un sacrificio que tuvo
sus frutos… para otros. Suele ser lo normal en la vida sindical. Trabajadores
que reniegan de la actividad sindical son los primeros en apuntarse a los
logros obtenidos y luego siguen despotricando contra los activistas sindicales.
¡Miserias humanas!
Volviendo a aquella huelga, el
alcalde fue despedido y el gobernador John Calvin Coolidge empleó mano dura
para acabar con las revueltas. Se hizo famoso y acabó siendo el trigésimo
presidente de los Estados Unidos.
La amistad, y las vidas, de Danny
Coughlin y Luther Laurence, sin olvidar
a Nora, son la parte más novelesca. El racismo y los primeros pasos de los
negros para ganar derechos están también presentes.
Cualquier otro día en sus 732 páginas tiene mucha más Historia e
historias, intriga, violencia, amor, amistad, luchas personales y colectivas…
Me gustó mucho. Es un libro que me enganchó y se me hizo corto. Se lo
recomiendo. Ah, que las primeras páginas, en las qué se describe un partido de
béisbol, no les desanime.
Acérquense a su biblioteca
pública o librería preferida y búsquenlo. Eso sí, luego tienen que leerlo. Lo
disfrutarán.
No lo dejes para Cualquier otro día by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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