Hay libros que desde la primera
página ya sabemos lo que nos van ofrecer. En el caso de Simón, de Miqui Otero, la primera frase es una declaración de lo
que nos espera: «Cuando todo esto acabe, vas a llorar». No crean que van a encontrarse
con un dramón lacrimógeno.
La historia, ambientada en
Barcelona, comienza en 1992 con la euforia olímpica y finaliza en la primavera
de 2018. El protagonista, Simón, tiene ocho años. Lee libros de espadachines,
muchos de ellos regalos de su primo hermano Rico. Ambos, libros y primo, serán
los ejes que orientan su infancia. El tiempo le demostrará que no son buenos
ejemplos para afrontar la vida, incluida la sentimental.
El «héroe», cómo en ocasiones denomina
el narrador a Simón, vive obsesionado tras la desaparición de Rico, lo cual no
le ayuda nada. Desde el bar de sus padres y fruto de una ayuda inesperada
orienta su vida hacia la cocina. Logrará estudiar y trabajar en restaurantes de
alta cocina. Se hace un nombre en ese exclusivo mundo y tras tener el éxito al
alcance de la mano se da el batacazo. Es la historia de su vida, por unas u
otras razones se queda a las puertas. Su indecisión o malas decisiones le hacen
volver al punto de partida.
El ascenso social no es fácil, el
camino está plagado de trampas que salvan los que ya están arriba, los
advenedizos lo tienen crudo.
Los personajes representan la
variedad social de una Barcelona cambiante. Una ciudad de ritmo vertiginoso que
alberga enormes diferencias.
Simón y su familia reside en el
barrio de Sant Antoni que poco a poco se irá gentrificando. Son emigrantes
gallegos que siguen manteniendo unos fuertes vínculos con su tierra natal. Por
el Baraja, el bar familiar, pululan unos personajes secundarios que muestran la
realidad del barrio.
De forma expresa, pero tratado
con sutileza para que no fagocite a los personajes, contemplamos esa Barcelona
dinámica que es variada y rica en matices. Simón
es la historia de su homónimo pero también la de la ciudad. Ninguno de los
hechos más relevantes en esos años quedará fuera. Desde la celebración de las
olimpiadas pasaremos por la corrupción política y urbanística –van siempre
unidas- veremos destellos de política, el referéndum ilegal o el atentado
terrorista. Nos asomaremos a la política pujolista, el mundo del billar, de las
drogas o a la semiesclavitud de un restaurante de lujo. La emigración y las
desigualdades sociales configuran también ese amplio marco que es la ciudad de
Barcelona. No falta la mirada al mundo de la gente pija o a la fe evangélica.
Al final, Simón es una obra con dos
protagonistas, Simón y la ciudad.
La novela está narrada en un tono
amable, lo que no implica una dulcificación. Rico, por ejemplo, un personaje
que se arrastra por la vida, es tratado con amabilidad y cariño. Simón no es
ese «héroe», al contrario es un antihéroe. Nada sale como él espera y desea. Su
comportamiento llega a resultar, en ocasiones, decepcionante. Tampoco es nada
raro, la mayoría de la gente solemos decepcionarnos, en demasiadas ocasiones, a
nosotros mismos.
Simón nos acerca al mundo de las esperanzas y de las decepciones en
una ciudad que sigue su ritmo imparable y en la que las pequeñas miserias
individuales pasan desapercibidas.
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