1 feb 2021

Simón, una historia libresca



  Hay libros que desde la primera página ya sabemos lo que nos van ofrecer. En el caso de Simón, de Miqui Otero, la primera frase es una declaración de lo que nos espera: «Cuando todo esto acabe, vas a llorar». No crean que van a encontrarse con un dramón lacrimógeno.
 La historia, ambientada en Barcelona, comienza en 1992 con la euforia olímpica y finaliza en la primavera de 2018. El protagonista, Simón, tiene ocho años. Lee libros de espadachines, muchos de ellos regalos de su primo hermano Rico. Ambos, libros y primo, serán los ejes que orientan su infancia. El tiempo le demostrará que no son buenos ejemplos para afrontar la vida, incluida la sentimental.
  El «héroe», cómo en ocasiones denomina el narrador a Simón, vive obsesionado tras la desaparición de Rico, lo cual no le ayuda nada. Desde el bar de sus padres y fruto de una ayuda inesperada orienta su vida hacia la cocina. Logrará estudiar y trabajar en restaurantes de alta cocina. Se hace un nombre en ese exclusivo mundo y tras tener el éxito al alcance de la mano se da el batacazo. Es la historia de su vida, por unas u otras razones se queda a las puertas. Su indecisión o malas decisiones le hacen volver al punto de partida.
  El ascenso social no es fácil, el camino está plagado de trampas que salvan los que ya están arriba, los advenedizos lo tienen crudo.
  Los personajes representan la variedad social de una Barcelona cambiante. Una ciudad de ritmo vertiginoso que alberga enormes diferencias.
 Simón y su familia reside en el barrio de Sant Antoni que poco a poco se irá gentrificando. Son emigrantes gallegos que siguen manteniendo unos fuertes vínculos con su tierra natal. Por el Baraja, el bar familiar, pululan unos personajes secundarios que muestran la realidad del barrio.
  De forma expresa, pero tratado con sutileza para que no fagocite a los personajes, contemplamos esa Barcelona dinámica que es variada y rica en matices. Simón es la historia de su homónimo pero también la de la ciudad. Ninguno de los hechos más relevantes en esos años quedará fuera. Desde la celebración de las olimpiadas pasaremos por la corrupción política y urbanística –van siempre unidas- veremos destellos de política, el referéndum ilegal o el atentado terrorista. Nos asomaremos a la política pujolista, el mundo del billar, de las drogas o a la semiesclavitud de un restaurante de lujo. La emigración y las desigualdades sociales configuran también ese amplio marco que es la ciudad de Barcelona. No falta la mirada al mundo de la gente pija o a la fe evangélica. Al final, Simón es una obra con dos protagonistas, Simón y la ciudad.
  La novela está narrada en un tono amable, lo que no implica una dulcificación. Rico, por ejemplo, un personaje que se arrastra por la vida, es tratado con amabilidad y cariño. Simón no es ese «héroe», al contrario es un antihéroe. Nada sale como él espera y desea. Su comportamiento llega a resultar, en ocasiones, decepcionante. Tampoco es nada raro, la mayoría de la gente solemos decepcionarnos, en demasiadas ocasiones, a nosotros mismos.
 Simón nos acerca al mundo de las esperanzas y de las decepciones en una ciudad que sigue su ritmo imparable y en la que las pequeñas miserias individuales pasan desapercibidas.

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