24 may 2021

Miedo y desconocimiento van de la mano provocando racismo y xenofobia


 

Submarinista de la Guardia Civil salva a un niño. Fotografía de la Guardia  Civil. 


  Hay personas que no viajan por miedo o que se aferran a un destino, en el solar patrio, en el que se encuentran muy «agustito». Establecen fronteras estéticas, gustativas, olfativas, lingüísticas… todas ellas mentales. Un país extranjero no les aporta nada salvo para comparar y, faltaría más, siempre salen perdiendo. Lo que desconocen les produce tal desasosiego que en ocasiones acaba en miedo y de ahí al odio sólo hay un pasito.
  Cuando son otros quienes se acercan a nosotros establecemos una clasificación en función de su estatus económico. A más pasta más estimación social. Si llegan en patera están jodidos. Habrá quienes los machaquen con sus comentarios xenófobos y racistas. Les acusaran de esquilmar la sanidad pública, de quitar puestos de trabajo a los patrios o de recibir ayudas de cuatro cifras. Los odiadores defienden con ardor la veracidad de estos y otros bulos. Eso sí, se les olvida quienes hacen los trabajos que los españolitos no aceptan. Las grandes explotaciones agrícolas sin esa mano de obra semiesclava verían pudrirse los frutos en los campos. ¿Quién cuidaría a los mayores o enfermos por cuatrocientos euros al mes? ¿Quién…?
  Me viene a la memoria El Ejido y su «mar de plástico». Lo de este pueblo da para un estudio sociológico. Allí quedan patentes las contradicciones entre las ideas y la realidad. Por un lado votan a la ultraderecha, que ganó por amplia mayoría en las elecciones generales de 2019, y por otro utilizan mano de obra emigrante. Aunque bien pensado no es nada raro. En El Ejido se produce una explotación sistemática de los inmigrantes, muchos de los cuales son subsaharianos. Hace unos años pude ver las condiciones de trabajo y vida a la que están sometidos y no creo que con el tiempo haya mejorado. Me parece uno de los ejemplos más crudos,  pero desde luego no es el único en España. Podríamos hablar de los que recogen fruta por Cataluña, fresas en Huelva o los miles de trabajadores que se ganan la vida en pequeñas o medianas explotaciones ganaderas.
  Que nadie se rasgue las vestiduras. Las investigaciones de los inspectores de trabajo están demostrando las condiciones laborales y de vida de esas personas son penosas.
  Los inmigrantes se han convertido en una fuerza de trabajo imprescindible a los que la extrema derecha y una ingente cantidad de españoles, cada día más, no quieren otorgar igualdad de derechos.
  Llegados a este punto, aunque no creo que esa gente me lea, estarán pensando «pues lleva alguno para tu casa» aunque añadirían varios insultos. Bueno, no, empezarían con insultos y terminarían con más insultos.
  En todo ese odio no cabe que se trata de personas que huyen de la muerte o la miseria. La mayoría de los odiadores no tendrían ni la milésima parte del coraje y arrojo de esos migrantes.
  El caso extremo es el trato que dan esos «modélicos y patriotas» ciudadanos a los MENA (Menores Extranjeros No Acompañados). Sus palabras, el desprecio con que las arrojan, resultan repulsivas y carecen de cualquier atisbo de humanidad.
  Si esto venía siendo el pan de cada día en los últimos años, lo que está pasando en Ceuta ha roto las finas barreras del pudor y vergüenza que les quedaba. Escucharles provoca desazón y deja el cuerpo maltrecho a cualquiera que tenga un ápice de sensibilidad, de racionalidad y de humanidad. Tras las maniobras políticas marroquíes hay, sobre todo, una tragedia humanitaria.
  El odio, el miedo, hace de nosotros peores personas y son contagiosos.

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