La
cultura de la cancelación no es algo nuevo, pero en los últimos años es una
práctica muy extendida en el mundo. Un ejemplo extremo de cancelación lo
ejercieron los nazis llegando a exterminar a millones de personas. No se quedó
a la zaga Stalin quien en primer lugar hacía borrar a sus adversarios políticos
de las fotografías y luego los asesinaba. En la actualidad no llegamos a tanto,
hoy sencillamente se despelleja a individuos o grupos por expresar sus
opiniones que pueden no ser del agrado de otros. En esto tienen mucho que ver
las redes sociales. Los canceladores se erigen en jueces despiadados que dicen
que es aceptable socialmente y que no.
Carmen
Domingo, escritora, dramaturga y periodista, en su ensayo Cancelado, el
nuevo Macartismo diserta sobre estas cuestiones. La autora nos
deja claro que es eso de la cultura de la cancelación: «… consiste en retirar
el apoyo, ya sea moral, económico, digital o social, a aquellas personas u
organizaciones que, independientemente de la veracidad de sus argumentos, no
cumplen con las expectativas de un sector de la sociedad que, en ese momento,
ostenta cierto poder y lo ejerce limitando, con su intento de silenciar al
otro, la libertad de expresión» (pág. 15).
Aclarado
queda. Ahora pensemos por un momento las veces que hemos puesto a alguien de
vuelta y media en las redes sociales, sin argumentos, por el mero hecho de que
no nos gusta su opinión. Cuando tiramos de sentimientos o de pasiones y no de
razones y ciencia estamos contribuyendo a la cultura de la cancelación.
La
cancelación, tal y como la conocemos hoy, estuvo asociada en principio al
activismo antirracista en Estados Unidos y de ahí se extendió a otras áreas
sumando apoyos en grupos minoritarios. Según Domingo «los canceladores presumen
de abanderar la lucha en defensa de necesitados y oprimidos y ejercen presión
en nombre de LA justicia, o, en puridad, de SU justicia» (pág. 26).
Para
la autora esta «policía del pensamientos» surge en nuestra sociedad de los
sectores más jóvenes y progresistas que forman parte de otro movimiento
denominado woke, que significa en inglés «despertar. A este término woke
dedica varias páginas. En Estados Unidos significa algo tan indefinido como
«alerta ante la injusticia social» (pág. 61). Hoy se refiere a lo políticamente
correcto, que es como no decir nada puesto que para unos algo podrá ser
correcto mientras para otros no. Afirma que lo woke desprecia la verdad
y pretende modificar la democracia a su antojo.
Carmen
Domingo es clara y contundente en su análisis. Entiende que la cultura de la
cancelación es consecuencia de las carencias intelectuales de unos pocos, a lo
que se suma un escaso conocimiento de los principios democráticos. Esos sujetos
contarán con el aplauso o el silencio de una mayoría temerosa de convertirse en
diana por lo que consideran que es mejor estar callados. A su vez, los medios
de comunicación airean esas cancelaciones en pro de lograr mayores audiencias y
las redes sociales, donde se protegen con el anonimato, los más furibundos
echan más gasolina.
Abundando
en su crítica recoge una cita de Dostoyevski que aparece en el segundo capítulo
con un título muy ilustrativo: Quema de brujas en el siglo XXI, la frase
dice: «La intolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes
tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles» (pág. 35). No
necesita comentarios.
La
autora asocia esa ideología canceladora a una izquierda posmoderna que pasó de
preocuparse por la igualdad y las necesidades sociales a centrarse en las
minorías. Juzga de manera muy severa a esa izquierda de la cual dice que esa
cultura de la cancelación era cosa de la derecha o de grupos religiosos y en la
actualidad los «justicieros sociales», como los denomina, pertenecen a la
izquierda posmoderna que sirve a los neoliberales y la derecha ideológica. Por
cierto, a esa izquierda posmoderna la denomina también izquierda líquida,
definición que me gusta mucho y me apropiaré de ella.
Contrapone
aquella izquierda subversiva de otros tiempos que mutó hasta querer imponer la
corrección con la derecha, siempre represora, que ahora se las da de
irreverente y tolerante. No hay que ir muy lejos para verlo, los telediarios
nos informan puntualmente de las protestas de las derechas extremas en Madrid y
otras ciudades.
Carmen
Domingo muestra su asombro, el cual comparto, puesto que la cultura de la
cancelación ha llegado a la ciencia, a las universidades. Creo que hemos visto
y leído las noticias de cancelaciones de conferencias en diversas
universidades, españolas incluidas, increíble pero cierto.
Más
adelante entra en un tema que ha generado, aún lo hace, mucha controversia y
enfrentamientos, la identidad. La autora no da tregua, afronta los temas de
frente, con valentía, así titula otro capítulo como El engaño de la
identidad. «La sociedad nos hace hablar de gente mayor, de personas
disfuncionales o de racializados, para no decir viejos, minusválidos o negros.
Incurriendo en la gran mentira de hacernos creer que al cambiar las palabras
resolveremos los problemas que tienen» (pág. 92). ¿Alguna objeción? Por mi
parte ninguna. Acentúa lo que esto significa: «… si utilizamos eufemismos para
referirnos a realidades, esas realidades no desaparecen, pueden no llegar a
comprender y, lo que es peor, impide que desarrollemos un espíritu crítico y
una conciencia política de las necesidades reales» (pág. 93). Solo me queda
aplaudir.
Vivimos
unos momentos en los que nadie puede cuestionarnos por nada, ya que la
identidad es lo primero. Una vez más lo podemos ver en las redes sociales.
Eso
de la identidad, la de género, generó una brecha entre las feministas y agrias
discusiones que en el terreno político supuso la dimisión de una ministra, la
socialista Carmen Calvo.
¿Qué
es eso de la identidad? Abreviando quiere decir que lo que pensamos, lo que
sentimos individualmente se antepone incluso a realidades científicas. No
aceptar ese concepto de identidad es causa suficiente para cancelar a
cualquiera que lo niegue. Carmen Domingo mantiene que se produce un cambio que
modifica el discurso de la izquierda y lo mantiene en lo identitario lo que
demuestra, según la autora, que no tiene proyecto político y su propuesta se ha
convertido en creencia.
Es,
sin duda, una crítica muy dura, que personalmente me parece bastante acertada.
Continúa en esa línea y… mejor escuchen sus palabras: «Cuando el populismo
identitario de derecha amenaza nuestras democracias, la izquierda quiere
responder y no quedarse sin su parte del pastel: De modo que si la derecha dice
unidad nacional, la izquierda apuesta por movimientos independentistas; si la
derecha se afán en defender lo blanco, la izquierda corre a darle la mano a lo
racializado; cuando la derecha extiende su mano a la iglesia cristiana o
católica, la izquierda aplaude lo musulmán. Y así es como la izquierda termina
siendo también racista, machista y supremacista» (pág. 98). Más contundente
imposible.
Y
Carmen Domingo llega a lo más controvertido, el sexo y el género. Afirma que la
cancelación más virulenta ha sido la que ha sufrido el feminismo desde la
izquierda líquida y la adopción por su parte de la teoría de género o quer.
¿De qué va la teoría de género o quer? Resumiendo mucho significa que
cada uno puede autodeterminarse como quiera independiente de su sexo biológico.
Según esa teoría la biología, la ciencia, no cuenta. Dicho de otra forma, el
sujeto es la conciencia mientras que el cuerpo es un objeto sometido a su
voluntad.
Las
feministas consideran que en esa teoría acientífica lo que tiene validez es el
género frente al sexo y con ello lo que hace es borrar a las mujeres. Quienes
defiende lo quer defienden que utilizar el término mujer no sería
inclusivo para los hombres transfemeninos.
El
lenguaje inclusivo está presente en todos los ámbitos de la vida. Así se
refieren a la vagina como «agujero frontal», hablan de «identidad fluida» o de
«persona embarazada». En fin.
A
modo de resumen sirvan estas palabras de Carmen Domingo: «Lo único que
demuestra la existencia y aplicación de la Cultura de la Cancelación es que
todos aquellos que la aplican conviven, sin duda alguna, con una falta de
confianza ante la capacidad de defender sus propias convicciones bajo la que
ocultan sus principios y por eso los imponen» (pág. 135).
Cancelado,
el nuevo Macartismo es un ensayo para la reflexión escrito desde posturas
feministas. Hay que leerlo sin prejuicios, de forma crítica y con la mente
abierta a recibir algún que otro aldabonazo que puede hacer tambalear criterios
que podríamos pensar muy firmes.
Me
gustó y me dio que pensar. Reconozco que en muchas cosas estoy de acuerdo con
la autora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario