17 abr 2020

Divagaciones coronavíricas (35)

  Estoy preocupado. La tensión laboral, emocional y la responsabilidad que pesa sobre nuestros políticos están minando su salud. La situación es tan preocupante que probablemente tengan que declarar el estado de alarma. Ellos, pilar de nuestra sociedad, no pueden flaquear y ver mermadas sus facultades por enfermedades profesionales. ¡Es un asunto de Estado!

  Permítanme un breve recuento de algunos de los males por los que se ven asediados. Verán cómo también se alarman.

  Entre sus males destaca el afán de protagonismo. Les sale por los poros, las cagadas por la boca. Podemos poner como ejemplo a…todos. Se montan la película, la dirigen y la protagonizan.

  Nada les perturba. Lo nuevo, y mortal, de la situación no les induce a cambiar. No es extraño, padecen de ombliguismo crónico. Esa afección provoca, en los casos más graves, severos procesos de estupidez. Estos varían en intensidad y duración.

  No son los únicos males que les aquejan.

  Los líderes - en grado superlativo, los aspirantes a la zaga - sufren de forma dolorosa una enfermedad denominada mitomanía, también conocida como enfermedad de los mentirosos. De esta no se libra ni el más humilde de los concejales. Es más, los partidos políticos tienen escuelas de verano en las que les instruyen para sobrellevar la mitomanía sin pudor ni vergüenza. La nota media de los alumnos sobrepasa el notable. Muchos alumnos han grabado a fuego, en sus partes más íntimas, dos palabras: necesidad irremediable.

  Los más conspicuos y recalcitrantes suelen verse afectados por otra pandemia, de fácil pronóstico pero de complejo tratamiento: la crematomanía. Nombre feo que designa a una enfermedad muy extendida pero poco reconocida: el deseo de acumular dinero y riquezas. Entre la clase política se denomina derrochador a aquel que paga más de dos cafés.

  Una afección de la que no libra ni uno es del síndrome de Hubris. Y cuando digo que no lo libra ninguno es ninguno. También se le conoce como la enfermedad de los que creen saberlo todo. No dudan jamás. En caso de flaqueza les brota la mitomanía.

  En los últimos tiempos los especialistas están intentando definir y darle nombre a un trastorno que tiene ciertas similitudes con el síndrome de Diógenes, aunque con unos matices propios del gremio político. Tienen una propensión patológica a acumular votos y mientras más votos obtienen, más porquerías amontonan.

  Los políticos profesionales son gente con una sensibilidad especial. Esa emotividad pude inducirles indisposiciones que podrían asimilarse, salvando las distancias, al síndrome de Münchausen. En esas situaciones de zozobra en vez de buscar atención médica anhelan el contacto con las masas y se montan un mitin. Es tal el subidón que reciben que les puede durar meses.

  Hay casos extremos, son menos frecuentes pero haberlos haylos. No se trata aquí de hacer un recorrido exhaustivo de los males que aquejan a la casta política. Dada la profesionalización de la actividad estos trastornos están en fase de estudio y de definición. De momento, los profesionales de la salud están equiparando esos males a enfermedades ya conocidas, pero, aseguran, es algo transitorio.

  Dado el número tan elevado de miembros de este sector profesional y las afecciones que padecen, ya hay varias universidades elaborando contenidos para instaurar una nueva titulación. Esas universidades abrieron un periodo de prescripción y en el plazo de una hora se completó.

  Nadie podía pensar que ahí teníamos un nicho de empleo. No hay mal que por bien no venga.

  Por nuestro bien, cuidemos de su salud.

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