16 abr 2020

Amor y violencia en Salvar el fuego


  Entre un amor improbable y una violencia segura se desarrolla la novela Salvar el fuego, del mexicano Guillermo Arriaga. La novela fue ganadora del Premio Alfaguara 2020.

  Dos personajes, Marina, coreógrafa - de clase media alta - y un criminal - condenado y muy culto - José Cuauhtémoc, sienten una atracción tan intensa que sus vidas cambiarán. Esa pasión improbable nos conducirá a través del mundo del narcotráfico, la cárcel, la violencia, el racismo, la corrupción y las desigualdades sociales en México.

  Y hablo de pasión, no me atrevo a llamarlo amor. Aunque ¿acaso el amor no comienza por la pasión? Y cuando hablamos de pasión ¿acaso no estamos pensando en un deseo sexual? Marina y Cuauhtémoc hacen realidad esa pasión, sin barreras ni tabúes.

  Por el deseo Marina rompe con su cómodo mundo y se salta todas las normas sociales en las que había sido educada. Ni su posición social, ni sus tres hijos o su marido la frenarán.

  José Cuauhtémoc proviene de una familia con un padre padrone indigenista y una madre criolla. Atesora una gran cultura. Tiene una enorme carga de resentimiento acumulado. Hombre con escasas necesidades materiales es capaz de matar con frialdad y sin aparentes remordimientos.

  La intensidad de la narración en muchos momentos choca con esa relación entre los personajes principales. Arriaga pasa de describir un mundo que nos resulta muy creíble a esa pasión, y las circunstancias en las que se desenvuelve, que cuesta trabajo aceptar. Al menos a mí me costó. No debería sorprenderme ya que el autor pone a los personajes en situaciones límite con el fin de aumentar la potencia de la historia.

 Tal vez tenga que ver con que Guillermo Arriaga además de escritor es productor y director cinematográfico. Tensión narrativa, escenas trepidantes, realismo, sexo, muerte… todo muy cinematográfico.

  La novela está escrita en primera, segunda y tercera persona. Intercala una parte de la historia familiar de José Cuauhtémoc escrita por su hermano. Esos comentarios nos llevan a otra historia no menos dura que casi podría leerse de forma independiente.

  Es una novela sin tapujos. Cuando hay un crimen, vemos un crimen; cuando la pareja folla, vemos la película porno.

  El racismo y las desigualdades sociales son ingredientes que sazonan la novela, al igual que la corrupción política o la violencia y no son un asunto menor – como diría el ex presidente indolente  -.

  Lo primero que llama la atención es la jerga de la calle, y la carcelaria. No alguna palabra aislada, salpican todo el libro. Es imposible, al menos para mí, buscarlas todas en el diccionario. Son incontables. Al principio me resultó un poco complicada la lectura, según fui avanzando ganaron relevancia y está claro que refuerzan la historia. Esa jerga y el spanglish no deben desmotivar a ningún posible lector, todo lo contrario. Cuando le cogí el tranquillo me resultó estimulante. No importa que algunos términos se nos escapen, la historia no pierde por ello.

  Dinámica, intensa, cruda, así es Salvar el fuego. 659 páginas de todo eso. Creo que Guillermo Arriaga recargó la historia en esa relación tan improbable y difícil de asumir por estas tierras, pero quien sabe si por allá es factible. La América Latina es la tierra del realismo mágico, quién sabe.

  Lo mejor que pueden hacer es leerlo. Los escritores latinoamericanos aportan frescura y otra visión muy cercana a la nuestra pero que a mí me estimulan.

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