30 sept 2020

La dureza de La forastera

 


  Hay novelas que discurren con fluidez. Me adentran en su mundo con toda naturalidad y me siento cómodo navegando por ellas. Eso es lo que me sucedió con La forastera de Olga Merino. Pero Merino me tendió una trampa. Me abdujo para luego revolcarme por el barro de unas vidas cargadas de tragedias individuales y colectivas. Pero no se hagan una idea equivocada, no se trata de un dramón. Es, a pesar de su dureza, una novela acogedora.

  La autora nos describe un mundo desconocido para muchos. Un pueblo del achicharrado sur de España es el escenario en el que se mueven los personajes, aunque hay una incursión por el Londres thatcheriano. La protagonista y narradora es Angie. Una mujer que entre el huerto, la limosna del Estado y los garbanzos del cura tiene cuanto necesita.

  Tiene un perfil muy marcado, es una mujer fuerte, independiente. El resto de los personajes tienen también unas características muy definidas que se integran en ese paisaje formando un universo tórrido y seco, pero aún con vida.

  El retorno de Angie al pueblo supone el regreso de fantasmas familiares. La vida no la ha tratado bien y busca una paz que se le vuelve esquiva. Su existencia discurre en una aislada casa con dos perros. Lleva una supervivencia rutinaria. Tiene establecido hasta un día para beber, el domingo. Ese día se dirige al bar de Tomás y pimpla hasta el hartazgo si la boca se lo permite. Allí recalan los raros, los diferentes, los solteros viejos, los borrachos y los que no creyeron en el dinero. Beben y escuchan música de los Stones, los Kinks, los Smiths, Pink Floyd, Génesis o Clash.

  El suicidio de don Julián, el cacique del pueblo, lo cambia todo. El temor cunde, los suicidios son contagiosos. Angie retrocede a su vida londinense, a los días en que “la bruja de la Thatcher, que ya les había dado duro a los mineros, la emprendía con los trabajadores de artes gráficas” (página 42). El conflicto entre los impresores y Rupert Murdoch se inició en 1985. Allí tendrá una intensa relación con Nigel, pintor frustrado, que le dejará una profunda herida.

  La muerte de don Julián atrae a las mellizas, las herederas, que cambian el guante de seda por el puño de hierro. Aquel cacique campechano dirigía su mundo con sobreentendidos ancestrales, las mellizas rompen el equilibrio con abogados y mentiras. El nuevo amo es el dinero.

  El pueblo donde “la madera del olivo es dura, como esta tierra de cien avaros, de campos abrasados por unas solanas brutales durante siglos; aquí el sol es pródigo con los pobres y nos achicharrará vivos” (página 98), como dice Angie, esconde secretos. Las viejas rencillas, nunca olvidadas ni perdonadas, regresan.

  Olga Merino nos pone ante un mundo que pervive: latifundios, explotación laboral, emigración clandestina, caciquismo. Y junto a ello el desarraigo, la familia, la tradición. Sitúa a sus personajes en posiciones límite.

  Quienes conocieran la España rural de los sesenta o setenta del siglo pasado, sin ir más lejos, reconocerán los paisajes y los personajes. Figuras como la de Emeteria y sus habilidades o Teodora la sacristana son fiel reflejo de un país que fue y que aún es. Esas caracterizaciones junto a las descripciones físicas acompañadas de un léxico muy rural crean una ambientación perfecta.

  Tras ese mundo, envolviéndolo todo, el suicidio. “Abordan el suicidio con una naturalidad pasmosa, como si nada, como quien se arranca a hablar de la lluvia que no llega, como si no hubiera parapeto entre la vida y la muerte” (página 46). Hasta no hace tanto, la muerte era algo natural, hoy los muertos se esconden.

  La forastera me gustó mucho. Sin sobresaltos fui conociendo a los personajes y sus relaciones. Los secretos me fueron desvelados poco a poco para no hacerme daño.

  Se lo recomiendo.

 

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La dureza de La forastera by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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