Cristianos, musulmanes o judíos
hicieron de la intimidad, de la privacidad, un ingrediente básico de su forma
de vida. La cuestión llegó hasta tal punto que las casas las construyeron como
fortalezas impenetrables en las que la vida giraba entorno a un patio interior
y nada de lo que allí acontecía se vislumbraba desde el exterior. Por el
contrario, el mundo protestante dejó
expedita la visión del interior de las casas: no tenían nada que esconder, nada
de lo que avergonzarse; pero eso no significaba que no tuviesen pudor a la hora de hacer públicas sus intimidades,
todo lo contrario.
Hace no muchos años, quizá unos
veinte, eran impensables, y llegaron a provocar debates públicos, cuestiones
que hoy ya nadie se plantea, es más, forman parte de nuestra cotidianeidad. Un
ejemplo de ello son las cámaras de vigilancia en las vías públicas o en
establecimientos públicos o privados. Su presencia se consideraba una
intromisión en la vida privada de las personas. Poco a poco, y a la chita
callando, los espacios públicos y privados se han llenado de estos artilugios.
El argumento ha sido, como no, que contribuían a nuestra seguridad. Ante tal
afirmación todos nos hemos callado.
Esa misma situación podemos extrapolarla
a los aeropuertos. En ellos hemos llegado a situaciones tan absurdas, y además
peligrosas, como dejar en manos de empresas privadas la seguridad pública. No
les valía con los arcos detectores de metales, después fue la estupidez de los
líquidos y ahora nos llegan los escáneres integrales. Venga radiaciones a
tutiplén. Los que tengan que viajar mucho en avión lo pagarán en salud.
Una pregunta ¿alguien me quiere
explicar el motivo por el cual en las estaciones de trenes no se aplican
estas mismas medidas? Claro, en estas nunca hubo atentados terroristas. Venga
ya.
La cosa ha llegado a tal extremo
que cuando entramos en un aparcamiento de coches lo primero con lo que nos
topamos es con una cámara que graba la matricula. Pero ya saben, es por nuestra
seguridad.
Por las calles de cualquier ciudad
somos escudriñados permanentemente. No se les ocurra dar un beso a su
acompañante ya que habrá alguien que lo vea y más motivos tienen para no
hacerlo si no es la pareja oficial.
Gasolineras, bancos,
restaurantes, bares, tiendas, grandes superficies, el gran hermano está presente en nuestras vidas, pero todos
tranquilos: es por nuestra seguridad. Aquel debate público se quedó en nada. En
aras de nuestra seguridad todo dios
se ha metido en nuestras vidas. Da igual que sea el Estado o las empresas
privadas. La intimidad, la privacidad se ha ido al carajo, pero ya saben:
estamos más seguros.
Nos quedaba algún reducto y en
eso llegaron las redes sociales y con ellas se acabó la privacidad. Todo está a
la vista de todos. Ahora bien, todavía quedará algún pudoroso o pudorosa que
tenga prejuicios al ver un cuerpo desnudo en una playa. Pues bien.
Intimidad por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Ahí está, qué importa que nos vigilen, si somos nostros mismos los que hacemos de nuestra privacidad un bien público. Ya no tenemos el menor recato y dejamos que todos conozcan el pasillo de nuestra casa, la lámpara del salón, o el color de las sábanas de mi cama. Todos sabeis cuando es mi cumpleaños, el de mi abuelo o el de mi cuñado, si como un huevo frito, dónde voy de vacaciones y a qué hora llego a casa.
ResponderEliminarNo me importa ver un cuerpo desnudo en la playa, ni hacer nudismo, pero mi casa, mi intimidad y mi familia será de uso exclusivo mio y de los mios.
Nunca he sido muy amigo de estos artilugios. Pero no es menos cierto que para los que tenemos negocios que abren sus puertas durante la noche en zonas de "movida" resultan bastante útiles. No solo disuaden al que pretende hacer una fechoría sino que han resultado fundamentales y con valor jurídico para aclarar algunos delitos.
ResponderEliminarCreo, sinceramente, que el que nada tiene que ocultar no le importa que lo graben en el metro, en las estaciones o en las grandes superficies. En todo lo demás estoy de acuerdo con el comentario de Santiago.
Rafa Llanes.