España es roja. Lo lamento por
las gentes más conspicuas de la derecha pero eso es así. El día de la final de
la Eurocopa – así, sin más explicación- las calles se tiñeron de rojo.
Las zonas de veraneo no fueron
una excepción. Las playas se quedaron vacías antes; los balcones de hoteles y
apartamentos se llenaron de banderas españolas (esto sí gusta a la derecha) y
las terrazas de los bares y restaurantes se inundaron con la marea roja.
Ingleses y alemanes, en esta
ocasión y sin que sirva de precedente, a aliaron con la Roja y los rojos. Los espaguetis eran el enemigo a batir.
Uno, dos, tres, cuatro. ¡España,
España! ¡Oé, oé, oé! ¡Yo soy español, español! ¡Somos los mejores del mundo! El
gobierno y adláteres ven con muy buenos ojos y mejores oídos esos gritos
patrios. ¡Viva la Roja! Ceño
fruncido.
Al día siguiente las playas
mazarroqueñas - ¿se dice así?- eran monocromas, vamos que eran rojas.
Sombrillas, cubos, toallas, bañadores, pulseras y hasta las uñas de pies y
manos eran rojas. Cómo sería la cosa que los de salvamento estuvieron a punto
de izar la bandera roja y eso que el mar estaba como un plato.
En las sillas y hamacas el
personal devoraba los periódicos deportivos, plagados de fotografías que
exaltaban aún más el fervor rojo.
El 2 de julio fue un día feliz
para los españoles, claro que sí. Bueno hasta que escuchamos las noticias y
entonces volvimos a la cruda y triste realidad.
Entre los entusiastas de la Roja
seguramente estuvieron los mineros que se dirigen hacia Madrid, incluso los que
están encerrados en los pozos. Ellos, seguramente, también gritaron cuatro
veces ¡goool!
Qué poco dura la felicidad en la
casa del pobre.
La España roja por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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