Hoy no voy a hablarles de
parados, crisis, huelgas, bancos o similares. Hoy quiero recordar a Jana,
nuestra perrita. Se trata de algo muy personal
pero deseo, si me lo permiten, compartir algunos de mis recuerdos con ustedes.
La vida la agotó. No pudo más y
tras algo más de catorce años nos dijimos adiós.
Lo primero que hemos notado es
que la casa es más grande. Era pequeña y sin embargo su presencia parecía
llenarlo todo.
Llegábamos a casa y allí estaba
esperándonos. Siempre alegre. Su casi rabo se movía a gran velocidad
demostrando así su alborozo. Hasta que no la acariciábamos no se separaba de
nuestras piernas.
A la hora de la comida se sentaba
al lado de Carmen y no le quitaba los ojos, redondos y negros, de encima. Si
veía que no le caía nada comenzaba a emitir unos suaves sonidos que más bien
parecían un ronroneo. Al tiempo se acompañaba con un baile de sus patas
delanteras. Cuando el ansía le podía emitía un ladrido corto, seco y en tono
bajo. Llegados a este punto Carmen no aguantaba más y le daba un pedacito de lo
que fuera. Le gustaba de todo. No le hacía ascos a la fruta, el pan, la carne o
el pescado.
Su tamaño no le impedía ser muy
fuerte y resistente. Dábamos largos paseos. Juntos nos recorrimos la Sierra de
Tineo en muchas ocasiones. Allí me alertaba de la presencia de los corzos.
Cuando los veía no tenía ningún pudor y salía disparada tras ellos. Al cabo de
un rato regresaba tan satisfecha como si hubiese cazado uno.
El Camino de Santiago, el monte
Armayán o la ruta del Esva eran otros de nuestros escenarios preferidos. Muchos
domingos, bien temprano, nos poníamos en camino los dos solos y juntos
disfrutábamos de la caminata y del tentempié.
Siempre estaba de buen humor.
Bueno, siempre no. No me perdonaba el llevarla a cortar el pelo. Suponía unas
dos horas de “abandono” en sitio extraño y al recogerla poco caso me hacía. Lo
peor era al llegar a casa. Durante un buen rato me ignoraba totalmente. Era la
manera de demostrarme su enojo. El paso de los años suavizó el enfado, pero
solo lo suavizó.
Había momentos hilarantes. Las
“encarnizadas” peleas entre Carmen y Jana acababan en dolores de barriga de
tanto reírnos. También le gustaba defenderme. Si alguien intentaba “pegarme”
allí se encontraban con la aguerrida Jana para protegerme. Nunca me cupo duda
de que a su lado estaba seguro.
Echaré de menos las siestas
dominicales en el sofá en las que Jana se ponía encima de mí o se apretujaba a
mi lado y dormíamos a pierna suelta. Eso hasta que nos reñían por roncar.
A lo largo de catorce años nos
acompañó en nuestras vacaciones y nos acordamos de la primera vez que pisó la
arena de una playa. Sus alocadas carreras nos hicieron pasar un buen rato.
Así podría seguir durante mucho
tiempo. Todos estos años dieron lugar a infinidad de anécdotas y risas. Jana
nos hizo reír y eso no tiene precio.
No se crean, nunca dejamos de
pensar que era un animal, pero era nuestra perrita y formaba parte de la
familia. Tanto que hasta nuestros sobrinos le regalaban algún juguete por
Reyes.
Así eran las cosas. Ahora la
echamos mucho de menos. Sabemos que con el tiempo se pasará el dolor que hoy
sentimos y se atenuará. Siempre tendrá un lugar en nuestro recuerdo y corazón.
Se llamaba Jana, era nuestra
perrita y la queríamos.
Adiós Jana, adiós por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Lo siento mucho, es una gran perdida pero el dolor se atenuara
ResponderEliminarLo siento mucho. Lei una vez que el único inconveniente de un perro era vivir menos años que nosotros. Me imagino el vacio en casa, aunque me duele solo imaginarlo. Un abrazo
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