12 may 2015

Mis queridas enfermeras


Suena el timbre. Pasa un poco de la una de la madrugada. Al poco rato se oyen unas pisadas y una puerta que se abre. No pasa mucho tiempo y el timbre vuelve a sonar. Más movimiento en el pasillo.

Se hace el silencio.

Timbre. Son las tres. En alguna habitación hay ajetreo. Entradas y salidas. Pisadas rápidas, firmes. Una cama se desplaza. Conversan pero no se entiende nada. Diez minutos más tarde vuelve la calma.

Timbre, timbre, timbre.

Ha habido contagio. Pasos. Puertas que se abren y se cierran. Desplazan algo. Mi oído se afina. Un quejido. En otra habitación alguien habla muy alto. Trasiego. No sé que pasa. Nada bueno.

Los ruidos se van diluyendo en la noche. Solo queda un rurún de alguna máquina lejana.

El agotamiento cierra mis ojos.

La puerta se abre. Buenos días. Allí está. Seis y diez de la mañana. La enfermera viene preparada para extraer sangre. No olvida la medicación. La rutina del día comienza.

La noche ha sido movida, como muchas, pero las seis de la mañana, o un poco antes, es la hora en que el hospital se activa a pleno rendimiento.

Sangre, temperatura, tensión, orina, medicación. No hay habitación ocupada que no reciba su visita. Los protocolos se cumplen.
Cuando lleguen las visitas médicas todo estará listo.
Cogerán vías, sondarán, curarán heridas que solo con mirarlas a la mayoría nos impresionan. Las de quirófano o cuidados intensivos son la vanguardia de la enfermería.

Ahí están mis queridas enfermeras.

La actividad no disminuye. Los turnos se suceden y el trabajo no se acaba nunca.
El número de pacientes siempre es muy similar, el personal que nos atiende cada vez es menos. Jornadas agotadoras, pocos descansos y no hablemos de los salarios.

Unas sonreirán más, otras menos, unas serán mejores que otras, pero ahí están, tratando con la más miserable de las condiciones humanas: la enfermedad y la muerte.
Ellas, las enfermeras –siguen siendo mayoría- y enfermeros, están las veinticuatro horas del día al lado del enfermo. Son esa correa de transmisión imprescindible entre los médicos especialistas y la buena curación de un paciente o, en el peor de los casos, la muerte digna.

El personal sanitario público en su conjunto, desde el médico al celador o personal de mantenimiento, merecen todo mi respeto y admiración. Cuando los he necesitado han estado ahí y se han comportado como lo que son: unos profesionales. La enfermedad y la muerte de sus semejantes es su trabajo, nunca justamente valorado y recompensado. Tampoco les importa, les puede más su vocación y sentido del deber.

En los momentos complicados de una enfermedad es cuando vemos como la figura de las enfermeras y enfermeros se agiganta en los hospitales. Habrá, como no, quienes tengan sus quejas ¡ya les quisiera ver yo haciendo ese trabajo!

Hoy, 12 de mayo, es el Día Internacional de la Enfermería, mis felicitaciones y todo mi cariño para ellos.

En lo personal solo puedo decir: gracias, gracias, gracias por estar y hacer vuestro trabajo.

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Mis queridas enfermeras by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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