El
término ciudadano está tan manido que lo hemos despojado de gran parte de su
significado. Y no me refiero al acuñado en la Grecia clásica o en la Revolución
Francesa. Hablo de nosotros ciudadanos del siglo XXI. Personas con derechos y
deberes. Derechos arrebatados sin oposición cívica.
Las
redes sociales se han convertido en la válvula de escape que canaliza los
descontentos, la indignación y el malestar. Y todo ello a pesar de que una gran
parte de la sociedad no ha asimilado la manipulación y control al que estamos
sometidos por esa vía.
Aunque
parezca absurdo hay que recordar que los gobiernos, los poderes, no cambian solamente
por las opiniones en las redes.
Hemos
olvidado que una manifestación masiva tiene, aún hoy día, más impacto que miles
de firmas digitales. ¡Qué les voy a decir del voto! Ese sí que tiene poder en
una democracia. El voto meditado, crítico.
Me
reafirmo en mí creencia en el poder de los ciudadanos como conjunto que se
moviliza de forma activa para enfrentarse a las decisiones arbitrarias o
alejadas de los deseos e intereses generales – que no pasan por las ocurrencias
momentáneas o los ofrecimientos populistas -. Creo en un ciudadano
comprometido.
No
se trata de salvar el mundo, es un gasto de energías improductivo. Para los más
suspicaces, no quiero decir que no tengamos que hacer nada, todo lo contrario.
La participación en las onegés, por ejemplo, es magnífica y muy loable, pero
eso no debe hacernos olvidar que tenemos que obligar –sí, obligar- a nuestros
gobiernos a cambiar sus políticas sociales y económicas.
No
está mal que “gritemos” en las redes sociales o escribimos en un blog – para
muestra este botón -. ¿Es suficiente? Visto lo visto no lo parece.
Ejerzamos
de ciudadanos sin miedos ni temores.
Cada vez menos ciudadanos by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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