5 ago 2018

No llegaron a Revoluciones y sufrieron “contrarrevoluciones”


Joaquín Estefanía ha titulado su último ensayo Revoluciones: Cincuenta años de rebeldía (1968-2018). Pero no trata de revoluciones, entendidas como esos cambios profundos, generalmente violentos, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, tal y como define el término el diccionario de la RAE. Y no sólo habla de rebeldía, también trata de contrarrevoluciones, prosiguiendo con la terminología utilizada por Estefanía. Siempre ha sido así, a cada movimiento “revolucionario” le sigue una reacción conservadora.

El recorrido se inicia con Mayo del 68, pasa por el movimiento antiglobalización de Seattle de 1999 y llega al 15M en el Madrid del 2011. Ya sabemos que no son revoluciones, son movimientos que pretendían cambiar las cosas pero sin provocar una ruptura ideológica. Ahora bien, si queremos comprender las transformaciones económicas y sociales que se han producido en los últimos cincuenta años tenemos que estudiar esos fenómenos. No podremos entender lo que es y cómo llegamos al Estado del Bienestar sin esas “revoluciones”.

Revoluciones: Cincuenta años de rebeldía es un buen libro para acercarse a estos últimos cincuenta años de Historia. Está documentado, no muy extenso para los que tienen fobia a los “libros gordos”, 334 páginas, y con una bibliografía que ocupa seis páginas. Me gustó y se lee muy bien.

Frente a esos avances en la democracia, en los derechos civiles, sociales y políticos surgieron, como no, otros movimientos involucionistas. Entre ellos destaca Joaquín Estefanía los encabezados por Margaret Thatcher y Ronal Reagan. Aunque él no lo menciona yo considero que le falta una tercera pata a ese banco: Karol Józef Wojtyla, el Papa Juan Pablo II. Las actividades políticas de Karol Wojtyla fueron tan destacadas como las religiosas, y desde luego no se caracterizó por su progresismo.

Este ensayo puede entenderse como una defensa del Estado del Bienestar en unos momentos en que se pone en tela de juicio y se están recortando todos los logros obtenidos después de la II Guerra Mundial.

Si en Mayo del 68 se produjo una rebelión contra la autoridad más tarde fue contra la desigualdad y luego, con el 15M, el objetivo de la rebelión fue el sistema financiero. Estos actos de rebeldía siempre han tenido enfrente a los que llamamos, para abreviar, neocons. Y “los neocons, en sus distintas variantes, son vanguardias de derechas que tratan de imponer a la sociedad propuestas y posiciones políticas que en muchas ocasiones presentan como espontáneas, que desacreditan la regulación, la administración pública o la intervención estatal, pero que en realidad han salido de sus laboratorios de ideas, financiados por las grandes empresas a las que sirven”.

Los argumentos de la “revolución conservadora” tomaron impulso con la caída del Muro de Berlín. Eran y siguen siendo los mismos con los que hoy nos machacan, por ejemplo en España el Partido Popular y Ciudadanos: “hay que reducir los impuestos y las cotizaciones sociales, privatizar, desreglamentar; en suma, hacer retroceder al Estado para que el mercado pueda liberar las energías creadoras de la sociedad más perfecta posible. Sin atender a sus costes sociales”. ¿Les suena verdad? Lo último, lo de los costes sociales, desde luego no lo mencionan, pero son las consecuencias de lo anterior.

Se cumplió el cincuentenario de Mayo del 68 y o bien se nos olvidó o los más jóvenes no lo saben pero seguimos viviendo de las rentas de aquellos actos de rebeldía: “muchas novedades han sido integradas en la vida cotidiana de los ciudadanos (feminismo, ecologismo, respeto a las minorías, libertad sexual, igualdad de oportunidades en una educación más democráticas, pacifismo, luchas por los derechos civiles y sociales, comunitarismo en las respuestas, cogestión en las empresas, rechazo a las estratagemas del establishment y de sus intelectuales orgánicos, fuesen éstos personas físicas, partidos políticos o sindicatos estabulados), pero otras siguen discutiéndose y hay una batalla ideológica y política para dar marcha atrás en aquella forma de vida y sed de libertad que se pretendía”. No nos equivoquemos era 1968 y “apenas hubo mujeres entre los principales dirigentes del movimiento; los conflictos de género se consideraban secundarios y un subproducto de la lucha de clases”.

Y llegó la década de los 70 y las cosas empezaron a cambiar: “En una suerte de reflujo, en los setenta comenzó a primar lo individual sobre lo colectivo, lo privado respecto de los público, el ciudadano sobre la clase social a la que pertenecía”.

Hubo mucho interés, por parte de los conservadores, en dar por finiquitadas las clases, las ideologías y no tuvieron pudor en proclamar el fin de la Historia. Ya lo dijo Thatcher: “No hay alternativa. La sociedad no existe, sólo existen los individuos”. ¡Y muchos se lo han creído!

El mediocre actor Ronald Reagan “aplicó una nueva política basada en tres proposiciones y una negación. Las primeras fueron la reducción del tamaño del Estado, estrangulándolo con una disminución de los ingresos; el desarrollo de la economía de mercado sin interferencias públicas; y el aumento del poderío militar”. La negación consistió en destruir los restos del  New Deal y acabar con los programas contra la pobreza y las debilidades de la tercera edad.

¿Les suena? No ha cambiado nada. La derecha sigue en sus trece. No les hace falta cambiar ya que esas propuestas son las que les interesa para defender sus intereses, que cómo dijo Margaret Thatcher son individuales, no colectivos.

Nadie se puede quejar de lo que hacen los conservadores cuando llegan al poder, están cansados de decirlo y así y todo millones de personas les siguen votando.

La “revolución conservadora” ha sido muy convincente, tanto que “a partir de la década de los ochenta una gran parte de su ideario (privatizaciones, desregulación, prioridad en la lucha contra la inflación, debilitamiento del poder sindical, reducción del gasto social...) fue asumido, sin reconocerlo o incluso negándolo, por los partidos socialdemócratas, sobre todo aquéllos que se acogieron a la etiqueta de “tercera vía”, que consideraban las ideas de la socialdemocracia tradicional como venerables pero propias de otros tiempos”. “Lo público, lo estatal, se encogió en beneficio del individuo y de lo privado”.

Y luego los partidos socialdemócratas andan dando vueltas y buscando explicación a la pérdida de apoyos en toda Europa. No están dispuestos a reconocer la realidad. No quieren asumir que no trasmiten ilusión por sus “traiciones” y que la utopía sigue siendo necesaria. Mientras los neocons y compañía siguen apelando a la emociones, la socialdemocracia da lecciones de realidad o simplemente varía el discurso en función de las encuestas.

La globalización, ese gran argumento de la derecha conservadora, “se asienta en una revolución tecnológica (lo digital, la era de internet) y afecta, más que cualquier otro sector, al de las finanzas. Existe una libertad absoluta del movimiento del dinero a través de las fronteras, una libertad relativa de los movimientos de bienes y servicios entre naciones, y una libertad cada vez más restringida de los movimientos de personas”. Y así las entidades financieras y las multinacionales campan a sus anchas y obtienen aún mayores beneficios. Con esta historia de la globalización no pagan prácticamente impuestos. Todos estamos encantados, somos personas de mundo. Miel sobre hojuelas.

Llegó la última crisis, la del 2007, y “cuando la necesidad aprieta, los poderes públicos se convierten en los caballeros blancos de las instituciones privadas, con el aplauso de quienes hasta un instante antes de las dificultades abominaban de lo estatal y clamaban para que el Gobierno no pusiese sus sucias manos sobre la economía de mercado. En última instancia, el capital confía en la salvación pública”.

Tal cual. Pues esos aprovechados del erario nada más que meten el dinero de todos en su bolso vuelven a la misma cantinela. ¡Y todavía hay quienes les siguen creyendo! ¿Qué más necesitan para caerse del burro? ¡Joder, que hemos salvado los bancos a costa del sufrimiento de mucha gente!

Contra este estado de cosas “hay mucho radical que se queda en casa, con su ordenador, su teléfono inteligente o su tablet, en vez de estar en la calle; que polemiza (muchas veces de modo anónimo o con un heterónimo) a través de las redes sociales, a ver quién es más revolucionario o más revoltoso, generando lo que se ha denominado shitstorms, tormentas de mierda”.

Debiéramos vernos reflejados en este comentario todos los que utilizamos las redes sociales, unos más que otros. No nos confundamos “la indignación digital es un estado afectivo que no desarrolla, por sí mismo, ninguna fuerza poderosa de acción”.

En España el movimiento 15M creó una gran ilusión que con el tiempo se ha ido desinflando. Consecuencia de aquellas “acampadas” nació Podemos que aún anda buscando su lugar en el panorama político.

Siempre puede pasar algo peor y pasó: Donald Trump. Pensábamos que el Tea Party era malo y llegó la alt-right (derecha alternativa).

Mientras la izquierda se enfrasca en debates estériles, la “revolución conservadora” se renueva y avanza con más brío.

Revoluciones: Cincuenta años de rebeldía (1968-2018) finaliza con una cita de Benjamin Constant: “Desde que el espíritu del hombre emprendió su marcha […] no hay invasión de bárbaros, ni coalición de opresores, ni evocación de prejuicios que pueda hacerla retroceder”. Me sumo al deseo de Joaquín Estefanía, que así sea.

Es un libro que me gustó. Por lo demás, no me hagan caso, léanlo. Lo tendrán disponible en su biblioteca pública o librería preferida.

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