Joaquín Estefanía ha titulado su
último ensayo Revoluciones: Cincuenta
años de rebeldía (1968-2018). Pero no trata de revoluciones, entendidas
como esos cambios profundos, generalmente violentos, en las estructuras
políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, tal y como define el
término el diccionario de la RAE. Y no sólo habla de rebeldía, también trata de
contrarrevoluciones, prosiguiendo con la terminología utilizada por Estefanía. Siempre
ha sido así, a cada movimiento “revolucionario” le sigue una reacción
conservadora.
El recorrido se inicia con Mayo
del 68, pasa por el movimiento antiglobalización de Seattle de 1999 y llega al
15M en el Madrid del 2011. Ya sabemos que no son revoluciones, son movimientos
que pretendían cambiar las cosas pero sin provocar una ruptura ideológica.
Ahora bien, si queremos comprender las transformaciones económicas y sociales
que se han producido en los últimos cincuenta años tenemos que estudiar esos fenómenos.
No podremos entender lo que es y cómo llegamos al Estado del Bienestar sin esas
“revoluciones”.
Revoluciones: Cincuenta años de rebeldía es un buen libro para
acercarse a estos últimos cincuenta años de Historia. Está documentado, no muy
extenso para los que tienen fobia a los “libros gordos”, 334 páginas, y con una
bibliografía que ocupa seis páginas. Me gustó y se lee muy bien.
Frente a esos avances en la
democracia, en los derechos civiles, sociales y políticos surgieron, como no, otros
movimientos involucionistas. Entre ellos destaca Joaquín Estefanía los
encabezados por Margaret Thatcher y Ronal Reagan. Aunque él no lo menciona yo
considero que le falta una tercera pata a ese banco: Karol Józef Wojtyla, el
Papa Juan Pablo II. Las actividades políticas de Karol Wojtyla fueron tan
destacadas como las religiosas, y desde luego no se caracterizó por su
progresismo.
Este ensayo puede entenderse como
una defensa del Estado del Bienestar en unos momentos en que se pone en tela de
juicio y se están recortando todos los logros obtenidos después de la II Guerra
Mundial.
Si en Mayo del 68 se produjo una
rebelión contra la autoridad más tarde fue contra la desigualdad y luego, con
el 15M, el objetivo de la rebelión fue el sistema financiero. Estos actos de
rebeldía siempre han tenido enfrente a los que llamamos, para abreviar, neocons. Y “los neocons, en sus distintas variantes, son vanguardias de derechas
que tratan de imponer a la sociedad propuestas y posiciones políticas que en
muchas ocasiones presentan como espontáneas, que desacreditan la regulación, la
administración pública o la intervención estatal, pero que en realidad han
salido de sus laboratorios de ideas, financiados por las grandes empresas a las
que sirven”.
Los argumentos de la “revolución
conservadora” tomaron impulso con la caída del Muro de Berlín. Eran y siguen
siendo los mismos con los que hoy nos machacan, por ejemplo en España el
Partido Popular y Ciudadanos: “hay que reducir los impuestos y las cotizaciones
sociales, privatizar, desreglamentar; en suma, hacer retroceder al Estado para
que el mercado pueda liberar las energías creadoras de la sociedad más perfecta
posible. Sin atender a sus costes sociales”. ¿Les suena verdad? Lo último, lo
de los costes sociales, desde luego no lo mencionan, pero son las consecuencias
de lo anterior.
Se cumplió el cincuentenario de
Mayo del 68 y o bien se nos olvidó o los más jóvenes no lo saben pero seguimos
viviendo de las rentas de aquellos actos de rebeldía: “muchas novedades han
sido integradas en la vida cotidiana de los ciudadanos (feminismo, ecologismo,
respeto a las minorías, libertad sexual, igualdad de oportunidades en una
educación más democráticas, pacifismo, luchas por los derechos civiles y
sociales, comunitarismo en las respuestas, cogestión en las empresas, rechazo a
las estratagemas del establishment y
de sus intelectuales orgánicos, fuesen éstos personas físicas, partidos
políticos o sindicatos estabulados), pero otras siguen discutiéndose y hay una
batalla ideológica y política para dar marcha atrás en aquella forma de vida y
sed de libertad que se pretendía”. No nos equivoquemos era 1968 y “apenas hubo
mujeres entre los principales dirigentes del movimiento; los conflictos de
género se consideraban secundarios y un subproducto de la lucha de clases”.
Y llegó la década de los 70 y las
cosas empezaron a cambiar: “En una suerte de reflujo, en los setenta comenzó a
primar lo individual sobre lo colectivo, lo privado respecto de los público, el
ciudadano sobre la clase social a la que pertenecía”.
Hubo mucho interés, por parte de
los conservadores, en dar por finiquitadas las clases, las ideologías y no
tuvieron pudor en proclamar el fin de la Historia. Ya lo dijo Thatcher: “No hay
alternativa. La sociedad no existe, sólo existen los individuos”. ¡Y muchos se
lo han creído!
El mediocre actor Ronald Reagan
“aplicó una nueva política basada en tres proposiciones y una negación. Las
primeras fueron la reducción del tamaño del Estado, estrangulándolo con una
disminución de los ingresos; el desarrollo de la economía de mercado sin
interferencias públicas; y el aumento del poderío militar”. La negación
consistió en destruir los restos del New Deal y acabar con los programas
contra la pobreza y las debilidades de la tercera edad.
¿Les suena? No ha cambiado nada.
La derecha sigue en sus trece. No les hace falta cambiar ya que esas propuestas
son las que les interesa para defender sus intereses, que cómo dijo Margaret
Thatcher son individuales, no colectivos.
Nadie se puede quejar de lo que
hacen los conservadores cuando llegan al poder, están cansados de decirlo y así
y todo millones de personas les siguen votando.
La “revolución conservadora” ha
sido muy convincente, tanto que “a partir de la década de los ochenta una gran
parte de su ideario (privatizaciones, desregulación, prioridad en la lucha
contra la inflación, debilitamiento del poder sindical, reducción del gasto
social...) fue asumido, sin reconocerlo o incluso negándolo, por los partidos
socialdemócratas, sobre todo aquéllos que se acogieron a la etiqueta de
“tercera vía”, que consideraban las ideas de la socialdemocracia tradicional
como venerables pero propias de otros tiempos”. “Lo público, lo estatal, se
encogió en beneficio del individuo y de lo privado”.
Y luego los partidos socialdemócratas
andan dando vueltas y buscando explicación a la pérdida de apoyos en toda
Europa. No están dispuestos a reconocer la realidad. No quieren asumir que no
trasmiten ilusión por sus “traiciones” y que la utopía sigue siendo necesaria.
Mientras los neocons y compañía
siguen apelando a la emociones, la socialdemocracia da lecciones de realidad o
simplemente varía el discurso en función de las encuestas.
La globalización, ese gran
argumento de la derecha conservadora, “se asienta en una revolución tecnológica
(lo digital, la era de internet) y afecta, más que cualquier otro sector, al de
las finanzas. Existe una libertad absoluta del movimiento del dinero a través
de las fronteras, una libertad relativa de los movimientos de bienes y
servicios entre naciones, y una libertad cada vez más restringida de los
movimientos de personas”. Y así las entidades financieras y las multinacionales
campan a sus anchas y obtienen aún mayores beneficios. Con esta historia de la
globalización no pagan prácticamente impuestos. Todos estamos encantados, somos
personas de mundo. Miel sobre hojuelas.
Llegó la última crisis, la del
2007, y “cuando la necesidad aprieta, los poderes públicos se convierten en los
caballeros blancos de las instituciones privadas, con el aplauso de quienes
hasta un instante antes de las dificultades abominaban de lo estatal y clamaban
para que el Gobierno no pusiese sus sucias manos sobre la economía de mercado.
En última instancia, el capital confía en la salvación pública”.
Tal cual. Pues esos aprovechados
del erario nada más que meten el dinero de todos en su bolso vuelven a la misma
cantinela. ¡Y todavía hay quienes les siguen creyendo! ¿Qué más necesitan para
caerse del burro? ¡Joder, que hemos salvado los bancos a costa del sufrimiento
de mucha gente!
Contra este estado de cosas “hay
mucho radical que se queda en casa, con su ordenador, su teléfono inteligente o
su tablet, en vez de estar en la calle; que polemiza (muchas veces de modo
anónimo o con un heterónimo) a través de las redes sociales, a ver quién es más
revolucionario o más revoltoso, generando lo que se ha denominado shitstorms, tormentas de mierda”.
Debiéramos vernos reflejados en
este comentario todos los que utilizamos las redes sociales, unos más que
otros. No nos confundamos “la indignación digital es un estado afectivo que no
desarrolla, por sí mismo, ninguna fuerza poderosa de acción”.
En España el movimiento 15M creó
una gran ilusión que con el tiempo se ha ido desinflando. Consecuencia de
aquellas “acampadas” nació Podemos que aún anda buscando su lugar en el
panorama político.
Siempre puede pasar algo peor y
pasó: Donald Trump. Pensábamos que el Tea Party era malo y llegó la alt-right (derecha alternativa).
Mientras la izquierda se enfrasca
en debates estériles, la “revolución conservadora” se renueva y avanza con más
brío.
Revoluciones: Cincuenta años de rebeldía (1968-2018) finaliza con
una cita de Benjamin Constant: “Desde que el espíritu del hombre emprendió su
marcha […] no hay invasión de bárbaros, ni coalición de opresores, ni evocación
de prejuicios que pueda hacerla retroceder”. Me sumo al deseo de Joaquín
Estefanía, que así sea.
Es un libro que me gustó. Por lo
demás, no me hagan caso, léanlo. Lo tendrán disponible en su biblioteca pública
o librería preferida.
No llegaron a Revoluciones y sufrieron “contrarrevoluciones” by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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