Publicado en La Nueva España el 11 de septiembre de 2018
La lectura de El orden del día de Éric Vuillard me
hizo establecer un cierto paralelismo con lo que sucede hoy. Antes de seguir,
quiero dejar muy claro que el contexto histórico no es, ni por aproximación,
similar al que narra Vuillard.
El orden del día, para quienes no lo hayan leído, relata la reunión
que se celebró el 20 de febrero de 1933 entre Hitler, Göring y veinticuatro
grandes industriales en el Palacio Residencial del Reichstag. El motivo era
conseguir financiación destinada al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán
(NSDAP) para afrontar las elecciones parlamentarias de Alemania de marzo de
1933. Los industriales acordaron crear un fondo de 3.000.000 de reichsmarks
(moneda alemana utilizada desde 1924 hasta 1948. Tenía un valor de 4,2 RM por
cada dólar).
En ese cónclave estaban presentes
Günther Quandt, August von Finck, Georg von Schmitzler, Wilhelm von Opel,
Gustav Krupp, August Diehn o Herbert Kauert entre otros. Algunos nombres que a
la mayoría no nos dicen nada. Si nos hablan de BASF, Bayer, Varta, Agfa, Opel,
IG Farben, Siemens, Allianz o Telefunken “con esos nombres sí los conocemos”
como nos aclara Vuillard. Los máximos representantes de esas empresas son los
que se reunieron y financiaron a Hitler para llegar al poder. La connivencia
empresarial y política con el nazismo fue total en los primeros años de su
trágica existencia.
Otro ejemplo de la permisividad
con los nazis, también recogida en el libro, fue la anexión de Austria a
Alemania (Anschluss). El silencio de
los primeros ministros europeos fue estrepitoso y de terribles consecuencias.
La actitud de Neville Chamberlain, primer ministro del Reino Unido, fue tan
“llamativa” que dio lugar a que se acuñase un término al cual está
indisolublemente unido: Policy of
appeasement (Política de apaciguamiento). No está mal recordar lo que le
espetó Winston Churchill a Chamberlain en relación con esa anexión: “Tuvo usted
para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos
llevará a la guerra”.
Hasta aquí les cuento. Les
recomiendo su lectura.
Pues bien, este libro me sirvió
para fijarme un poco más en lo que está sucediendo en Europa, aunque es
extrapolable al resto del mundo. Repito, no equiparo situaciones pero no pude
evitar pensar que en la actualidad se está actuando con absoluta
condescendencia con los grupos políticos más radicales, con la extrema derecha,
y en eso sí que hay una similitud. El ejemplo más evidente son las actitudes
xenófobas que recorren Europa. Xenofobia y racismo van de la mano.
La última muestra son las
manifestaciones celebradas en la ciudad alemana de Chemnitz, protagonizadas por
neonazis con la excusa del asesinato de un hombre. Han desatado la caza del
extranjero en Alemania.
La participación de personas de
todos los ámbitos en esta escalada de intransigencia es preocupante. En esa
misma ciudad de Chemnitz un manifestante trato de impedir que le grabase la
televisión pública ZDF, resultó ser
un trabajador del departamento de Investigación de los Criminal del land (estado
federado). Peor aún, el diputado de la ultraderechista Alternativa para
Alemania (AfD), Markus Frohnmaier, pidió a los ciudadanos a través de su cuenta
de Twitter que se tomasen la justicia por su mano.
En fechas recientes, el
ultranacionalista Viktor Orban, primer ministro de Hungría, se reunió en Milán
con el ministro italiano del Interior y líder de la ultraderechista Liga,
Matteo Salvini, para ir concertando actuaciones políticas. Creo que ambos son
de sobra conocidos.
Orban se ha convertido en la referencia
del grupo de Visagredo - integrado por Hungría, Polonia, Eslovaquia y República
Checa - defensores del cierre de fronteras exteriores en la UE (Unión Europea).
Cómo curiosidad les recuerdo que dos días después de la victoria de Viktor Orban,
el pasado mes de abril, el diario Magyar
Nemzet y la emisora de radio Lanchíd cerraron.
Eso sí, el cierre fue motivado por cuestiones financieras. Seguro que no tuvo
nada que ver que ambos medios fuesen propiedad de uno de los mayores
opositores, y examigo, de Orban.
Por su parte Matteo Salvini nos
tiene acostumbrados a descomunales exabruptos. Uno de los últimos ha sido,
refiriéndose a los inmigrantes: “Se les acabó la buena vida; qué empiecen a hacer las maletas”.
Ambos, Orban y Salvini, son
amigos, no sé sí del alma, de Vladimir Putin.
Otro de los máximos defensores
del cierre de fronteras es Sebastian Kurz, el canciller austriaco, quien además
es un férreo defensor de crear schutzzentren
(centros de protección) en países extracomunitarios para recibir allí a los
migrantes y decidir mientras están recluidos en ellos sobre sus peticiones de
asilo. ¿A qué les recuerda? No es el único. El tema ya llegó al Consejo
Europeo, y por ahí sigue, dónde se habla de “plataformas regionales de
desembarco”, eufemismo para decir lo mismo que Kurz. Países como Eslovenia o
Dinamarca se montan a ese carro.
El primer ministro checo, el
populista Andrej Babis, tampoco se anda con chiquitas: “Cuando digo que no
quiero recibir ni a un solo emigrante, esto es un símbolo muy concreto”.
Y ya un último ejemplo. El
presidente francés, Emmanuel Macron, relevó de su cargo al embajador galo en
Hungría, Eric Fournier, por un documento en el que elogiaba a Orban por su
política migratoria.
No me tachen de alarmista, es
para alarmarse. El tema migratorio es la punta del iceberg. Es un asunto muy
sensible, genera gran controversia y apasionamiento, sobre todo en momentos de crisis
económica y de intensos y rápidos cambios sociales como el actual. La
desinformación, la manipulación más descarada está atiborrando muchos medios de
comunicación y sobre todo las redes sociales. A la extrema derecha europea le
está resultando muy fácil ganar adeptos a esta causa, luego ya vendrán otras
cuestiones, no se crean que van a parar aquí.
Tenemos suficientes indicios, y
más qué indicios, de recortes de libertades, intentos de controlar los poderes
judiciales o de modificar legislaciones para perpetuarse en el poder. Paralelamente
están fomentando el ultranacionalismo – aquí podríamos hablar de Donald Trump o
los partidarios del brexit - con las
matizaciones qué deseen.
Los partidos de la derecha más
centrados se están escorando hacia su derecha y aceptando postulados
extremistas para no verse descolgados en las elecciones. Incluso desde la
izquierda se están produciendo enormes silencios, a la vez que van dando
bandazos que desconciertan a los ciudadanos. Las políticas erráticas de la
izquierda, junto a su desunión a nivel europeo, están contribuyendo a que las
proposiciones más radicales y menos democráticas tengan cabida en el debate
político.
En España vemos como los que se
denominan de centro derecha intentan recuperar leyes de 1985, desmemoriar
nuestra historia o ilegalizar partidos cuyas opiniones no les gustan. No me
parece un buen camino.
Reitero por tercera vez: las
décadas de los treinta y cuarenta del siglo pasado no son equiparables a hoy.
Los que quieren acabar con la
democracia se aprovechan de ella para destruirla. No sé lo pongamos fácil. No
es momento de contemporizar.
No es momento de contemporizar by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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