30 oct 2019

La cocina nos hizo humanos


Gracias a Darwin, y desde él en adelante, sabemos que el ser humano ha evolucionado a lo largo de millones de años, que los cambios morfológicos y la dispersión mundial de la población, desde tierras africanas, se debió a la adaptabilidad y sobre todo al desarrollo del cerebro, a la inteligencia.

Por favor, olvídense de los fanáticos negacionistas.

Pues bien, en esto de la evolución Richard Wrangham, profesor de Antropología Biológica en la Universidad de Harvard y experto en primates, afirma que el cambio del consumo de alimentos crudos a cocinados fue determinante en el proceso evolutivo. Lo explica en el libro titulado En llamas: cómo la cocina nos hizo humanos, traducido por Pablo Hermida.

Se trata de un libro de divulgación que no pierde el rigor científico. ¿Es para cualquier tipo de lector? La verdad es que no. Los amantes de la prehistoria, de la biología, de la anatomía o de la cocina lo disfrutarán. Tiene 253 páginas, muchas notas a pie de página y una extensa bibliografía que ocupa treinta páginas.

Al comienzo del libro el profesor Wrangham expone la tesis que luego defenderá: “A mi juicio, el momento transformativo que dio origen al género Homo, una de las grandes transiciones en la historia de la vida, surgió del control del fuego y del advenimiento de los alimentos cocinados”. Simplifica aún más su tesis cuando dice: “Los humanos somos los simios cocineros, las criaturas de la llama”.

Cocinado los alimentos se asimilan mejor y por lo tanto se reducen las horas dedicadas a la alimentación que permitía a los homínidos realizar otras actividades. También, según el autor, la cocción de alimentos contribuyó a la unión de las parejas e incluso a una división sexual del trabajo.

Les confieso que en determinados momentos no he comprendido en toda su amplitud algunos conceptos, no me importó. Al final esas disertaciones más científicas las resume de forma muy gráfica y comprensible. Vean un ejemplo: “El fuego realiza una labor que de otro modo tendría que efectuar nuestro cuerpo. Si te comes un filete debidamente cocinado, tu estómago regresará al reposo con más rapidez. La gelatinización del almidón, la desnaturalización de las proteínas y los costes  de la digestión, la absorción y la asimilación de la carne nos enseña una misma lección: la cocina nos aporta calorías”.

Richard Wrangham insiste en vincular el origen del Homo erectus con el tiempo en el que empezó a cocinar: “En primer lugar, los cambios anatómicos relacionados con la dieta, incluidos la reducción del tamaño de los dientes y el ensanchamiento de la caja torácica, fueron mayores que en cualquier otro período de la evolución humana, y encajan con la teoría de que mejoró la calidad nutricional de la dieta y de que los alimentos consumidos eran más blandos. En segundo lugar, la pérdida de las características que permitían trepar de manera eficaz marcó el paso a dormir en el suelo, difícilmente explicable sin el control del fuego”.

Los planteamientos que realiza sobre el origen de la familia inducen a replantearse ideas que tenemos asentadas: “La hipótesis de que la familia humana se originó con la competición por la comida plantea un desafío al pensamiento convencional, toda vez que otorga la primacía a la economía, relegando a un segundo plano las relaciones sexuales. Los antropólogos conciben con frecuencia el matrimonio como un intercambio en el que las mujeres obtienen recursos y los hombres consiguen una garantía de paternidad. Según esta concepción, el sexo es la base de nuestro sistema de emparejamiento y las consideraciones económicas son algo accesorio. Pero, en respaldo de la importancia primordial de la comida en la determinación de los arreglos de emparejamiento, en las especies animales el sistema de apareamiento se adapta al sistema de alimentación, más que a la inversa”. Abunda en esta afirmación: “El sistema de apareamiento está condicionado por la forma en la que las especies se adaptan socialmente a su suministro alimentario”.

Pero no todo fue tan bonito. Esas relaciones condujeron a una nueva situación que todavía hoy condiciona y determina las relaciones de pareja: “La idea de que la cocina condujera a nuestros emparejamientos sugiere una ironía a escala mundial. La cocina ha traído consigo enormes beneficios nutricionales. Pero para las mujeres la adopción de la cocina ha conllevado asimismo un importante incremento de su vulnerabilidad ante la autoridad masculina. Los hombres han sido los principales beneficiarios. La cocina ha liberado el tiempo de las mujeres y ha alimentado a sus hijos, pero también las ha atrapado en un nuevo rol subordinado, impuesto por la cultura dominada por los varones. La cocina ha creado y perpetuado un nuevo sistema de superioridad cultural masculina. No es un panorama muy atractivo”.

Con tanta cita, y tan largas, deseo trasmitirles el interés que despertó en mi En llamas: cómo la cocina nos hizo humanos. Al tratarse de un ensayo me permito lo que nunca hago con una novela, desvelar la “trama”.

Como resumen nada mejor que las palabras del autor, nuevamente: “La nueva y deliciosa dieta cocinada habría propiciado la evolución hacia tripas más pequeñas, cerebros más grandes y cuerpos de mayor tamaño, así como la reducción del pelo corporal; más carreras; más caza; vidas más largas; temperamentos más tranquilos; y un nuevo énfasis en el emparejamiento entre mujeres y hombres. La blandura de los alimentos vegetales cocinados habría seleccionado los dientes más pequeños. La protección proporcionada por el fuego durante la noche les habría permitido dormir en el suelo y perder su habilidad trepadora. Y probablemente las mujeres habrían empezado a cocinar para los hombres, quienes habrían dispuesto cada vez de más tiempo libre para buscar carne y miel”.

Al final, Wrangham nos echa un jarro de agua fría y nos pone ante un enorme problema de nuestras opulentas sociedades: la obesidad. No estaría mal que tuviésemos presente algunas de las cosas que nos cuenta: “La digestión de las proteínas cuesta más que la de los carbohidratos, mientras que las grasas tienen el coste digestivo más bajo de todos los macronutrientes”. Ya ven cual es la razón por la que nos gusta tanto la comida basura.

Paradójicamente “con el mismo número de calorías medidas, una persona obesa, que tiene un coste digestivo más bajo, engordará más que una persona delgada. La vida puede ser injusta”.

Muchas veces hemos dicho ¿cómo es posible que esa persona esté tan delgada según come? Pues ya saben la respuesta. Recuerden, “engordamos al consumir alimentos fáciles de digerir”.

En esta ocasión les voy a destripar el final: “El gran problema de la dieta era en su momento cómo conseguir suficientes alimentos cocinados, como lo sigue siendo para millones de personas del mundo entero. Pero para aquellos de nosotros que tenemos la fortuna de vivir en la abundancia el desafío ha cambiado. Hemos de hallar formas de hacer más sana nuestra antigua dependencia de la comida cocinada”.

Pues ya ven, otra de las contradicciones en las que caemos los humanos según vamos avanzando en desarrollo cultural y tecnológico. Nos queda mucho camino por avanzar y aún más por aprender.

Si he conseguido que les pique el gusanillo por este libro, acérquense a su biblioteca pública o librería preferida y disfrútenlo.


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