Gracias a Darwin, y desde él en
adelante, sabemos que el ser humano ha
evolucionado a lo largo de millones de años, que los cambios morfológicos y la
dispersión mundial de la población, desde tierras africanas, se debió a la adaptabilidad
y sobre todo al desarrollo del cerebro, a la inteligencia.
Por favor, olvídense de los
fanáticos negacionistas.
Pues bien, en esto de la
evolución Richard Wrangham, profesor de Antropología Biológica en la
Universidad de Harvard y experto en primates, afirma que el cambio del consumo
de alimentos crudos a cocinados fue determinante en el proceso evolutivo. Lo
explica en el libro titulado En llamas:
cómo la cocina nos hizo humanos, traducido por Pablo Hermida.
Se trata de un libro de
divulgación que no pierde el rigor científico. ¿Es para cualquier tipo de
lector? La verdad es que no. Los amantes de la prehistoria, de la biología, de
la anatomía o de la cocina lo disfrutarán. Tiene 253 páginas, muchas notas a
pie de página y una extensa bibliografía que ocupa treinta páginas.
Al comienzo del libro el profesor
Wrangham expone la tesis que luego defenderá: “A mi juicio, el momento
transformativo que dio origen al género Homo,
una de las grandes transiciones en la historia de la vida, surgió del control
del fuego y del advenimiento de los alimentos cocinados”. Simplifica aún más su
tesis cuando dice: “Los humanos somos los simios cocineros, las criaturas de la
llama”.
Cocinado los alimentos se
asimilan mejor y por lo tanto se reducen las horas dedicadas a la alimentación
que permitía a los homínidos realizar otras actividades. También, según el
autor, la cocción de alimentos contribuyó a la unión de las parejas e incluso a
una división sexual del trabajo.
Les confieso que en determinados
momentos no he comprendido en toda su amplitud algunos conceptos, no me
importó. Al final esas disertaciones más científicas las resume de forma muy
gráfica y comprensible. Vean un ejemplo: “El fuego realiza una labor que de
otro modo tendría que efectuar nuestro cuerpo. Si te comes un filete
debidamente cocinado, tu estómago regresará al reposo con más rapidez. La
gelatinización del almidón, la desnaturalización de las proteínas y los
costes de la digestión, la absorción y
la asimilación de la carne nos enseña una misma lección: la cocina nos aporta
calorías”.
Richard Wrangham insiste en
vincular el origen del Homo erectus
con el tiempo en el que empezó a cocinar: “En primer lugar, los cambios
anatómicos relacionados con la dieta, incluidos la reducción del tamaño de los
dientes y el ensanchamiento de la caja torácica, fueron mayores que en
cualquier otro período de la evolución humana, y encajan con la teoría de que
mejoró la calidad nutricional de la dieta y de que los alimentos consumidos
eran más blandos. En segundo lugar, la pérdida de las características que
permitían trepar de manera eficaz marcó el paso a dormir en el suelo,
difícilmente explicable sin el control del fuego”.
Los planteamientos que realiza
sobre el origen de la familia inducen a replantearse ideas que tenemos
asentadas: “La hipótesis de que la familia humana se originó con la competición
por la comida plantea un desafío al pensamiento convencional, toda vez que
otorga la primacía a la economía, relegando a un segundo plano las relaciones
sexuales. Los antropólogos conciben con frecuencia el matrimonio como un
intercambio en el que las mujeres obtienen recursos y los hombres consiguen una
garantía de paternidad. Según esta concepción, el sexo es la base de nuestro
sistema de emparejamiento y las consideraciones económicas son algo accesorio.
Pero, en respaldo de la importancia primordial de la comida en la determinación
de los arreglos de emparejamiento, en las especies animales el sistema de
apareamiento se adapta al sistema de alimentación, más que a la inversa”.
Abunda en esta afirmación: “El sistema de apareamiento está condicionado por la
forma en la que las especies se adaptan socialmente a su suministro
alimentario”.
Pero no todo fue tan bonito. Esas
relaciones condujeron a una nueva situación que todavía hoy condiciona y
determina las relaciones de pareja: “La idea de que la cocina condujera a
nuestros emparejamientos sugiere una ironía a escala mundial. La cocina ha
traído consigo enormes beneficios nutricionales. Pero para las mujeres la
adopción de la cocina ha conllevado asimismo un importante incremento de su
vulnerabilidad ante la autoridad masculina. Los hombres han sido los
principales beneficiarios. La cocina ha liberado el tiempo de las mujeres y ha
alimentado a sus hijos, pero también las ha atrapado en un nuevo rol
subordinado, impuesto por la cultura dominada por los varones. La cocina ha
creado y perpetuado un nuevo sistema de superioridad cultural masculina. No es
un panorama muy atractivo”.
Con tanta cita, y tan largas,
deseo trasmitirles el interés que despertó en mi En llamas: cómo la cocina nos hizo humanos. Al tratarse de un
ensayo me permito lo que nunca hago con una novela, desvelar la “trama”.
Como resumen nada mejor que las
palabras del autor, nuevamente: “La nueva y deliciosa dieta cocinada habría
propiciado la evolución hacia tripas más pequeñas, cerebros más grandes y
cuerpos de mayor tamaño, así como la reducción del pelo corporal; más carreras;
más caza; vidas más largas; temperamentos más tranquilos; y un nuevo énfasis en
el emparejamiento entre mujeres y hombres. La blandura de los alimentos
vegetales cocinados habría seleccionado los dientes más pequeños. La protección
proporcionada por el fuego durante la noche les habría permitido dormir en el
suelo y perder su habilidad trepadora. Y probablemente las mujeres habrían
empezado a cocinar para los hombres, quienes habrían dispuesto cada vez de más
tiempo libre para buscar carne y miel”.
Al final, Wrangham nos echa un
jarro de agua fría y nos pone ante un enorme problema de nuestras opulentas
sociedades: la obesidad. No estaría mal que tuviésemos presente algunas de las cosas
que nos cuenta: “La digestión de las proteínas cuesta más que la de los
carbohidratos, mientras que las grasas tienen el coste digestivo más bajo de
todos los macronutrientes”. Ya ven cual es la razón por la que nos gusta tanto
la comida basura.
Paradójicamente “con el mismo
número de calorías medidas, una persona obesa, que tiene un coste digestivo más
bajo, engordará más que una persona delgada. La vida puede ser injusta”.
Muchas veces hemos dicho ¿cómo es
posible que esa persona esté tan delgada según come? Pues ya saben la
respuesta. Recuerden, “engordamos al consumir alimentos fáciles de digerir”.
En esta ocasión les voy a
destripar el final: “El gran problema de la dieta era en su momento cómo
conseguir suficientes alimentos cocinados, como lo sigue siendo para millones
de personas del mundo entero. Pero para aquellos de nosotros que tenemos la
fortuna de vivir en la abundancia el desafío ha cambiado. Hemos de hallar
formas de hacer más sana nuestra antigua dependencia de la comida cocinada”.
Pues ya ven, otra de las
contradicciones en las que caemos los humanos según vamos avanzando en
desarrollo cultural y tecnológico. Nos queda mucho camino por avanzar y aún más
por aprender.
Si he conseguido que les pique el
gusanillo por este libro, acérquense a su biblioteca pública o librería
preferida y disfrútenlo.
La cocina nos hizo humanos by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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