El ser humano nunca ha
contaminado tanto como en estos momentos. Tranquilos, al ritmo que vamos
vendrán épocas peores. Nuestra forma de vida es la causante del desastre
ecológico que padecemos. Lo sabemos pero nuestro masoquismo social nos impulsa
a continuar por la senda que nos han marcado. Crecer, consumir para seguir
creciendo, esa es la máxima que damos por buena. El sistema se retroalimenta y
cada día es más voraz. La obsolescencia programada es el ejemplo más claro de
lo absurdo de nuestro sistema de producción y de consumo. Todo se reduce al
beneficio.
De esa espiral insaciable del
consumismo emana la pobreza, la explotación, las desigualdades sociales y
económicas, la ansiedad, el egoísmo… la contaminación.
Da igual lo que digamos, no
queremos cambiar. Buscamos justificaciones y nos sacamos de la manga el conejo
del reciclaje que nos proporciona tranquilidad. No nos engañemos, la solución
no está en reciclar si no en la manera de consumir.
Esto del reciclaje es muy
curioso, al menos en España. Los ciudadanos reciclamos, las industrias se
beneficial de ello pero los productos fruto de ese reciclaje no bajan de
precios. Habrá quien diga “es que si no es por eso los precios aún serían más
altos”. Pues ante la duda que nos apliquen el sistema alemán que paga por
reciclar.
Siguiendo con esto de reciclar,
el otro día leí un artículo en el que hablaban de lo que han denominado feísmo
gallego que no es otra cosa que el reciclaje
de materiales para otros usos. Entre ellos se encuentran los integrantes del
grupo Ergosfera, o al menos uno de sus fundadores, el arquitecto Iago Carro.
Ergosfera es un grupo de arquitectos, con base en A Coruña, que desarrollan
propuestas urbanísticas y estudios sobre las formas de uso y urbanización del
territorio. Andan cerca de la cultura libre y la filosofía hacker, por lo que
quise entender.
Iago Carro ve bien que a objetos
sobrantes se les de otra vida. No importa si son somieres como cierres de
fincas o bañeras como abrevaderos.
Afirma que tendríamos que verlo sin prejuicios estéticos. Desde Ergosfera creen
que el feísmo se asocia a una falta de respeto por el paisaje y al atraso de
los habitantes del mundo rural. Afirman que es un concepto introducido por la
política para culpabilizar a la ciudadanía. Esta última afirmación me parece
acertada, lo demás no lo comparto.
Es cierto que desde ciertos
sectores urbanitas tienen una imagen distorsionada de la realidad de los
pueblos. Ni son lugares bucólicos ni reductos del atraso. Ese mundo ideal del
campo no es el de la campiña británica o suiza en la que pasan algunos días gente con mucho dinero. La realidad rural
española queda aún bastante lejos de la francesa, inglesa, alemana o italiana.
El entorno rural es un todo. No
hay una diferenciación clara entre espacio para habitar y para trabajar.
La
modernización del campo conllevó la importación de prácticas y comportamientos
muy urbanos.
Hasta no hace tantos años los
prados y fincas estaban delimitados, en muchos casos, por sebes (setos) o por muros de piedra, incluso por frutales como el
avellano. Las portillas eran, siguen siendo, de palos entrecruzados más o menos
trabajados. Se hicieron, y hacen, también con alambre de espino en la que
rápidamente se trenzan los artos
(arbustos espinosos). Esta forma de cerrar las propiedades tiene un problema:
necesita mantenimiento. Ya no hay tiempo para eso. Hay que producir al máximo y
no se puede perder el tiempo.
La utilización de materiales de
desecho en los pueblos ya no es el tradicional de aprovechamiento integral de los
recursos del entorno. Lo que ahora hacen, no todos desde luego, no lo llamo
reciclaje. Algunos parece que padecen el Síndrome de Diógenes. La acumulación
de somieres, bañeras, tazas de váter y demás, por mucho uso que se les de no es
reciclaje.
Los restos de plásticos para
ensilar se han convertido en un problema medioambiental. Grupos de voluntarios
sacan de los ríos toneladas de residuos arrojados en los pueblos. Las viejas
casas no se rehabilitan, se derriban… En los pueblos también se contamina y se cometen
barbaridades urbanísticas.
Las imposiciones económicas han
transformado la vida en los pueblos hasta asimilarla a la urbana. Apenas hay
diferencias entre los que vivimos en pueblos, más o menos grandes, y los
urbanitas. De haber alguna es en el acceso a los servicios públicos.
Por un lado tenemos ecologistas
de fin de semana y por otro palmeros buenistas. En ambos casos suelen ser
urbanitas que de vez en cuando se pasan por el pueblo.
Hacer del feísmo una teoría o una
forma de entender y justificar el paisaje rural me parece una gilipollez. La
cuestión estética, sin prejuicios, ni la menciono.
En fin, seguro que encuentran
apoyos.
El artículo al que hago
referencia apareció en Público y se
titula ¿Feísmo gallego? No son chapuzas,
es reciclaje de Henrique Mariño.
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