1 sept 2020

Reciclaje y feísmo

  El ser humano nunca ha contaminado tanto como en estos momentos. Tranquilos, al ritmo que vamos vendrán épocas peores. Nuestra forma de vida es la causante del desastre ecológico que padecemos. Lo sabemos pero nuestro masoquismo social nos impulsa a continuar por la senda que nos han marcado. Crecer, consumir para seguir creciendo, esa es la máxima que damos por buena. El sistema se retroalimenta y cada día es más voraz. La obsolescencia programada es el ejemplo más claro de lo absurdo de nuestro sistema de producción y de consumo. Todo se reduce al beneficio.
  De esa espiral insaciable del consumismo emana la pobreza, la explotación, las desigualdades sociales y económicas, la ansiedad, el egoísmo… la contaminación.
  Da igual lo que digamos, no queremos cambiar. Buscamos justificaciones y nos sacamos de la manga el conejo del reciclaje que nos proporciona tranquilidad. No nos engañemos, la solución no está en reciclar si no en la manera de consumir.
  Esto del reciclaje es muy curioso, al menos en España. Los ciudadanos reciclamos, las industrias se beneficial de ello pero los productos fruto de ese reciclaje no bajan de precios. Habrá quien diga “es que si no es por eso los precios aún serían más altos”. Pues ante la duda que nos apliquen el sistema alemán que paga por reciclar.
  Siguiendo con esto de reciclar, el otro día leí un artículo en el que hablaban de lo que han denominado feísmo gallego que no es otra cosa que el reciclaje de materiales para otros usos. Entre ellos se encuentran los integrantes del grupo Ergosfera, o al menos uno de sus fundadores, el arquitecto Iago Carro. Ergosfera es un grupo de arquitectos, con base en A Coruña, que desarrollan propuestas urbanísticas y estudios sobre las formas de uso y urbanización del territorio. Andan cerca de la cultura libre y la filosofía hacker, por lo que quise entender.
  Iago Carro ve bien que a objetos sobrantes se les de otra vida. No importa si son somieres como cierres de fincas  o bañeras como abrevaderos. Afirma que tendríamos que verlo sin prejuicios estéticos. Desde Ergosfera creen que el feísmo se asocia a una falta de respeto por el paisaje y al atraso de los habitantes del mundo rural. Afirman que es un concepto introducido por la política para culpabilizar a la ciudadanía. Esta última afirmación me parece acertada, lo demás no lo comparto.
  Es cierto que desde ciertos sectores urbanitas tienen una imagen distorsionada de la realidad de los pueblos. Ni son lugares bucólicos ni reductos del atraso. Ese mundo ideal del campo no es el de la campiña británica o suiza en la que pasan algunos días  gente con mucho dinero. La realidad rural española queda aún bastante lejos de la francesa, inglesa, alemana o italiana.
  El entorno rural es un todo. No hay una diferenciación clara entre espacio para habitar y para trabajar. 
  La modernización del campo conllevó la importación de prácticas y comportamientos muy urbanos.
  Hasta no hace tantos años los prados y fincas estaban delimitados, en muchos casos, por sebes (setos) o por muros de piedra, incluso por frutales como el avellano. Las portillas eran, siguen siendo, de palos entrecruzados más o menos trabajados. Se hicieron, y hacen, también con alambre de espino en la que rápidamente se trenzan los artos (arbustos espinosos). Esta forma de cerrar las propiedades tiene un problema: necesita mantenimiento. Ya no hay tiempo para eso. Hay que producir al máximo y no se puede perder el tiempo.
  La utilización de materiales de desecho en los pueblos ya no es el tradicional de aprovechamiento integral de los recursos del entorno. Lo que ahora hacen, no todos desde luego, no lo llamo reciclaje. Algunos parece que padecen el Síndrome de Diógenes. La acumulación de somieres, bañeras, tazas de váter y demás, por mucho uso que se les de no es reciclaje.
  Los restos de plásticos para ensilar se han convertido en un problema medioambiental. Grupos de voluntarios sacan de los ríos toneladas de residuos arrojados en los pueblos. Las viejas casas no se rehabilitan, se derriban… En los pueblos también se contamina y se cometen barbaridades urbanísticas.
  Las imposiciones económicas han transformado la vida en los pueblos hasta asimilarla a la urbana. Apenas hay diferencias entre los que vivimos en pueblos, más o menos grandes, y los urbanitas. De haber alguna es en el acceso a los servicios públicos.
  Por un lado tenemos ecologistas de fin de semana y por otro palmeros buenistas. En ambos casos suelen ser urbanitas que de vez en cuando se pasan por el pueblo.
  Hacer del feísmo una teoría o una forma de entender y justificar el paisaje rural me parece una gilipollez. La cuestión estética, sin prejuicios, ni la menciono.
  En fin, seguro que encuentran apoyos.

  El artículo al que hago referencia apareció en Público y se titula ¿Feísmo gallego? No son chapuzas, es reciclaje de Henrique Mariño.

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