La verdad es que esperaba que el
ensayo Cómo mueren las democracias de
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, traducido por Gemma Deza Guil, tuviese un
carácter más general y analizasen las causas, cierto que variadas, de cómo se
deterioran las democracias. En cierta medida lo hacen, pero fundamentalmente se
centran en Estados Unidos.
La primera edición es de 2018,
cuando Donald Trump llevaba más de un año de presidente y ya denotaba formas
autoritarias. Bueno, ya llegó con ellas a la Casa Blanca. Los indicios y las
primeras medidas que tomó auguraban males diversos, la realidad fue mucho peor.
Los autores establecen cuatro
señales de advertencia conductuales que pueden ayudarnos a identificar a una
persona totalitaria. Teniendo en cuenta esos patrones podemos evitar males
mayores y cortar el paso a políticos autoritarios.
Según Levitsky y Ziblatt las
élites políticas tienen un papel determinante para contener a los populistas.
Junto a esas élites los partidos políticos son una pieza clave: «Una prueba
esencial para las democracias no es si afloran o no tales figuras, sino si la
élite política y, sobre todo, los partidos políticos se esfuerzan por
impedirles llegar al poder, manteniéndolos alejados de los puestos principales,
negándose a aprobarlos o a alinearse con ellos y, en caso necesario, haciendo
causa común con la oposición en apoyo a candidatos democráticos».
Los autores, visto estos
planteamientos, parece que no conceden ninguna relevancia al papel de los
ciudadanos. Para ilustrar esas afirmaciones ponen el ejemplo de la Alemania
nazi y la Italia fascista. Olvidan, desde luego intencionadamente, que la
situación de los años veinte y treinta en Europa no es equiparable a nuestra
realidad. Esa comparación necesitaría muchas matizaciones.
Lo que no cabe duda es que los
autoritarios y dictadores utilizan las instituciones democráticas, de manera
más o menos sutil, manipulando la legalidad para destruir la democracia.
Es cierto que en períodos de
crisis económica, que llevan aparejados descontento social y desafecto
político, surgen personajes vocingleros, carentes de escrúpulos, que se erigen
en falsos faros sociales. El desaliento de los ciudadanos y el desconcierto político
hace que esos oscuros personajes se instalen en el poder o en sus aledaños. Es
un hecho contrastado por los historiadores y sobre el que insisten los autores
de Cómo mueren las democracias, así
dicen, por ejemplo: «Los autócratas en potencia suelen usar las crisis
económicas, los desastres naturales y, sobre todo, las amenazas a la seguridad
(sean guerras, insurgencias armadas o atentados terroristas) para justificar la
adopción de medidas antidemocráticas».
Hasta no hace mucho tiempo
teníamos la idea, errónea, que las democracias se terminaban con el triunfo de
golpes de Estado. En muchas ocasiones sí ha sido así. Los autores ponen varios
ejemplos, entre ellos España y el golpe de Estado franquista. Las explicaciones
que dan sobre ese golpe de Estado son simples y tendenciosas. Acuden a
justificaciones trasnochadas que fueron utilizadas por los golpistas. Para
muestra vean: «El malestar en el mundo rural y cientos de incendios
premeditados de iglesias, conventos y otras instituciones católicas llevaron a
los conservadores a sentirse asediados y presas de una furia conspiratoria».
Quienes reduzcan el golpe franquista a este tipo de premisas desconocen la
Historia y están justificando lo injustificable.
Ponen también cómo ejemplos los
golpes de Estado de Chile y Argentina. Los reducen a problemas internos de esos
países y para nada mencionan la implicación directa de Estados Unidos.
En fin, Cómo mueren las democracias creo que necesita puntualizaciones y
explicaciones más detalladas e incluso menos parciales en ocasiones. De todas
formas es interesente ya que expone características de la democracia
estadounidense que no dejan de resultar muy curiosas para nosotros. Una
democracia que permite cosas cómo esta: «Los presidentes que encuentran
obstáculos para sacar adelante su programa pueden esquivar a la asamblea
legislativa emitiendo órdenes ejecutivas, proclamaciones, directivas, acuerdos
ejecutivos o memorandos presidenciales, los cuales adquieren el peso de ley sin
necesitar la aprobación del Congreso. La Constitución no prohíbe tal
actuación».
La victoria de Donald Trump
extrañó a muchos, aunque no debiera ya que se sustenta en una forma de entender
la política en Estados Unidos que proviene de la Guerra de Secesión. Según nos
cuentan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt «sólo en la década de 1930 existían en
Estados Unidos hasta ochocientos grupos extremistas de derechas». No hay que
remontarse tan atrás, «a partir de Ronald Reagan en 1980, el Partido
Republicano asimiló a la derecha conservadora y adoptó posturas cada vez más
cercanas a los evangélicos, como la oposición al aborto, el apoyo a la oración
en las escuelas y, posteriormente, la oposición al matrimonio entre
homosexuales».
Trump puso al descubierto la
fragilidad de una democracia que todos creíamos firme y segura. Su gobierno se
convirtió en el gobierno menos democrático, con un presidente que amenazaba a
sus adversarios con meterlos en la cárcel, atacaba a la prensa y finalmente
negó la validez de las elecciones y alentó a sus huestes a dar un golpe de
Estado. Lo que nos parecía solo posible en una «república bananera» sucedió en
el que se considera el país más democrático del mundo.
Los autores consideran que el
principal causante del desvío democrático y del enfrentamiento es el Partido
Republicano. Ahora «los dos partidos están divididos por temas de raza y
religión, dos temas profundamente polarizadores que tienden a generar una mayor
intolerancia y hostilidad que los temas políticos tradicionales, como los
impuestos o el gasto público».
En los últimos tiempos estamos
viendo cómo la extrema derecha están ocupando parcelas de poder en España, no
nos creamos que son diferentes a Trump y demás ralea. Ya hemos visto las
consecuencias. La democracia la defendemos los ciudadanos con actitudes y
formas democráticas.
Este tipo de libros pueden
ayudarnos a comprender la realidad. Esta es mi opinión, ustedes léanlo y se
formarán la suya.
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