La tranquilidad pandémica del
anochecer se ha visto alterada, en varias ciudades, por la irrupción de
aguerridos defensores de la libertad de expresión. No es para menos, está en juego
uno de los pilares en los que se sustentan las democracias.
Según cuentan y vemos por las
imágenes de televisión y vídeos, muchos son jóvenes. Están muy preocupados por
el estrangulamiento de la palabra individual, según se desprende de sus escasas
palabras a los medios de comunicación y lo que se tuitea.
El detonante del descontento ha
sido el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, condenado por enaltecimiento
del terrorismo e injurias a la corona. Este hombre no se corta a la hora de
defender a grupos terroristas como el GRAPO o ETA, ambos desaparecidos.
Hasta no hace mucho no sabía ni
que existiera. Vi y escuché algunos de sus vídeos y no me gustaron. Hasél o
vive anclado en un pasado que no conoció, y del que me da la sensación que poco
sabe, o se lo monta así para dar la nota e intentar sacarle pasta a eso que
hace. Sea por una u otra razón que se ponga en tela de juicio la libertad de
expresión es signo de que algo no funciona.
En una democracia todo es
relativo y mejorable, en España aún más. En nuestra legislación perviven
vestigios decimonónicos con otros de época franquista, además de las
incorporaciones legales más recientes, con clara intención autoritaria, como es
el caso de la denominada « ley mordaza». Ese corpus legislativo consolida las opiniones de que en España la
libertad de expresión está constreñida.
¿Los manifestantes de los últimos
días exigen más libertad de opinión? Pues va a ser que no. No digo yo que
algunos no la exijan, pero a muchos les importa un pito. Me temo que el encarcelamiento
de Pablo Hasél les importa otro pito. Es difícil asociar los disturbios
callejeros, con destrozos en el mobiliario urbanos y en propiedades privadas,
con la demanda democrática de más libertad. Estas protestas se han convertido
en vandalismo, así, sin paliativos. Sólo hay que ver los saqueos a las tiendas.
Hay quienes ven en estas
algaradas las manifestaciones de desencanto de los jóvenes con la sociedad en
la que les ha tocado vivir. ¡Ojalá, fuese así! Los jóvenes en España sufren
unos niveles de desempleo inaceptables y los que trabajan lo hacen, en
demasiados casos, por unos sueldos miserables que les lastran para
desarrollarse como personas. Sí ese fuese el motivo ya tendrían que haberse
echado a la calle hace años. Por mucho que lo intenten esos buenistas no parece
que este sea el caso. Los tumultuarios lo son por otras razones. Ah, por
cierto, a muchos de ellos les encanta hacerse autofotos y que les fotografíen. Como
decía la canción de Golpes Bajos «Malos tiempos para la libertad» perdón, perdón,
la canción decía «Malos tiempos para la
lírica» lo cual es bien cierto.
Los desordenes callejeros han
traído cargas policiales que han acarreado protestas entre políticos y
periodistas. En algunos casos las han tildado de desproporcionadas y fuera de
lugar en una democracia. Pues igual tienen razón. En una democracia ante la
quema de contenedores de basura, motos o destrozos de escaparates y robos hay
que dialogar y reconvenir a los causantes y hacerles entrar en razón de lo
inapropiado de sus acciones.
No voy a entrar en la gestión de
las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y su función en una democracia.
En este punto habrá quienes saquen a colación la pérdida de un ojo por parte de
una ciudadana, hecho muy lamentable, u otras cargas policiales y las comparará
con las diatribas fascistas que se van de rositas. Independientemente de sus
razones – ciertas – aquí estoy intentando comprender la relación de esos
alborotos con la libertad de expresión y de momento no la encuentro.
Estas cargas policiales me
recuerdan a los enfrentamientos entre los mineros asturianos o los de la naval
y los antidisturbios. Mejor dicho, no me los recuerdan por equiparables si no
por todo lo contrario. Hay imágenes por la red para comprobarlo. Los de la
naval gijonesa y los mineros sabían a lo que iban y lo que les podía pasar. Los
únicos lamentos eran los que se producían al recibir un pelotazo o un toletazo.
Los antidisturbios también cobraban lo suyo. Los voladores y las bolas de
rodamientos lanzadas con tirachinas hacían mucho daño. ¡Claro, eran otros tiempos! y
otras luchas.
Y a todo esto, los partidos echando más leña
al fuego. La derecha y extrema derecha se frotan las manos, los nacionalistas
catalanes hablan de lo que sucede en Cataluña y lo demás les importa un pito –
van tres -.
El Gobierno central cada uno por
su lado y Unidas Podemos sigue descolocada. La hostia que se van a dar en la
próximas elecciones generales, como sigan así, va a ser de campeonato, y me
refiero a Unidas Podemos.
La afirmación de Pablo Iglesias «no hay una
situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los
líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y el
otro en Bruselas» levantaron un gran revuelo y ahí seguimos.
Este hombre de política debe saber
un montón, de política teórica, de la práctica anda bastante perdido. Hace
honor a su segundo apellido: Turrión. En Asturias se dice que es un turrión al testarudo. También tiene
otras acepciones como dar cornadas, que embiste, de mal humor o propenso al
enfado.
Estoy de acuerdo en que la
normalidad democrática española es especial, cómo también lo son el resto. No
hay una que se ajuste a los deseos de cada español. Pues eso es democracia.
Tenemos un marco general en el que desenvolvernos y desde ahí vamos puliendo la
legislación y los comportamientos sociales e individuales. La democracia es un
proceso en construcción continuo, no tiene límites. Pero no nos equivoquemos,
para que esto funcione tenemos que respetar las normas y formas y aquello que
no nos guste modificarlo según las leyes establecidas. En el momento que
rompemos esa sencilla regla vamos mal, muy mal.
El pasado franquista sigue pesando
un montón. La actual ultraderecha conserva las fobias, los modales y formas
implantados por la dictadura franquista. Racismo, xenofobia, chulerío señorito
e intransigencia religiosa – de boquilla – son sus signos identitarios.
Mañana se celebra el 40 aniversario
del fallido intento de golpe de Estado, el 23 F. Los que no vivieron la
Transición y ese 23 de febrero de 1981, por mucho que hayan leído y visto en
grabaciones, no huelen el miedo que había en España. Ganas de democracia,
todas, miedo también, mucho miedo.
En aquellos tiempos muchos
ciudadanos se jugaron el tipo. Los hostiaron en la calle y en las comisarías y
antes que ellos muchos dejaron la vida por la democracia. Ahora hay que
soportar lecciones de democracia de quienes han vivido siempre en una. Tienen
todo el derecho a criticarla, eso es democracia, pero tenían que tener un
respeto por todos los que se dejaron la vida y la piel por ella.
Me repatea el hígado que esos
niñatos quema contenedores y rompelunas se autoproclamen luchadores por la
libertad. Quiero que Pablo Hasél siga escribiendo esas pésimas letras pero
también que no insulte por pensar diferente a él. Cuando le caigan otras
sentencias firmes por amenazar a un testigo o por agredir a un periodista ¿dirá
también que están coartando su libertad de expresión? No, entonces dirá que le
coartan su libertad de movimientos.
Necesitamos repensar la democracia
de nuestro país desde el sosiego y con las miras puestas en la convivencia y la
solidaridad. No es una cuestión de demarcaciones territoriales, se trata buscar
soluciones para los problemas sociales que nos acucian.
Mañana no estarán presentes en el
Congreso de los Diputados, eso han dicho, ERC, PNV, Bildu, Junts, el PDeCAT, el
BNG y la CUP. Nunca lo hacen en los actos que participa el Rey, tampoco en los
aniversarios que conmemoran los aniversarios de la Constitución. Están en su
derecho, eso es la democracia.
Visto este detalle democrático de
partidos independentistas de derecha e izquierda así como un grupo
anticapitalista, me acuerdo de José Maldonado. Imagino que muchos de ellos no
sabrán quien fue. Se lo aclaro rápidamente. José Maldonado fue el último
presidente de la República en el exilio y quien tuvo que tomar la decisión de
disolver las instituciones republicanas. No fue una decisión fácil. Maldonado
puso en la balanza o mantener esas instituciones republicanas y exigir su
reinstauración en España, y con ello el enfrentamiento entre españoles, o una
democracia con una monarquía en la jefatura del Estado. Antepuso los intereses
generales y optó por esa democracia. José Maldonado tuvo que exiliarse pues
corría el riesgo cierto de ser fusilado. En el exilio llegó a pasar hambre y
todo tipo de infortunios. A la hora de tomar aquella decisión pensó en los
ciudadanos. Así de sencillo. No sé, tal vez todos los diputados y senadores
deberían aprender algo de una persona tan honrada y generosa como José
Maldonado.
Ahora que vengan estos paladines de
la democracia y me cuenten sus historietas.
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