22 feb 2021

Paladines de la democracia y nuevos defensores de la libertad de expresión

 
  La tranquilidad pandémica del anochecer se ha visto alterada, en varias ciudades, por la irrupción de aguerridos defensores de la libertad de expresión. No es para menos, está en juego uno de los pilares en los que se sustentan las democracias.
  Según cuentan y vemos por las imágenes de televisión y vídeos, muchos son jóvenes. Están muy preocupados por el estrangulamiento de la palabra individual, según se desprende de sus escasas palabras a los medios de comunicación y lo que se tuitea.
  El detonante del descontento ha sido el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, condenado por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona. Este hombre no se corta a la hora de defender a grupos terroristas como el GRAPO o ETA, ambos desaparecidos.
  Hasta no hace mucho no sabía ni que existiera. Vi y escuché algunos de sus vídeos y no me gustaron. Hasél o vive anclado en un pasado que no conoció, y del que me da la sensación que poco sabe, o se lo monta así para dar la nota e intentar sacarle pasta a eso que hace. Sea por una u otra razón que se ponga en tela de juicio la libertad de expresión es signo de que algo no funciona.
  En una democracia todo es relativo y mejorable, en España aún más. En nuestra legislación perviven vestigios decimonónicos con otros de época franquista, además de las incorporaciones legales más recientes, con clara intención autoritaria, como es el caso de la denominada « ley mordaza». Ese corpus legislativo consolida las opiniones de que en España la libertad de expresión está constreñida.
  ¿Los manifestantes de los últimos días exigen más libertad de opinión? Pues va a ser que no. No digo yo que algunos no la exijan, pero a muchos les importa un pito. Me temo que el encarcelamiento de Pablo Hasél les importa otro pito. Es difícil asociar los disturbios callejeros, con destrozos en el mobiliario urbanos y en propiedades privadas, con la demanda democrática de más libertad. Estas protestas se han convertido en vandalismo, así, sin paliativos. Sólo hay que ver los saqueos a las tiendas.
  Hay quienes ven en estas algaradas las manifestaciones de desencanto de los jóvenes con la sociedad en la que les ha tocado vivir. ¡Ojalá, fuese así! Los jóvenes en España sufren unos niveles de desempleo inaceptables y los que trabajan lo hacen, en demasiados casos, por unos sueldos miserables que les lastran para desarrollarse como personas. Sí ese fuese el motivo ya tendrían que haberse echado a la calle hace años. Por mucho que lo intenten esos buenistas no parece que este sea el caso. Los tumultuarios lo son por otras razones. Ah, por cierto, a muchos de ellos les encanta hacerse autofotos y que les fotografíen. Como decía la canción de Golpes Bajos «Malos tiempos para la libertad» perdón, perdón, la canción decía «Malos tiempos para la lírica» lo cual es bien cierto.
  Los desordenes callejeros han traído cargas policiales que han acarreado protestas entre políticos y periodistas. En algunos casos las han tildado de desproporcionadas y fuera de lugar en una democracia. Pues igual tienen razón. En una democracia ante la quema de contenedores de basura, motos o destrozos de escaparates y robos hay que dialogar y reconvenir a los causantes y hacerles entrar en razón de lo inapropiado de sus acciones.
  No voy a entrar en la gestión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y su función en una democracia. En este punto habrá quienes saquen a colación la pérdida de un ojo por parte de una ciudadana, hecho muy lamentable, u otras cargas policiales y las comparará con las diatribas fascistas que se van de rositas. Independientemente de sus razones – ciertas – aquí estoy intentando comprender la relación de esos alborotos con la libertad de expresión y de momento no la encuentro.
  Estas cargas policiales me recuerdan a los enfrentamientos entre los mineros asturianos o los de la naval y los antidisturbios. Mejor dicho, no me los recuerdan por equiparables si no por todo lo contrario. Hay imágenes por la red para comprobarlo. Los de la naval gijonesa y los mineros sabían a lo que iban y lo que les podía pasar. Los únicos lamentos eran los que se producían al recibir un pelotazo o un toletazo. Los antidisturbios también cobraban lo suyo. Los voladores y las bolas de rodamientos lanzadas con tirachinas hacían mucho daño. ¡Claro, eran otros tiempos! y otras luchas.
  Y a todo esto, los partidos echando más leña al fuego. La derecha y extrema derecha se frotan las manos, los nacionalistas catalanes hablan de lo que sucede en Cataluña y lo demás les importa un pito – van tres -.
  El Gobierno central cada uno por su lado y Unidas Podemos sigue descolocada. La hostia que se van a dar en la próximas elecciones generales, como sigan así, va a ser de campeonato, y me refiero a Unidas Podemos.
  La afirmación de Pablo Iglesias «no hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña, uno está en prisión y el otro en Bruselas» levantaron un gran revuelo y ahí seguimos.
  Este hombre de política debe saber un montón, de política teórica, de la práctica anda bastante perdido. Hace honor a su segundo apellido: Turrión. En Asturias se dice que es un turrión al testarudo. También tiene otras acepciones como dar cornadas, que embiste, de mal humor o propenso al enfado.
  Estoy de acuerdo en que la normalidad democrática española es especial, cómo también lo son el resto. No hay una que se ajuste a los deseos de cada español. Pues eso es democracia. Tenemos un marco general en el que desenvolvernos y desde ahí vamos puliendo la legislación y los comportamientos sociales e individuales. La democracia es un proceso en construcción continuo, no tiene límites. Pero no nos equivoquemos, para que esto funcione tenemos que respetar las normas y formas y aquello que no nos guste modificarlo según las leyes establecidas. En el momento que rompemos esa sencilla regla vamos mal, muy mal.
  El pasado franquista sigue pesando un montón. La actual ultraderecha conserva las fobias, los modales y formas implantados por la dictadura franquista. Racismo, xenofobia, chulerío señorito e intransigencia religiosa – de boquilla – son sus signos identitarios.
  Mañana se celebra el 40 aniversario del fallido intento de golpe de Estado, el 23 F. Los que no vivieron la Transición y ese 23 de febrero de 1981, por mucho que hayan leído y visto en grabaciones, no huelen el miedo que había en España. Ganas de democracia, todas, miedo también, mucho miedo.
  En aquellos tiempos muchos ciudadanos se jugaron el tipo. Los hostiaron en la calle y en las comisarías y antes que ellos muchos dejaron la vida por la democracia. Ahora hay que soportar lecciones de democracia de quienes han vivido siempre en una. Tienen todo el derecho a criticarla, eso es democracia, pero tenían que tener un respeto por todos los que se dejaron la vida y la piel por ella.
  Me repatea el hígado que esos niñatos quema contenedores y rompelunas se autoproclamen luchadores por la libertad. Quiero que Pablo Hasél siga escribiendo esas pésimas letras pero también que no insulte por pensar diferente a él. Cuando le caigan otras sentencias firmes por amenazar a un testigo o por agredir a un periodista ¿dirá también que están coartando su libertad de expresión? No, entonces dirá que le coartan su libertad de movimientos.
  Necesitamos repensar la democracia de nuestro país desde el sosiego y con las miras puestas en la convivencia y la solidaridad. No es una cuestión de demarcaciones territoriales, se trata buscar soluciones para los problemas sociales que nos acucian.
 Mañana no estarán presentes en el Congreso de los Diputados, eso han dicho, ERC, PNV, Bildu, Junts, el PDeCAT, el BNG y la CUP. Nunca lo hacen en los actos que participa el Rey, tampoco en los aniversarios que conmemoran los aniversarios de la Constitución. Están en su derecho, eso es la democracia.
  Visto este detalle democrático de partidos independentistas de derecha e izquierda así como un grupo anticapitalista, me acuerdo de José Maldonado. Imagino que muchos de ellos no sabrán quien fue. Se lo aclaro rápidamente. José Maldonado fue el último presidente de la República en el exilio y quien tuvo que tomar la decisión de disolver las instituciones republicanas. No fue una decisión fácil. Maldonado puso en la balanza o mantener esas instituciones republicanas y exigir su reinstauración en España, y con ello el enfrentamiento entre españoles, o una democracia con una monarquía en la jefatura del Estado. Antepuso los intereses generales y optó por esa democracia. José Maldonado tuvo que exiliarse pues corría el riesgo cierto de ser fusilado. En el exilio llegó a pasar hambre y todo tipo de infortunios. A la hora de tomar aquella decisión pensó en los ciudadanos. Así de sencillo. No sé, tal vez todos los diputados y senadores deberían aprender algo de una persona tan honrada y generosa como José Maldonado.
  Ahora que vengan estos paladines de la democracia y me cuenten sus historietas.

 

 


 

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