La lucha de las mujeres por
conseguir la igualdad ni se ha terminado ni lo hará en breve. Desde el congreso
celebrado en Seneca Falls, estado de Nueva York, en 1848, donde arrancó el
feminismo como movimiento colectivo, pasando por las sufragistas de fines del
XIX y principios del XX, y llegando al movimiento «Me Too», en español «Yo
también», la mujeres no han cejado en su pugna por alcanzar la plenitud de
derechos en igualdad con los hombres.
Alcanzar esa meta, la igualdad,
no será más que el inicio de una nueva etapa en la que el desarrollo social de
la humanidad cambiará, estoy seguro que para mejor.
Las trabas impuestas no han
logrado frenar el movimiento reivindicativo femenino. El feminismo militante ha
conseguido hacerse más fuerte gracias a la concienciación de las mujeres de
todas las edades y condiciones y ello a pesar de enfrentarse a unas leyes y
formas sociales patriarcales antifeministas. Por cierto, ¡cuánto molesta el
adjetivo patriarcal!
Los sectores más conservadores,
en la política y en la vida, se oponen de forma furibunda a la igualdad. Los
argumentos son tan manidos como falsos. El resurgimiento de la extrema derecha
vuelve a situar al feminismo en primera línea como un elemento de confrontación
política. Los intransigentes, los zombis del pasado, no las van a amedrentar ni
a frenar.
Por si no tuvieran bastantes
frentes ahora hay quienes proponen que la percepción personal de identidad de
género se convierta en ley. La palabra de una persona determinará su género,
coincida o no con sus características sexuales biológicas. Esos cambios de
identidad podrán realizarlos a la carta, tantas veces cómo lo deseen.
Sí las
características biológicas no importan deja de tener sentido, por ejemplo, una cuestión clave como es la legislación contra la violencia machista.
Las feministas se oponen a esa
ley, consideran que van a ser borradas y con ellas el objetivo de la igualdad.
Las feministas lo explican muy bien, lo pueden ver vía internet. Dentro de
Unidas Podemos la disidencia contra el despropósito queer de la ministra Irene
Montero se hizo público.
Estamos a las puertas del 8M y, como
cada año, las gentes antifeministas sacan sus trasnochados argumentarios. El
año pasado, 2020, tuvimos que aguantar la patraña de que las manifestaciones
del 8 de marzo habían sido las causantes de la propagación de la COVID-19. Las
derechas y la extrema derecha han insistido en ello hasta la saciedad y como
siempre sus mensajes han calado en sus acólitos.
La pandemia sigue entre nosotros
y han sido convocadas algunas manifestaciones y otras han sido prohibidas. ¡La
bronca está servida!
Es cierto que se han permitido
manifestaciones de todo tipo y ahora se ponen trabas a las del 8M. La verdad es
que no suena bien, pero… Las mujeres, las feministas, tienen que ser capaces de
controlar el relato. No pueden desgastarse en discusiones inútiles que sólo
benefician a los retrógrados. En estas circunstancias convocar las
manifestaciones es dar gasolina a los pirómanos intransigentes. Creo que ha
sido un error estratégico ingenuo.
El año pasado no fui a la
manifestación, este tampoco iré a ningún acto, pero el que viene allí estaré.
Los hombres tenemos que tomar
partido, yo sigo al lado de las feministas.
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