7 mar 2021

8M, pandemia, antifeministas y queers


  La lucha de las mujeres por conseguir la igualdad ni se ha terminado ni lo hará en breve. Desde el congreso celebrado en Seneca Falls, estado de Nueva York, en 1848, donde arrancó el feminismo como movimiento colectivo, pasando por las sufragistas de fines del XIX y principios del XX, y llegando al movimiento «Me Too», en español «Yo también», la mujeres no han cejado en su pugna por alcanzar la plenitud de derechos en igualdad con los hombres.
  Alcanzar esa meta, la igualdad, no será más que el inicio de una nueva etapa en la que el desarrollo social de la humanidad cambiará, estoy seguro que para mejor.
  Las trabas impuestas no han logrado frenar el movimiento reivindicativo femenino. El feminismo militante ha conseguido hacerse más fuerte gracias a la concienciación de las mujeres de todas las edades y condiciones y ello a pesar de enfrentarse a unas leyes y formas sociales patriarcales antifeministas. Por cierto, ¡cuánto molesta el adjetivo patriarcal!
 Los sectores más conservadores, en la política y en la vida, se oponen de forma furibunda a la igualdad. Los argumentos son tan manidos como falsos. El resurgimiento de la extrema derecha vuelve a situar al feminismo en primera línea como un elemento de confrontación política. Los intransigentes, los zombis del pasado, no las van a amedrentar ni a frenar.
  Por si no tuvieran bastantes frentes ahora hay quienes proponen que la percepción personal de identidad de género se convierta en ley. La palabra de una persona determinará su género, coincida o no con sus características sexuales biológicas. Esos cambios de identidad podrán realizarlos a la carta, tantas veces cómo lo deseen.
  Sí las características biológicas no importan deja de tener sentido, por ejemplo, una cuestión clave como es la legislación contra la violencia machista.
 Las feministas se oponen a esa ley, consideran que van a ser borradas y con ellas el objetivo de la igualdad. Las feministas lo explican muy bien, lo pueden ver vía internet. Dentro de Unidas Podemos la disidencia contra el despropósito queer de la ministra Irene Montero se hizo público.
  Estamos a las puertas del 8M y, como cada año, las gentes antifeministas sacan sus trasnochados argumentarios. El año pasado, 2020, tuvimos que aguantar la patraña de que las manifestaciones del 8 de marzo habían sido las causantes de la propagación de la COVID-19. Las derechas y la extrema derecha han insistido en ello hasta la saciedad y como siempre sus mensajes han calado en sus acólitos.
  La pandemia sigue entre nosotros y han sido convocadas algunas manifestaciones y otras han sido prohibidas. ¡La bronca está servida!
 Es cierto que se han permitido manifestaciones de todo tipo y ahora se ponen trabas a las del 8M. La verdad es que no suena bien, pero… Las mujeres, las feministas, tienen que ser capaces de controlar el relato. No pueden desgastarse en discusiones inútiles que sólo benefician a los retrógrados. En estas circunstancias convocar las manifestaciones es dar gasolina a los pirómanos intransigentes. Creo que ha sido un error estratégico ingenuo.
  El año pasado no fui a la manifestación, este tampoco iré a ningún acto, pero el que viene allí estaré.
  Los hombres tenemos que tomar partido, yo sigo al lado de las feministas.

 

 

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