Un abismo social separa a dos
mujeres. Las certezas iniciales se van convirtiendo en dudas e incluso en
rechazo. Todo es fruto del azar, nada es casualidad. Las piezas van encajando
hasta formar un retrato muy duro de la vida de dos mujeres que se asemejan más
de lo que parecía. Eso y más es Casas
vacías de Brenda Navarro. Aunque decir que trata de la vida de dos mujeres
es restringir demasiado, en realidad nos habla de las mujeres y de mujeres
madres.
Dos protagonistas anónimas van
desgranando sus pensamientos más íntimos al tiempo que vamos conociendo los
mundos en los que se desenvuelven. El secuestro de un niño, Daniel, desatará confesiones
que a su vez suponen una introspección como mujeres y madres. Leonel, el niño –
sí, tiene dos nombres – sacará a la luz hasta lo que no quieren saber de sí
mismas.
La maternidad es el hilo
conductor, pero no es una maternidad ñoña. Por un lado hay una maternidad desea
y por otra: «Nunca quise ser madre, ser madre es el peor capricho que una mujer
puede tener» (pág. 30).
Ambas viven, aunque habría que
decir que sufren, a dos hombres muy diferentes pero que a su manera también se
parecen. Uno utiliza el maltrato físico y verbal como modo de relacionarse con
una; el otro, más sutil pero no menos dañino, ningunea e impone su criterio
desde un silencio cargado de indiferencia. Como muchas mujeres maltratadas ante
la necesidad aguantan lo indecible: «Soy de esas mujeres que prefieren estar
con el hombre aunque no las quieran y que siempre dice pues mañana será otro
día» (pág. 40).
Ellos son Rafael y Fran. Tienen
identidad, nadie se la ha borrado.
Casas vacías no es una novela truculenta. La narración transcurre
con fluidez pero lo narrado es duro, muy duro. La mexicana Brenda Navarro, en
esta su primera novela, toca en las 161 páginas del libro varios temas, lo hace
de pasada pero no por ello dejan indiferente al lector. Así nos encontramos con
la emigración clandestina a Estados Unidos, la violencia machista, la pobreza,
el nacionalismo catalán, las diferencias sociales e incluso con el terrorismo
etarra.
Es una novela comprometida, con
una voz nítida que te atrapa y te lleva al lado oscuro de la realidad. Una
realidad, aún más cruda en México, en la que las mujeres ocupan un rincón
vallado por hombres despreciables que las maltratan e incluso matan. A pesar de
todo, ellas siguen ahí, abriéndose hueco y asumiéndose como son: «Yo no tengo
nombre… - le dije, pero ya no sé si me alcanzó a escuchar, porque seguí
caminando hasta que desaparecí de su vista, como si yo fuera una más, y logré
perderme entre la gente» (pág. 161).
Les recomiendo Casas vacías de Brenda Navarro, notarán
la sangre por sus venas.
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