17 mar 2021

Dos mujeres, un niño y Casas vacías



 

 

  Un abismo social separa a dos mujeres. Las certezas iniciales se van convirtiendo en dudas e incluso en rechazo. Todo es fruto del azar, nada es casualidad. Las piezas van encajando hasta formar un retrato muy duro de la vida de dos mujeres que se asemejan más de lo que parecía. Eso y más es Casas vacías de Brenda Navarro. Aunque decir que trata de la vida de dos mujeres es restringir demasiado, en realidad nos habla de las mujeres y de mujeres madres.
 Dos protagonistas anónimas van desgranando sus pensamientos más íntimos al tiempo que vamos conociendo los mundos en los que se desenvuelven. El secuestro de un niño, Daniel, desatará confesiones que a su vez suponen una introspección como mujeres y madres. Leonel, el niño – sí, tiene dos nombres – sacará a la luz hasta lo que no quieren saber de sí mismas.
  La maternidad es el hilo conductor, pero no es una maternidad ñoña. Por un lado hay una maternidad desea y por otra: «Nunca quise ser madre, ser madre es el peor capricho que una mujer puede tener» (pág. 30).
  Ambas viven, aunque habría que decir que sufren, a dos hombres muy diferentes pero que a su manera también se parecen. Uno utiliza el maltrato físico y verbal como modo de relacionarse con una; el otro, más sutil pero no menos dañino, ningunea e impone su criterio desde un silencio cargado de indiferencia. Como muchas mujeres maltratadas ante la necesidad aguantan lo indecible: «Soy de esas mujeres que prefieren estar con el hombre aunque no las quieran y que siempre dice pues mañana será otro día» (pág. 40).
  Ellos son Rafael y Fran. Tienen identidad, nadie se la ha borrado.
  Casas vacías no es una novela truculenta. La narración transcurre con fluidez pero lo narrado es duro, muy duro. La mexicana Brenda Navarro, en esta su primera novela, toca en las 161 páginas del libro varios temas, lo hace de pasada pero no por ello dejan indiferente al lector. Así nos encontramos con la emigración clandestina a Estados Unidos, la violencia machista, la pobreza, el nacionalismo catalán, las diferencias sociales e incluso con el terrorismo etarra.
  Es una novela comprometida, con una voz nítida que te atrapa y te lleva al lado oscuro de la realidad. Una realidad, aún más cruda en México, en la que las mujeres ocupan un rincón vallado por hombres despreciables que las maltratan e incluso matan. A pesar de todo, ellas siguen ahí, abriéndose hueco y asumiéndose como son: «Yo no tengo nombre… - le dije, pero ya no sé si me alcanzó a escuchar, porque seguí caminando hasta que desaparecí de su vista, como si yo fuera una más, y logré perderme entre la gente» (pág. 161).
  Les recomiendo Casas vacías de Brenda Navarro, notarán la sangre por sus venas.



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