No tengo forma de devolverles
algo de lo que me han dado. ¿Cómo se agradece una vida de emociones y pasiones?
Es imposible. Lo único que puedo hacer es seguir siéndoles fiel. Vivo en los
libros. Habito una realidad que comprendo, sólo un poco, gracias a los libros.
Mis zambullidas en las páginas escritas me protegen de lo que hay fuera de
ellas. Levanté un muro contra las agresiones del mundo. Aunque mi vida no es de
libro, los libros son mi vida.
Libros, libros, libros.
Llegaron a mí, no sé cómo
llegaron. ¿Me acerqué yo a ellos? Apenas los conocía. En casa de mis padres
había un Quijote resumido, una Enciclopedia y alguna novela de Marcial
Lafuente Estefanía. Eso era todo. Y sin embargo… Primero fueron los tebeos. Me
los prestaban, compraba algunos y los cambiaba. No me duraban nada. Me leí
todos los patrios: El Capitán Trueno,
El Jabato, Mortadelo, Zipi Zape, DDT, TBO,
Pulgarcito, La familia Cebolleta… Cuando me topé con los Marvel los devoré. Y descubrí los libros. Reitero, no sé cómo ni
por qué. Mi pasión por ellos se afianzó y ahí sigue, cada día más firme.
Con los libros realicé otro
descubrimiento vital: las bibliotecas públicas. Ellas, sobre todo la Jovellanos
de Gijón y luego vendría la de Tineo, me abastecieron de lectura durante años. En
la antigua sede de la biblioteca gijonesa me pasé muchas horas, días y años –en
ella, además, conocí otros amores - en la de Tineo desarrollé mi vida
profesional. Los libros me calaron hasta los huesos.
Mis padres tenían una vecina,
Carmen, que era socia del Círculo de Lectores, era como tener una biblioteca a
la puerta de casa. Creo que me leí todo lo que compraba. Recuerdo que gracias a
su amabilidad me leí, siendo un chavalete, una ingente cantidad de autores
consagrados.
Mi vida personal y profesional ha
estado vinculada a los libros. Han contribuido a levantar el armazón de lo que
soy, sin ellos mi mundo se desmoronaría.
Tengo un sentimiento de culpa por
todo lo que no he leído ni podré leer. Me duele ser un lector caótico, no haber
contado con alguien que me guiara en ese hermoso camino. Agradezco, cómo no, a
mis profesores sus recomendaciones, pero yo necesitaba una mano amiga que me
indicase las múltiples sendas que podía recorrer. No pudo ser así. En su lugar
el boca a boca de amigos y conocidos, las elecciones fallidas y las enormes
alegrías al descubrir un libro que me llenaba el corazón fueron mis maestros.
Envidio a esas personas que
recuerdan todo lo que leen y son capaces de repetir párrafos como si los
tuviesen grabados a fuego. Demasiadas carencias en mi haber.
Soy un lector compulsivo. Siempre
quiero más. Es tal mi avidez que la lectura me absorbe de tal manera que me
olvido del título y el autor. Importa la historia, el resto es superfluo. Eso
no impide, desde luego, tener mis autores preferidos.
Con cada nuevo descubrimiento
espero, con ansia, que me caliente el corazón. Aguardo esos pequeños
escalofríos que me estremecen y me traigan a la memoria un beso, una risa, un
abrazo o una lágrima.
Los últimos años han sido duros,
muy duros, pero ahí estaban los libros. Han sido, más que nunca, mis amigos del
alma, mis calmantes en momentos de desasosiego y han traído a mis días todos
los mundos posibles e imaginados.
No puedo imaginar mi vida sin
libros, no es posible, forman parte de ella.
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