El golpe de Estado franquista de 1936
desencadenó la peor catástrofe que puede sufrir un país, una guerra civil. Del
36 al 39 la muerte recorrió España. Los militares golpistas, con Franco a la
cabeza, prolongaron la guerra con un único objetivo, exterminar al mayor número
posible de enemigos, eso eran los españoles que no pensaban como ellos. El fin
de la guerra no supuso el cese de las muertes y el sufrimiento. Hasta bien
entrada la década de los cuarenta los fusilamientos continuaron, al igual que
la persecución y encarcelamiento de cualquier persona que el régimen recién
instaurado considerase «peligroso». Realmente no cesaron en ningún momento
aunque se redujeron en número. Los últimos fusilamientos se produjeron en
España el 27 de septiembre de 1975, Franco murió en 20 de noviembre de ese año.
El dictador murió matando.
La España de posguerra fue terrible. Hambre,
enfermedades, estraperlo, revanchas, traiciones, persecuciones, exaltación del
líder hasta lo absurdo, curas que enseñaban la buena dirección política y
espiritual a base de hostias, encarcelamientos, muerte…
Como no podía ser de otra manera, tanto la
Guerra Civil como la posguerra sirvió de tema para una gran cantidad de
novelas. Una de las últimas es Castillos de fuego de Ignacio Martínez de
Pisón. La novela, de 697 páginas, está
dividida en cinco capítulos, o libros como él los denomina, que abarcan fechas
muy concretas. La acción transcurre entre 1939 y 1945. Tiene una base
histórica. Así, Martínez de Pisón nos ofrece una parte de la bibliografía que
utilizó y que da consistencia a lo narrado
Es
una obra con muchos personajes, por lo que se trata de eso que denominan novela
coral. Esos personajes van hilando la historia. Cada uno de ellos con una vida
que se asemejaba a la de otros muchos españoles. Así tenemos una joven
taquillera que tras quedar embarazada tiene que recurrir a alejarse de su hijo
y dedicarse a la prostitución. A un profesor universitario que es apartado de
la enseñanza por envidias y se recluye en un monasterio para alejarse de un
mundo que no comprende y que le ha sido tan hostil. También tenemos a un joven
tullido, con un hermano encarcelado, que se acercó a los comunistas sin ser
consciente de lo que hacia. Estos son algunos de esos personajes que nos irán
mostrando la España de aquella etapa tan despiadada de nuestra historia que se
escribía en negro, gris y sangre.
La
Guerra Civil trastocó trágicamente la vida de los españoles. En la posguerra el
baño de sangre continuó y la represión sobre los «perdedores» alcanzó unas
cuotas de crueldad insospechadas. La inmensa mayoría de la población luchaba
por sobrevivir, y es literal, muchos, demasiados se quedaron por el camino.
Unos se convirtieron en chivatos y cómplices del franquismo, otros sufrieron el
destierro interior o el ostracismo, y hubo quienes tuvieron que soportar
maltratos, cárcel, campos de concentración o batallones de trabajo. Mucho peor
fue para aquellos que fueron fusilados por orden de tribunales corruptos sin
pruebas de nada y solo por el mero hecho de ser republicanos, socialistas,
comunistas o cenetistas.
No es
una novela que se centre en los desmanes del franquismo, recrea la vida en esa
etapa de 1939 a 1945 donde cualquier atisbo de empatía, de humanidad,
desapareció. El concepto tan cristiano de amor al prójimo no se practicó, es más, durante la Guerra
Civil y la posguerra los curas estuvieron muy activos denunciando a cualquier
sospechoso de deslealtad al franquismo.
La
policía y la Guardia Civil se convirtieron en represores de cualquier manifestación contraria al régimen y así siguieron durante toda la dictadura. Recordemos a la
temida Brigada Político-Social, creada formalmente en 1941 y desarticulada
plenamente en 1986. Eso sí, la mayoría de sus integrantes continuaron sus
carreras en la policía.
De
forma indirecta Castillos de fuego recoge también los problemas y
desavenencias en la Falange. En varias
ocasiones el autor introduce personas reales con el fin de poner en contexto
algunas situaciones en las que se ven inmersos los personajes de ficción.
Frente
a los «ganadores» Ignacio Martínez de Pisón nos muestra la vida, aspiraciones,
frustraciones de un grupo de «perdedores» que aunque es mucho lo que les
distancia les une la miseria reinante, tanto ética como de subsistencia.
Entre
los «perdedores» hay unos pocos hombres y mujeres que luchan por no perder la
esperanza de una España sin Franco, los comunistas. Una parte de sus
integrantes se adhieren al partido comunista sin tener unos mínimos
conocimientos sobre la ideología que lo sustentaba. La disciplina era
fundamental para seguir adelante y la aplicaban de forma contundente. Los
críticos pagaban muy caro su disidencia, incluso con la vida.
Grupos
guerrilleros continuaron la lucha armada en zonas muy concretas y con unos
efectivos muy escasos. Tras la derrota en la Guerra Civil adquirieron renovadas
esperanzas de echar del poder a Franco cuando Alemania e Italia comenzaron a
perder la guerra mundial que asolaba el mundo. Vana ilusión. Todo lo contrario,
el comienzo de la Guerra Fría supondría el espaldarazo internacional a Franco,
pero esa es otra historia.
El
Partido Comunista de España en aquellos años estaba totalmente supeditado, como
todos, a las directrices de Rusia. Ni siquiera levantaron la voz por el pacto
Ribbentrop-Mólotov, ministros de Asuntos Exteriores alemán y soviético firmado
en 1939.
Queda
de manifiesto en Castillos de fuego las diferencias de análisis de la
situación política en España entre los comunistas del interior y los del
exilio. Aunque en realidad unos y otros no supieron ver la fortaleza del
régimen dictatorial. Visto con la perspectiva de hoy da pena comprobar la
ingenuidad de los análisis.
Pisón
no enmascara lo sucedido y recoge las purgas dentro del partido comunista, que
tanto daño les habían hecho ya durante
la guerra.
Los
logros guerrilleros quedaron reducidos a mera anécdota desde el punto de vista
de lograr el derrocamiento del franquismo. La operación más importante
promovida por el Partido Comunista fue la de la Invasión del Valle de Arán, con
la que pretendían provocar el levantamiento contra la dictadura. Ese movimiento
se produjo en octubre de 1944. Terminó en un rotundo fracaso. El PCE decidió
abandonar la vía guerrillera en 1948.
La
presencia de hechos históricos en Castillos de fuego es imprescindible para
aproximarnos a la sociedad de esa etapa. Ignacio Martínez de Pisón es un
cronista de la España franquista muy sólido sin caer en la demagogia. No
escribe desde el rencor, lo hace con respeto, dando a sus personajes y a las
circunstancias que les envuelve un tono mesurado, por trágicos y terribles que
sean sus actos. Intenta comprender sin sectarismo. La lectura de sus novelas
son una buena fuente para acercarse con posterioridad a la Historia sin
apriorismos, sin rencillas y con respeto hacia unos momentos de la historia de
España tan trágicos.
Les
recomiendo Castillos de fuego y en general todas sus obras.
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