Comer
es un acto necesario para proporcionar nutrientes al cuerpo que hace posible la
vida. La evolución de la preparación de los alimentos que ingerimos se fue
convirtiendo, además, en un acto cultural, llegando al nivel de hacer de la
comida una experiencia sensorial, pero también intelectual y emocional, y en
esto tuvo mucho que ver Ferrán Adriá.
No,
no les voy a hablar de un libro de cocina, aunque los platos de comida son el
tema fundamental, pero
no solo, les hablaré de Los
misterios de la taberna Kamogawa de Hisashi Kashiwai, traducida por Víctor
Illera Kanaya. Esta es la primera novela de una colección que se espera que
llegue a las ocho.
La
novela me recordó la película El cocinero de los últimos deseos,
adaptación de una novela de Keiichi Tanaka, dirigida por Yōjirō Takita. En ella
el protagonista es capaz de recordar los sabores pudiendo reproducir un plato
con haberlo probado una vez.
Los
misterios de la taberna Kamogawa tiene 185 páginas con seis capítulos, seis
casos diferentes con una estructura redundante que… bueno, tendrán que leerlo
para saber cual es.
Los
protagonistas son Nagare Kamogawa, el cocinero y padre de Koishi, una madre y
esposa muerta pero siempre presente, Kikuko, un gato, Hirune, e Hiro, un joven
que come siempre allí que ve con buenos ojos a Koishi, y ella...
La
minúscula taberna pasa desapercibida para casi todo el mundo, y sin embargo,
ofrece unos platos espectaculares, tanto por su sabor como presentación,
realizados por Nagare. Pero los propietarios del local, padre e hija, ofrecen
otro servicio muy especial, son detectives gastronómicos, para lo cual le viene
muy bien a Nagare haber sido policía con anterioridad.
La
comida tradicional japonesa tienen una presencia constante en la novela. Los
platos y sus componentes me son desconocidos, pero no me importó. No son meras
descripciones, como si fueran recetas gastronómicas, son sensaciones y
sentimientos que desencadenan cada uno de esos platos. Provocan en los
comensales tiernos recuerdos. Por lo que conozco de Japón, poco, todo tiene
importancia, no solo el contenido si no también el continente. Las vajillas
tienen su relevancia y por ello cada guiso tiene asociado una plato determinado
que hace las delicias de los comensales.
Los
clientes conocen la existencia de la taberna gracias a un enigmático anuncio en
una revista gastronómica. A pesar de lo intrincado de su localización lo
encuentran quienes estén destinados a hacerlo. Sus clientes acuden a ellos en
busca de recuerdos asociados a un plato concreto. El despacho, situado en la
parte de atrás del local, es atendido por Koishi, quien realiza la encuesta y
hace las preguntas que su padre necesita que le respondan para poder elaborar
el plato. Con posterioridad unas pequeñas aclaraciones a Nagare le servirán de
punto de partida. Luego comenzarán las investigaciones del cocinero-detective
hasta dar con el plato que desean que recree.
La
novela es más que una investigación gastronómica, el objetivo final de los
platos es una profundización en los sentimientos y un acto de introspección
para los clientes. Aunque haya pasado mucho tiempo algunos sentimientos están
anclados en lo más profundo de nuestro ser. La comida se convierte en el
detonante que hace aflorar lo más íntimo.
Los
misterios de la taberna Kamogawa es una novela de apariencia sencilla, con
esa estructura repetitiva, con comidas extrañas para mi y sin embargo, me
transmitió sosiego. Por momentos me resultó hasta un poquito conmovedora sin
llegar a ser ñoña. Se lee de un tirón.
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