Panorámica de Bangkok desde el río Chao Phraya
Intentar comentar un viaje de diecisiete días
es casi una osadía ya que el conocimiento adquirido es menos que mínimo. Así y
todo voy a ello. Aviso a posibles lectores, no voy a ser breve.
La «Tierra de los Thai» es el antiguo país
conocido como Siam, hoy Tailandia. En 1939 cambió ese nombre de Siam por Prathet
Thai, que significa «País de Gente Libre». Al traducirse al inglés pasó a ser Thailand, «Tierra de los
Thai», en español Tailandia.
Los europeos tenemos una imagen de nosotros
muy egocéntrica. Seguimos pensando que somos los que dirigimos el mundo. Pues
va a ser que no. Creo que sí somos paladines, con reservas, en la defensa de
los derechos humanos, sociales y políticos.
Dicho esto, hay muchos mundos, cada uno con
sus peculiaridades. Es cierto que hay que algo que nos une, el consumismo, pero
hasta eso nos diferencia.
Viajar no es solo hacer fotos, hay que
mantener los ojos bien abiertos para absorber la vida en la calle. Unos días no
sirven, reitero, para adentrarse en una sociedad, desde luego, pero sí para
atisbar unos cuantos detalles.
Nunca había visitado ningún país asiático, en
esta ocasión nos acercamos a Tailandia, Singapur y Hong Kong. El viaje es
largo, muy largo y pesado. Menos mal que los aviones son enormes, fuimos en
Airbus A380, un pedazo de avión de dos alturas y la cosa es más llevadera. Mis
condiciones físicas son las que son y llegué cansado y dolorido, pero la
ilusión y el subidón de la adrenalina contribuyeron a sobrellevar las horas de
vuelo.
Nuestra primer parada fue Tailandia, Bangkok,
su capital. Ya desde el avión se ve la enormidad de la ciudad y llaman la
atención el número de rascacielos, por su altura y número.
Bangkok tiene unos doce millones de
habitantes, el país unos setenta millones con una superficie similar a la de
España. No hay una Tailandia vaciada, tienen una densidad de población de 136
habitantes por kilómetro cuadrado. Conviven los grandes, enormes rascacielos,
con viviendas paupérrimas lo que indica los contrastes económicos y sociales.
En 2022 el PIB per cápita fue de 6736 euros, cifra que lo dice todo.
Deambulando por las calles nos topamos con
esas diferencias que separan dos mundos que conviven en un mismo espacio, muy
alejados uno del otro. La zona comercial es como entrar en el paraíso del
consumismo. Nunca había visto nada igual. Bangkok está repleto de grandes superficies comerciales, pero en la zona
centro la concentración es brutal. Están todos conectados mediante pasarelas
cubiertas que protegen tanto del sol como de la lluvia. No es que sean uno,
dos, tres, cuatro… en un rato no sé cuantos atravesamos. Son enormes. Tienen de
todo. Unos más ostentosos otros menos, pero siempre grandes y repletos de
gente. No les faltan zonas de restaurantes. En algunos vimos la zona de
tecnología con aparatos que no sabíamos para qué son, en uno o dos años
llegarán aquí. Si pensamos que tecnológicamente somos el no va más es por
desconocimiento, y me refiero a la vida diaria. Por estas tierras nuestras hay
muchísima gente que lleva los ojos pegados al móvil, allí es difícil ver a
alguien que no los lleve. Los
restaurantes con carta electrónica y robots no son raros.
Hablando de consumir es obligada, bueno,
obligado no hay casi nada, visitar el mercado de Chatuchak. Es un mercado de
fin de semana, y ¿saben una cosa? no es que sea grande, es grande elevado a la
décima potencia. Se le considera unos de los más extensos del mundo. La Wiki,
dice que tiene una extensión de 140000 metros cuadrados, que tiene entre 8000 y
15000 puestos y que lo visitan entre
sábado y domingo unas 200000 personas. Fíjense si es grande que a la entrada te
dan un plano. El mercadón está dividido en secciones, hay de todo. Cualquier
cosa que se te ocurra seguro que la encuentras allí. Desgraciadamente también
muchos animales que desde luego no son mascotas, son animales salvajes. Les
habló de muchos puestos de venta de todo tipo de loros, tortugas, reptiles
varios, serpientes gordas y finitas, vimos incluso algo parecido a los lemures,
y otros que me recordaron a los mapaches. Ni idea que eran. Peces a miles.
Tailandia se saltó la revolución industrial y
pasó directamente a la era tecnológica. ¿Es un país subdesarrollado? Creo que
podemos afirmarlo. Las diferencias sociales, la falta de subsidios por
desempleo, la carencia de derechos sociales… me lleva a esa conclusión.
Es mínimo el subsidio por desempleo por lo
que los ciudadanos no tienen incentivos para quedarse en el paro. Que los
ultraliberales y anarcoliberales se contengan. Eso supone que cuando se quedan
sin empleo se buscan la vida como pueden y acceden a lo que allí denominan
«sector informal», vamos, que se pasan a la economía sumergida. Lo ven como
algo normal. Por cierto, un cuarenta por ciento de la población trabaja en la
agricultura, podemos imaginar lo que eso supone.
Por mal que estén ellos, siempre hay países
que están peor. Calculan que en Tailandia hay unos tres millones de
trabajadores inmigrantes de Laos, Camboya y Myanmar, sin papeles claro.
Volviendo a eso del «sector informal», en el
que no hay contratos ni nada que se le parezca, hay un porcentaje elevadísimo
de la población. En este sector incluyen a los vendedores ambulantes o los tuk-tuks.
Los tuk-tuks son esos motocarros de tres ruedas, los clásicos, con una
cabina donde pueden viajar dos o tres personas, otra al lado del conductor. El
precio del trayecto, nunca muy largo, hay que negociarlo.
Una cuestión de contraste total es la comida.
Hay que olvidarse de nuestros sabores, olores, presentación y del pan. ¡Sí, del
pan! Con las comidas no lo ponen. Lo hay en lugares especializados, pero vamos,
rara avis.
Las comidas son más ligeras, nada de la
cantidad de grasa que les metemos nosotros. Llevan muchos vegetales, en
ocasiones los ponen en crudo. Tienen sabores complejos, múltiples olores y texturas.
Los platos se preparan rápido. La mayoría de los ingredientes ya los tienen
listos para juntarse, la medida y proporción la hacen a ojo. Hay platos en los
que es el comensal el que los elabora a su gusto. Traen los ingredientes y cada
uno hace su componenda. En una ocasión comimos en un restaurante de un centro
comercial. Cada mesa estaba separada por mamparas transparentes, con capacidad
para cuatro, seis comensales. En la mesa había una pantalla en la que elegimos
el menú. Nos llegó la comanda en un robot que una camarera dispuso en la mesa,
la cual tenía una placa eléctrica en la que posó una gran pota con agua. Aparte
venía la carne que solicitamos, así como las verduras y setas. Carne y verduras
en platos distintos. Cada comensal, con la ayuda de un cacillo agujereado se
prepara la carne y verduras a su gusto. Luego decidimos echar todas las
verduras, oigan meten tofu y me allí me
gustó, para dar más sabor a la carne y viceversa. Así no es posible engordar.
Hablando del sobrepeso que nos caracteriza,
sólo hay que ver a los occidentales y a los asiáticos, a esto de la
«salubridad» de las comidas hay que sumar las sudadas que pillas que derriten
cualquier grasa que se puede haber ingerido.
En los puestos callejeros hay que seleccionar
donde comer. La vista y el sentido común te dicen donde se puede hacer. Hay
algunos muy cutres, otros en los que todo es apetecible y se ve la limpieza y
esmero de la cocinera o cocinero. Al consumir platos cocinados el riesgo de
comer algo en mal estado disminuye, pero nada de confiarse. Es lo mismo que con
el agua, embotellada.
Los normal es que pongan cuchara, tenedor y
en su caso palillos. Nada de cuchillos. Las carnes, los alimentos, llegan muy
cortados y si es necesario se sujeta el pedazo con el tenedor y se «corta» con
la cuchara. Me obligué a utilizar los palillos y acabé cogiendo cosas
pequeñitas. Buenooo, me pongo medalla. En fin.
Por principio, en los «chiringuitos» de la
calle no ponen servilletas. Las pides y te las traen. Por más que lo intenté no
pude ver como se limpian los morritos. Será que abren bien la boca y no se
manchan y nosotros somos muy zafios. A lo que iba. En un par de «restaurantes»,
uno en la calle y otro en local cerrado, pedimos las susodichas, nos trajeron
un recipiente cilíndrico, del tamaño de un bote grande de pimientos o tomates y
allí venían… era un rollo de papel higiénico. Tal cual. Nos partimos de risa.
Lo que vale para limpiar uno sirve también para lo otro. Prácticos a más no
poder.
Hablando de esto de la ingesta alimentaria en
Bangkok, y como espectáculo callejero, hay que darse una vuelta por Chinatwon.
Cenamos muy bien. No es necesario fijarse demasiado en el entorno donde
preparan la comida.
Pasando de uno a otro, de los baños, a no ser
en lugares más «occidentalizados», mejor no hablar. Para los apuros, que los
habrá, se solucionan en las grandes superficies comerciales o áreas de
descanso, gasolineras…
Por la ciudad de Bangkok nos movimos en todos
los transportes existentes: BTS (tranvía), metro, barco, taxi y tuk-tuks. Un
consejo, en los taxis no aceptar tarifa fija para ir a ningún sitio, siempre,
pero siempre, es más barato que pongan el taxímetro. Muchos no quieren al ver
que somos extranjeros, no pasa nada, se para otro y alguno acepta. Se ahorra
mucho dinero. No creerse eso de que negociar es bueno para el turista. Además,
si llevas el navegador puesto y te ven no te dan rodeos. En caso de atravesar
peajes es el cliente el que lo paga, pero pasando dos te puede salir por unos
tres euros.
Con
los tuk-tuks los recorridos son cortos y ahí no queda otra que pactar tarifa.
Hay otros transportes que particularmente no recomiendo: hay motos taxi. Los
«taxistas» llevan un chaleco naranja. Viendo como conducen en moto ni de broma
me subí.
Otra curiosidad es el número de casas de
masaje existentes, atendidas por mujeres. Los masajes, en muchos casos, se
hacen a la vista de todos el mundo, en locales cerrados con grandes
cristaleras. También habrá de esos con «final feliz», aunque yo no los vi o no
me enteré que lo eran. No me presté a recibir uno, mi cuerpo no está para
experimentos, solo apto para fisios titulados.
Hay una realidad con la que te das de bruces,
la existencia de los kathoey, los ladyboys. Creo que todos
sabemos que son personas con una identidad de género diferente que por
aproximarnos a una definición, inexacta, podríamos asimilar a mujer trans. Los
definen también como tercer sexo. Es cierto que algunas se dedican a la
prostitución, pero también las ves desempeñando otros trabajos. Aparentemente
es una realidad social asumida, pero tras leer varios artículos las apariencias
engañan y las familias, para empezar, no las aceptan de buen grado. La
intolerancia es universal.
Tailandia está plagada de pequeños comercios
donde comprar y fumar marihuana, es legal. No sé si fumar en la calle lo es,
pero en los locales había mucho turista. No, no entré. Y no soy un pureta, no
me dio la gana.
Una pincelada del clima. Tailandia tiene un
clima tropical húmedo. La temporada de lluvias va de junio a octubre. Nos
cayeron algunas trombas, no todos los días. Duraron un par de horas e igual que
llegaron se fueron. Llegamos a alcanzar los 38 grados y un 92 por ciento de
humedad. Eso es sudar. Es necesario hidratarse de forma continua. ¡Qué bien
sientan las duchas al llegar al hotel!
Intentar resumir lo que vi y sentí me
llevaría un montón de páginas. Hay algunas cosas que no quiero dejar de
comentar.
Monjes budistas en el hotel donde nos alojamos para bendecirlo.
Los tailandeses, al menos en apariencia, son
muy religiosos. Por las calles hay pequeños santuarios ante los que muchos
ciudadanos hacen una reverencia, incluidos los taxistas cuando realizan una
carrera.
El número de templos y budas es inmenso.
Todos diferentes. Muy coloridos. Alguno, como el Wat Muang o el Wat Samphram,
alucinantes y muy friquis. Incluso el súper conocido y visitado Wat Rong Khun,
en Chiang Rai, el Templo Blanco, tiene sus «cosillas». En los laterales, tras
traspasar la puerta principal, hay pinturas en las que se pueden ver a Michael
Jackson, Kun Fu Panda, naves de la Guerra de las Galaxias, Minions,
Transformers… No es broma, allí están. No se podían hacer fotografías dentro.
Esto me parece un guiño a los más jóvenes. No hay mal que por bien no venga.
Además del fervor religioso, son, sin duda,
un reclamo turístico de primer orden. El peregrinaje turístico de uno a otro es
enorme. Doy fe de ello. Alrededor de ellos hay unos cuantos negocios que
imagino que pertenecen al templo o monasterio y tienen empleados. No creo que
dejen ese chollo a otros. A la entrada tienen unos recipientes para realizar
donativos. En uno, en Wat Paknam Bhasicharoen, tienen una caja fuerte de buen
tamaño para proteger los donativos.
En varios templos vimos figuras
hiperrealistas de monjes que por una u otra razón destacaron. Vamos, que el
figurar también es del gusto de los monjes budistas. Ah, los monjes tienen
asiento reservado en los metros y transportes públicos, pero la verdad es que
vimos situaciones en las que se tuvieron que aguantar de pie, nadie les cedió
su lugar.
No hay diferencia, en lo esencial, entre las
religiones. ¿Qué es lo esencial? Las pelas, el personalismo, el poder y el
control social.
Ya para acabar, Phuket. No es solo una
ciudad, es una provincia al sur del país. Se trata de una isla desde la que se
pasa a Phang Nga por un puente. Es el gran centro turístico del país y se nota
en el número de viviendas y habitantes. Tiene una densidad de población de más
de 700 habitantes por kilómetro cuadrado. Es un sin fin de hoteles, grandes o
pequeños, tiendas, restaurantes, lugares de ocio… y como no, ahí está la calle
Patong Beach, repleta de bares, discotecas con chicas insinuándose y realizando
bailes provocativos públicos. No hay forma de decirlo de otra manera, en este
sitio, y otros similares, está lleno de puteros, muchos occidentales. Las
ladyboys se dejan fotografiar a cambio de dinero.
Hay algo que no pasa desapercibido en todo el país, el culto a la personalidad centrada en el rey y en menor medida la reina. Espacios públicos, privados, están plagados de fotografías reales, muchas de enormes dimensiones. Hay más fotos reales que budas, lo que ya es decir.
Hasta aquí llego. Tailandia un país de
contrastes, hermoso, que se mueve entre el subdesarrollo y la tecnología. Un
país tan diferente a nuestra cultura que nos hace ver, como todos los demás,
que no somos el centro del mundo, que nuestros problemas dejan de ser tales en
cuanto te alejas de nuestras ridículas fronteras, sobre todo las mentales. Me
gustó. Lo disfruté.
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