8 oct 2023

La ciudad del león, Singapur

 

 


  Singapur significa «la ciudad del león». Un príncipe malayo sufrió un naufragio, al pisar tierra creyó ver un león, lo que le pareció un signo de buena suerte y allí creó una ciudad, Singapur.
  Es una isla, una ciudad, un país integrado por sesenta y tres islas, situada en el sudeste asiático. El símbolo de la ciudad-estado es el Merlion, criatura con cuerpo de pez y cabeza de león, ante la cual los turistas hacemos el ridículo forzando la mandíbula hasta casi desencajarla.

  


  La entrada en el país es un aviso a navegantes. Hay que registrarse, vía móvil, y hay que hacer constar el nombre, el número del pasaporte, correo electrónico, hotel donde nos alojamos. Todo informatizado. O cubres esos datos o no entras. Primera constatación del control gubernamental en Singapur. De esto hablaré más adelante.
  Fue una colonia británica durante la II Guerra Mundial, posteriormente estuvo federada con Malasia de la que se independizó en 1963. Tiene 728 kilómetros cuadrados y unos seis millones de habitantes.
  En la década de los 90 del siglo pasado la ciudad-estado pasó a ser un centro financiero mundial. Para comprender su desarrollo económico es necesario situar geográficamente al país, el sudeste asiático. A tiro de piedra están China y la India, y con eso ya aclaramos una parte de su secreto. También achacan su relevancia a la férrea educación que reciben los singapurenses. Si quieren llegar a algo tienen que hablar, cuando menos, chino e inglés. Tienen cuatro idiomas oficiales: inglés, malayo, mandarín y tamil. Vaya, y no se matan por ello.
  Singapur es uno de los integrantes  de eso que han denominado «los cuatro tigres asiáticos» además de Hong Kong, Taiwan y Corea del Sur.
  La economía es abierta, las empresas campan a sus anchas. Estados Unidos es su gran valedor, pero también han firmado acuerdos de libre comercio con China, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y la Unión Europea.
  El gasto público y el peso del sector público es mínimo. Paralelamente se dice que tienen un gran sistema educativo y sanitario. ¿Cómo es posible? Cada ciudadano se paga lo que puede permitirse. Hablando con taxistas muy mayores se quejaron de lo cara que resulta la vida y que tendrán que trabajar hasta su muerte. Así se explican muchas cosas.
  Indagando por la red, y a pesar de tener una economía tan potente, resulta que tienen una deuda per cápita muy elevada, leí que sus habitantes son los más endeudados del mundo. Vaya, parece que rascando un poco no es oro todo lo que reluce. Pero ¿quién osa decir que el sistema capitalista es justo y bueno? Pues lo afirman muchos, pero la realidad se encarga de negar la mayor, la mediana y la pequeña.

                     Aeropuerto de Singapur 

  Vuelvo a eso del control gubernamental. La vida pública y la privada está vigilada y controlada, no es exageración. Lo primero que nos llamó la atención fue el silencio reinante en el aeropuerto, por cierto, considerado si no el más bonito del mundo uno de ellos. La verdad es que es muy chulo. Ese mismo silencio lo apreciamos en el metro y en toda la ciudad. No es para menos, el comportamiento maleducado acarrea multa. Llevar durián o durian, una fruta muy apestosa, en el transporte público, ya saben, multa.



 Por cierto, al teatro de la ópera lo llaman «la durian» por asemejarse en el exterior a la fruta. Sigamos. Dar de comer a las palomas, hasta quinientos dólares de multa. Las relaciones homosexuales son ilegales. Andar desnudo por casa o en el hotel con las cortinas descorridas, aunque no lo crean, también multa. Los que tengan espíritu artístico que lo ponga en la nevera en Singapur, realizar un grafiti no solo apareja cárcel, también azotes. Y lo  más friqui, absurdo, tonto… el desear o imaginar la muerte del presidente puede acarrear… la muerte. Joder, bromas ninguna. Así cualquiera entiende eso de una sociedad tan formalita.
  Esto de preservar a los ciudadanos de cualquier tentación que les lleve por el mal camino se extiende al juego. Así a los singapurenses les cuesta 150 dólares de Singapur, su moneda oficial, entrar en un casino, los extranjeros gratis. No hay problema, la gusa del juego la quitan en Malasia. Allí se desquitan.

  


Además del gran centro financiero y portuario del mundo es un gran centro de atracción turística. Ahí tenemos la bahía Marina Bay con el complejo de edificios Marina Bay Sands, construido por Las Vegas Sands Corporation, diseñado por el arquitecto Moshe Safdie. ¿Se acuerdan de aquel empresario que vino a España con la idea de construir un enorme casino en Madrid que denominó Eurovegas? ¿Sí? Se llamaba Sheldon Adelson. Pues ese hombre es el que construyó el superconocido edificio de Marina Bay Sands. Alberga un hotel con 2560 habitaciones, tiene un centro de convenciones y exposiciones, un centro comercial… y como no, un casino. El edificio es una atracción en sí mismo. Subir a la terraza es una magnífica experiencia para contemplar la ciudad y comprobar el número de barcos que transitan por esas aguas. Desde ese mirador podemos ver el Jardín de la Bahía, que por las noches ofrece un espectáculo gratuito de luces y sonido muy chulo. A su lado hay un gran invernadero con plantas de muchas partes del mundo y en el que destacan las orquídeas. Maravillosas. 

A continuación hay otro gran espacio, acristalado también, en el que se reproduce la selva de «Avatar», sí, la de la película. El conjunto está abarrotado de turistas.

  


  El turista que se precie no puede dejar de asistir al espectáculo de luz, agua y sonido de Marina Bay, gratuito. La conjunción de los elementos y lo currados que están los efectos son del gusto de todo el mundo, hasta del más rancio.



  Hay un momento en el año en el que Singapur se peta, el de las rebajas. La Great Singapore Sale (GSL), las grandes rebajas de Singapur. De finales de mayo a fines de junio. Los comercios tienen en esa época un horario especial y la ciudad recibe la visita de turistas de todo el mundo, especialmente de su entorno, que se acercan a realizar compras compulsivas.

  


  Los edificios son un «atractivo» más. Compiten entre ellos en altura y originalidad. Destaca el número de jardines verticales que hay. La presencia de esa vegetación en las fachadas suaviza la dureza de los edificios.
  A las doce de la mañana, hora local, los trabajadores del centro financiero salen a comer. Los enormes «buildings» vomitan curritos de nacionalidades varias. Pantalones largos, camisas de manga larga e incluso chaqueta es el atuendo de los hombres. Las mujeres, muchas, van de traje. Algunos llevan la comida y se sientan en cualquier sitio a deglutir, la mayoría va a los restaurantes.



  En esas horas del almuerzo el Lau Pa Sat, el «mercado antiguo», está hasta arriba. El edificio de planta baja tiene 150 años. Está situado en pleno centro financiero y los precios son muy buenos. Se puede encontrar, además de la local, comida china, vietnamita, malaya… Hay tantos pequeños restaurantes que es difícil. Cuando tienes la comida te sientas donde queda un hueco.
  Son muchos los que comen en soledad, bueno, en compañía de sus móviles. Enormes cuencos de sopas de contenidos diversos que comen con delectación. Hay quienes utilizan como herramienta para llevarse la comida a la boca las manos. Los indios. Comen el arroz a puñados. Son prejuicios míos, lo sé, pero ver a un tipo con camisita blanca y pantaloncito largo de pijo no me hace más agradable la visión. Esas manos pringosas que cogen una y otra vez bocados, no tan pequeños, de arroz  me da grima. Lo siento, cada uno con sus escrúpulos.

  



Tenía mucho interés en conocer Singapur, no me defraudó. Tenía curiosidad por ver como era la vida allí y puede saborear un poquito. Es para algunos el modelo económico y social a imitar, pues para ellos. Me gustó, sí. Sus rascacielos, algunos con jardines verticales, la limpieza, el orden que se aprecia inmediatamente… está muy bien, pero… es una sociedad controlada, absolutamente, la riqueza no está ni medio bien repartida. Es el exponente máximo de capitalismo en el que todo parece muy bonito pero que nada más que ahondas manan las contradicciones. Una sociedad hipercontrolada no es sana. Una sociedad en la cual las empresas campan a sus anchas sin control alguno es perjudicial, mucho, para las clases más bajas. Habrá quienes comparen esta ciudad-estado con otros países y la pongan como ejemplo, no se dejen engañar. Ya saben, el oro no está al alcance de cualquiera, en Singapore tampoco.

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