Singapur significa «la ciudad del león». Un
príncipe malayo sufrió un naufragio, al pisar tierra creyó ver un león, lo que
le pareció un signo de buena suerte y allí creó una ciudad, Singapur.
Es una isla, una ciudad, un país integrado
por sesenta y tres islas, situada en el sudeste asiático. El símbolo de la
ciudad-estado es el Merlion, criatura con cuerpo de pez y cabeza de león, ante
la cual los turistas hacemos el ridículo forzando la mandíbula hasta casi
desencajarla.
La entrada en el país es un aviso a
navegantes. Hay que registrarse, vía móvil, y hay que hacer constar el nombre,
el número del pasaporte, correo electrónico, hotel donde nos alojamos. Todo
informatizado. O cubres esos datos o no entras. Primera constatación del
control gubernamental en Singapur. De esto hablaré más adelante.
Fue una colonia británica durante la II
Guerra Mundial, posteriormente estuvo federada con Malasia de la que se
independizó en 1963. Tiene 728 kilómetros cuadrados y unos seis millones de
habitantes.
En la década de los 90 del siglo pasado la
ciudad-estado pasó a ser un centro financiero mundial. Para comprender su
desarrollo económico es necesario situar geográficamente al país, el sudeste
asiático. A tiro de piedra están China y la India, y con eso ya aclaramos una
parte de su secreto. También achacan su relevancia a la férrea educación que
reciben los singapurenses. Si quieren llegar a algo tienen que hablar, cuando
menos, chino e inglés. Tienen cuatro idiomas oficiales: inglés, malayo,
mandarín y tamil. Vaya, y no se matan por ello.
Singapur es uno de los integrantes de eso que han denominado «los cuatro tigres
asiáticos» además de Hong Kong, Taiwan y Corea del Sur.
La economía es abierta, las empresas campan a
sus anchas. Estados Unidos es su gran valedor, pero también han firmado
acuerdos de libre comercio con China, la Asociación de Naciones del Sudeste
Asiático y la Unión Europea.
El gasto público y el peso del sector público
es mínimo. Paralelamente se dice que tienen un gran sistema educativo y sanitario.
¿Cómo es posible? Cada ciudadano se paga lo que puede permitirse. Hablando con
taxistas muy mayores se quejaron de lo cara que resulta la vida y que tendrán
que trabajar hasta su muerte. Así se explican muchas cosas.
Indagando por la red, y a pesar de tener una
economía tan potente, resulta que tienen una deuda per cápita muy elevada, leí
que sus habitantes son los más endeudados del mundo. Vaya, parece que rascando
un poco no es oro todo lo que reluce. Pero ¿quién osa decir que el sistema capitalista
es justo y bueno? Pues lo afirman muchos, pero la realidad se encarga de negar
la mayor, la mediana y la pequeña.
Aeropuerto de Singapur
Vuelvo a eso del control gubernamental. La
vida pública y la privada está vigilada y controlada, no es exageración. Lo
primero que nos llamó la atención fue el silencio reinante en el aeropuerto,
por cierto, considerado si no el más bonito del mundo uno de ellos. La verdad
es que es muy chulo. Ese mismo silencio lo apreciamos en el metro y en toda la
ciudad. No es para menos, el comportamiento maleducado acarrea multa. Llevar
durián o durian, una fruta muy apestosa, en el transporte público, ya saben,
multa.
Por cierto, al teatro de la ópera lo llaman «la durian» por asemejarse
en el exterior a la fruta. Sigamos. Dar de comer a las palomas, hasta
quinientos dólares de multa. Las relaciones homosexuales son ilegales. Andar
desnudo por casa o en el hotel con las cortinas descorridas, aunque no lo
crean, también multa. Los que tengan espíritu artístico que lo ponga en la
nevera en Singapur, realizar un grafiti no solo apareja cárcel, también azotes.
Y lo más friqui, absurdo, tonto… el
desear o imaginar la muerte del presidente puede acarrear… la muerte. Joder,
bromas ninguna. Así cualquiera entiende eso de una sociedad tan formalita.
Esto
de preservar a los ciudadanos de cualquier tentación que les lleve por el mal
camino se extiende al juego. Así a los singapurenses les cuesta 150 dólares de
Singapur, su moneda oficial, entrar en un casino, los extranjeros gratis. No
hay problema, la gusa del juego la quitan en Malasia. Allí se desquitan.
Además del gran centro financiero y portuario
del mundo es un gran centro de atracción turística. Ahí tenemos la bahía Marina
Bay con el complejo de edificios Marina Bay Sands, construido por Las Vegas Sands
Corporation, diseñado por el arquitecto Moshe Safdie. ¿Se acuerdan de aquel empresario que vino
a España con la idea de construir un enorme casino en Madrid que denominó
Eurovegas? ¿Sí? Se llamaba Sheldon Adelson. Pues ese hombre es el que construyó
el superconocido edificio de Marina Bay Sands. Alberga un hotel con 2560
habitaciones, tiene un centro de convenciones y exposiciones, un centro
comercial… y como no, un casino. El edificio es una atracción en sí mismo.
Subir a la terraza es una magnífica experiencia para contemplar la ciudad y
comprobar el número de barcos que transitan por esas aguas. Desde ese mirador
podemos ver el Jardín de la Bahía, que por las noches ofrece un espectáculo
gratuito de luces y sonido muy chulo. A su lado hay un gran invernadero con
plantas de muchas partes del mundo y en el que destacan las orquídeas.
Maravillosas.
A continuación hay otro gran espacio, acristalado también, en el
que se reproduce la selva de «Avatar», sí, la de la película. El conjunto está
abarrotado de turistas.
El turista que se precie no puede dejar de
asistir al espectáculo de luz, agua y sonido de Marina Bay, gratuito. La
conjunción de los elementos y lo currados que están los efectos son del gusto
de todo el mundo, hasta del más rancio.
Hay un momento en el año en el que Singapur
se peta, el de las rebajas. La Great Singapore Sale (GSL), las grandes rebajas
de Singapur. De finales de mayo a fines de junio. Los comercios tienen en esa
época un horario especial y la ciudad recibe la visita de turistas de todo el
mundo, especialmente de su entorno, que se acercan a realizar compras
compulsivas.
Los edificios son un «atractivo» más.
Compiten entre ellos en altura y originalidad. Destaca el número de jardines
verticales que hay. La presencia de esa vegetación en las fachadas suaviza la
dureza de los edificios.
A las doce de la mañana, hora local, los
trabajadores del centro financiero salen a comer. Los enormes «buildings»
vomitan curritos de nacionalidades varias. Pantalones largos, camisas de manga
larga e incluso chaqueta es el atuendo de los hombres. Las mujeres, muchas, van
de traje. Algunos llevan la comida y se sientan en cualquier sitio a deglutir,
la mayoría va a los restaurantes.
En esas horas del almuerzo el Lau Pa Sat, el
«mercado antiguo», está hasta arriba. El edificio de planta baja tiene 150
años. Está situado en pleno centro financiero y los precios son muy buenos. Se
puede encontrar, además de la local, comida china, vietnamita, malaya… Hay
tantos pequeños restaurantes que es difícil. Cuando tienes la comida te sientas
donde queda un hueco.
Son muchos los que comen en soledad, bueno,
en compañía de sus móviles. Enormes cuencos de sopas de contenidos diversos que
comen con delectación. Hay quienes utilizan como herramienta para llevarse la
comida a la boca las manos. Los indios. Comen el arroz a puñados. Son
prejuicios míos, lo sé, pero ver a un tipo con camisita blanca y pantaloncito
largo de pijo no me hace más agradable la visión. Esas manos pringosas que
cogen una y otra vez bocados, no tan pequeños, de arroz me da grima. Lo siento, cada uno con sus
escrúpulos.
Tenía mucho interés en conocer Singapur, no
me defraudó. Tenía curiosidad por ver como era la vida allí y puede saborear un
poquito. Es para algunos el modelo económico y social a imitar, pues para
ellos. Me gustó, sí. Sus rascacielos, algunos con jardines verticales, la
limpieza, el orden que se aprecia inmediatamente… está muy bien, pero… es una
sociedad controlada, absolutamente, la riqueza no está ni medio bien repartida.
Es el exponente máximo de capitalismo en el que todo parece muy bonito pero que
nada más que ahondas manan las contradicciones. Una sociedad hipercontrolada no
es sana. Una sociedad en la cual las empresas campan a sus anchas sin control
alguno es perjudicial, mucho, para las clases más bajas. Habrá quienes comparen
esta ciudad-estado con otros países y la pongan como ejemplo, no se dejen
engañar. Ya saben, el oro no está al alcance de cualquiera, en Singapore
tampoco.
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