Habrá
quienes piensen que las bibliotecas son algo trasnochado, sin sentido. Y
tendrán razón. Tenemos internet en nuestra mano y ninguna biblioteca puede
competir en información y entretenimiento con él. Nuevamente tengo que darles
la razón. ¿Las cerramos entonces? Pues… va a ser que no.
Las
bibliotecas dan vida. Así de rotundo. Ese espacio de estanterías repletas de
libros ordenados, que llevan un papelito blanco (tejuelo) con números y letras
en mayúsculas y minúsculas (Clasificación Decimal Universal) ininteligibles
para la mayoría de los lectores transmite paz y la sensación de traspasar un
umbral, no diré sacro, pero sí de respeto.
Los
libros son mágicos. Así de categórico. Cuando un lector abre las páginas de un
libro y lee surge la magia. Esa sensación de entrar en otro mundo es
inigualable. Ni la fotografía, ni el cine producen, al menos en mí, ese impacto
emocional. Lo leído me transporta a tantos mundos conocidos, desconocidos e
inimaginados que me sobrecoge. Y ahí están las bibliotecas públicas donde nos
podemos acercar a esos tesoros que esperan pacientemente a que un lector los
tome en sus manos y hoja a hoja devore su contenido.
No,
las bibliotecas públicas no son un almacén, ni una tienda ni nada por el
estilo. Son la máxima expresión del amor por el conocimiento, por la vida. Las
bibliotecas públicas ponen al alcance de los ciudadanos el saber acumulado de
la humanidad y las obras de las mentes más imaginativas. En ellas unas
personas, casi anónimas en un mundo de egos exacerbados, asesoran, si así se lo
requieren, con un afán de satisfacer las demandas de los lectores. En las
bibliotecas no hay favoritismos, intereses o egoísmos de cualquier tipo, solo
inteligencia, sabiduría y ocio.
Hoy,
cuando vemos como se recortan muchas libertades en el mundo, las bibliotecas
públicas siguen siendo ese espacio abierto a todos. Ese espacio que nos da
acceso a la libertad absoluta, la de pensar e imaginar a través de los libros.
Nada es igualable.
Podemos
engañarnos y decir que hoy se lee más que nunca gracias a móviles, tabletas u
ordenadores, pero no se menciona la falta de concreción, tiempo para pensar y
asimilar lo leído. Tampoco se menciona que vía internet, en muchas ocasiones, el «lector» se queda con los primeros
resultados que se le ofrecen y de ahí a tragar bulos y mentiras hay un pequeño
paso.
Quienes
acceden a las bibliotecas públicas o van buscando un libro, un autor concreto,
o a la «caza» de sorpresas. El acto de recorrer las estanterías, hojear uno y
varios libros, leer trocitos, acelera el pulso, exige concentración y muestra
el interés de la persona por la lectura.
Ya,
me podrán decir que eso mismo sucede con las librerías, es verdad, pero solo en
cierta medida. La diferencia es que en unas, las librerías, el factor negocio
es fundamental, en las bibliotecas públicas solo hay una prioridad, el lector y
la lectura.
Fui
bibliotecario, siempre lo seré, soy lector, lo seré hasta el último momento.
Las bibliotecas públicas han sido parte importantísima de mi vida, por favor,
háganles un hueco en la suya y verán la vida de otra manera.
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