Todo
por culpa de unos mejillones. Bueno, eso es mucho decir.
Una
madre, una hija y un hijo. La madre limpia mejillones. Ese día los había para
cenar, los comían cuando había algo importante que celebrar, pero «lo que pasó
después de esa cena fallida fue tan terrible que ninguno de nosotros se ha
recuperado aún» (pág. 7).
Eso
nos cuenta la narradora que no es otra que la hija. Desde la primera página nos
avisa que la cena no se llevó a cabo, que algo importante, terrible, sucedió.
¿Será para tanto?
El
título de la novela casi lo habrán adivinado, pues sí, es Mejillones para
cenar, escrita por Birgit Vanderbeke, traducida por Marisa Presas. La
autora falleció en 2021.
La
acción de la novela no puede ser más sencilla. Una mujer y sus hijos esperan la
llegada del marido y padre. Ella está preparando unos mejillones que tanto le
gustan a él y tan poco a los demás. Es un día especial ya que el pater
familias esperaba lograr un ascenso en el trabajo.
El
padre es científico, intenta mejorar al precio que sea y ese ansia desmesurada,
pues de tal se trata, la traslada al resto. La supuesta mente analítica del
«cabeza de familia» - siempre es el hombre – aborrecía la imaginación, así lo
afirma la hija cuando nos dice «En nuestra familia las ideas escalofriantes y
las fantasías se consideraban un puro despilfarro mental , sobre todo cuando mi
padre estaba en casa» (pág. 21).
No
llegaremos a conocer los nombres de los integrantes de la familia. La novela
tiene la particularidad de contar con pocos puntos y aparte.
La
madre toca el violín y el piano, mejor dicho lo tocaba. En raras ocasiones lo
hacia. Él le había estrangulado el espíritu artístico y la sometía a lo que
para ella era un sufrimiento, escuchar a Verdi.
El
retraso del padre, inusual, genera inquietud al tiempo que una dinámica
inesperada en los integrantes de la familia. Lo que inicialmente podía parecer
una vida ordenada resulta ser un infierno para la mujer e hijos que viven bajo
el yugo de un déspota. No es que sea un Padre Padrone pero
psicológicamente los tiene anulados. Por cierto, si no han visto la película Padre
Padrone de los hermanos Taviani se la recomiendo.
La
voz de la hija, les recuerdo que es la narradora nos va dando el perfil, así
nos dice «mi padre estaba a favor de todo lo que fuera objetivo y razonable, y
naturalmente mi madre respetaba su manera de ser objetiva y razonable, y cuando
él estaba al llegar ella se preparaba y amoldaba a él» (pág. 21). Claro que es
objetividad no es tal si no imposición y lo de razonable solo es lo que él
cree, el resto no cuenta. La hija lo explica muy bien «porque cuando mi padre
llegaba a casa todo el mundo tenía que amoldarse para constituir lo que mi
padre llamaba una familia, aunque él nunca había tenido una familia» (pág. 27).
Ese
comportamiento paterno lleva parejo, no podría ser de otra manera, el machismo.
«Yo
soy como mi padre, soy lógica y pienso, cosa que no necesariamente deben hacer
las niñas, pero que siempre es mejor que dar besos» (pág. 33). La hija le salió
respondona. Por si no nos quedó claro lo remarca «Naturalmente, mi padre
hubiera preferido que fuera al revés, que mi hermano fuera lógico y mi madre y
yo, ilógicas» (pág. 33).
Mejillones
para cenar trasciende ese ámbito familiar agobiante y se convierte en una
reflexión sobre las dos alemanias. Los padres huyeron de la RDA (República
Democrática Alemana) a la RFA (República Federal de Alemania) y parece que ese
paso de la opresión a la libertad no fue asumido, a pesar de la huida, por el
padre en el terreno personal.
Novela
breve, 134 páginas, pero intensa. Autoridad y disciplina totalitaria paterna
contada por una niña en forma de extenso monólogo que desmonta una «vida
familiar». Se lo recomiendo.
Por
cierto, el final no sé si es el esperado pero si es el deseado.
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