15 nov 2023

La culpa fue de los mejillones

 

  Todo por culpa de unos mejillones. Bueno, eso es mucho decir.
  Una madre, una hija y un hijo. La madre limpia mejillones. Ese día los había para cenar, los comían cuando había algo importante que celebrar, pero «lo que pasó después de esa cena fallida fue tan terrible que ninguno de nosotros se ha recuperado aún» (pág. 7).
  Eso nos cuenta la narradora que no es otra que la hija. Desde la primera página nos avisa que la cena no se llevó a cabo, que algo importante, terrible, sucedió. ¿Será para tanto?
  El título de la novela casi lo habrán adivinado, pues sí, es Mejillones para cenar, escrita por Birgit Vanderbeke, traducida por Marisa Presas. La autora falleció en 2021.
  La acción de la novela no puede ser más sencilla. Una mujer y sus hijos esperan la llegada del marido y padre. Ella está preparando unos mejillones que tanto le gustan a él y tan poco a los demás. Es un día especial ya que el pater familias esperaba lograr un ascenso en el trabajo.
  El padre es científico, intenta mejorar al precio que sea y ese ansia desmesurada, pues de tal se trata, la traslada al resto. La supuesta mente analítica del «cabeza de familia» - siempre es el hombre – aborrecía la imaginación, así lo afirma la hija cuando nos dice «En nuestra familia las ideas escalofriantes y las fantasías se consideraban un puro despilfarro mental , sobre todo cuando mi padre estaba en casa» (pág. 21).
  No llegaremos a conocer los nombres de los integrantes de la familia. La novela tiene la particularidad de contar con pocos puntos y aparte.
  La madre toca el violín y el piano, mejor dicho lo tocaba. En raras ocasiones lo hacia. Él le había estrangulado el espíritu artístico y la sometía a lo que para ella era un sufrimiento, escuchar a Verdi.
  El retraso del padre, inusual, genera inquietud al tiempo que una dinámica inesperada en los integrantes de la familia. Lo que inicialmente podía parecer una vida ordenada resulta ser un infierno para la mujer e hijos que viven bajo el yugo de un déspota. No es que sea un Padre Padrone pero psicológicamente los tiene anulados. Por cierto, si no han visto la película Padre Padrone de los hermanos Taviani se la recomiendo.
  La voz de la hija, les recuerdo que es la narradora nos va dando el perfil, así nos dice «mi padre estaba a favor de todo lo que fuera objetivo y razonable, y naturalmente mi madre respetaba su manera de ser objetiva y razonable, y cuando él estaba al llegar ella se preparaba y amoldaba a él» (pág. 21). Claro que es objetividad no es tal si no imposición y lo de razonable solo es lo que él cree, el resto no cuenta. La hija lo explica muy bien «porque cuando mi padre llegaba a casa todo el mundo tenía que amoldarse para constituir lo que mi padre llamaba una familia, aunque él nunca había tenido una familia» (pág. 27).
  Ese comportamiento paterno lleva parejo, no podría ser de otra manera, el machismo.
  «Yo soy como mi padre, soy lógica y pienso, cosa que no necesariamente deben hacer las niñas, pero que siempre es mejor que dar besos» (pág. 33). La hija le salió respondona. Por si no nos quedó claro lo remarca «Naturalmente, mi padre hubiera preferido que fuera al revés, que mi hermano fuera lógico y mi madre y yo, ilógicas» (pág. 33).
  Mejillones para cenar trasciende ese ámbito familiar agobiante y se convierte en una reflexión sobre las dos alemanias. Los padres huyeron de la RDA (República Democrática Alemana) a la RFA (República Federal de Alemania) y parece que ese paso de la opresión a la libertad no fue asumido, a pesar de la huida, por el padre en el terreno personal.
  Novela breve, 134 páginas, pero intensa. Autoridad y disciplina totalitaria paterna contada por una niña en forma de extenso monólogo que desmonta una «vida familiar». Se lo recomiendo.
  Por cierto, el final no sé si es el esperado pero si es el deseado.

 

 

 

 

 

 

 

 


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