Hay quienes creen que los libros pueden
cambiar la vida de las personas, me encuentro entre ellos. La biblioteca de
los nuevos comienzos de Michiko Aoyama, traducida por Marta Morros Serret,
otorga a los libros un poder casi mágico. Personas descontentas con su forma de
vida orientan su existencia por un camino que les satisface tras la lectura de
un libro. Eso es exigirles demasiado.
Esto me trae a la memoria la frase que
escuché al escritor Manuel Vicent quien dijo que cultura es aquello que queda
tras haber leído dos mil libros. Estoy totalmente de acuerdo con él. Los
libros, su lectura por supuesto, nos dan las herramientas necesarias para
pensar por nosotros mismos y poder acercarnos a la comprensión del mundo.
Sigo con La biblioteca de los nuevos
comienzos.
En una biblioteca, que pasa bastante
desapercibida, trabaja una bibliotecaria peculiar, la señora Sayuri Komachi.
Tiene a su lado una caja de galletas que usa como costurero. Seguro que en
muchas de nuestras casas tenemos una con esa función, yo sí. Crea, cuando no
tiene usuarios a los que atender, pequeñas figuras de fieltro que regala a los
visitantes que considera especiales.
Una curiosidad. Para poder acceder al
préstamo de libros es necesario ser vecino del barrio. No sé si será una norma
en Japón. Como saben en Asturias no es necesario, cualquier ciudadano asturiano
puede hacer uso de toda la red de bibliotecas públicas.
Continuo.
Los usuarios al entrar en esa biblioteca se
encuentran con una joven colocando libros. Les pregunta que es lo que desean.
Tras ese primer contacto les remite a la bibliotecaria. La señora Komachi es
una mujer de gran tamaño, gorda no, grande. Siempre les interpela de la misma
forma, ¿qué es lo que buscas? Tras una breve charla, cuando considera que tiene
la información que necesita tecletea en su ordenador, a gran velocidad, y de la
impresora sale una hoja con una bibliografía sobre el tema. La lista siempre
contiene un libro que nada tiene que ver con la petición del usuario, pero sin
embargo ese libro cambiará la vida del lector.
Ese esquema se repite a lo largo de los cinco
capítulos en que se divide el libro. Cada uno de ellos cuenta una historia de
superación gracias a la influencia de los libros.
Esa construcción es idéntica a la que utilizó
Hisashi Kashiwai en Los misterios de la taberna Kamagawa del que les
hablé hace un tiempo.
La novela es sencilla, sensible, es una
novela superferolítica. Un inciso. Imagino que eso de superferolítica no les suena de nada, al
menos a la mayoría. Les confieso que hasta ahora a mí tampoco. Estaba buscando
una definición que se ajustara a lo que quería decir y a base de buscar
sinónimos me apareció este de superferolítico que significa excesivamente
delicado o fino. Creo que este adjetivo se acerca a lo que me pareció a mí La
biblioteca de los nuevos comienzos.
Aprovecho la ocasión para recomendar a los
lectores, tanto adultos como niños y jóvenes, la utilización del diccionario de
la RAE y el de sinónimos, herramientas disponibles, de forma gratuita, en
internet.
No hay duda que la novela es un canto a las
«propiedades» de los libros. Así uno de los personajes dice: «Para mí comprar
libros como lectora también es formar parte del proceso. El mundo del libro no
solo gira gracias a las personas que trabajan en él, sino sobre todo gracias a
los lectores. Los libros son de todos: de las personas que los crean, de los
que los venden y de las que lo leen. Yo creo que la sociedad es eso». La señora
Komachi explica a uno de los lectores: «El lector relaciona algunas palabras
del libro consigo mismo de un modo que no tiene nada que ver con la intención
de quien lo escribió y así es como obtiene algo único para él». Eso es la
literatura.
Lo dicho, novela sin sobresaltos, amable
tirando a un poquito ñoña, al menos para mi gusto. Como bibliotecario, siempre
lo seré, seguiré leyendo aquellos libros que traten de las bibliotecas. Ya
saben, la cabra tira al monte y ese monte para mí es de las cosas más bellas de
este mundo.
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