Viñeta
Forges 15 abril de 2013 en El País
Juan tiene 52 años. Es albañil y
desde hace tres años está en el paro. En casa comen cuatro. Muchos días llora
de impotencia.
María, ingeniera técnica, 34
años. Trabaja de cajera. Todas las mañanas cuando empieza la jornada aprieta
los dientes y se da ánimos. No llega a los 900 euros. Vive con sus padres.
Pablo y Ángela son amigos, están
buscando trabajo en Inglaterra o Alemania. Son ingenieros de
telecomunicaciones. Tienen un master y hablan dos idiomas. Están buscando su
primer empleo.
José y Carmen, matrimonio, tienen
75 años. Les han estafado los ahorros de su vida con las preferentes.
Conchita llora todos los días. Su
amigo de la infancia se suicidó. Le habían embargado su casa.
Jaime tiene una enfermedad
crónica y ya no sabe como pagar su medicación.
Estas son situaciones similares a
las que vemos en las noticias todos los días. Y no parece que vaya a parar.
Cada una de esas personas vive
una situación personal desesperada. Probablemente estén sintiéndose víctimas de
un complot que lo único que persigue es su anulación como individuos. Lo poco
que tenían se lo están arrebatando. Por pensar ya piensan que no tienen futuro.
Están desesperados.
Carlos tiene 63 años. Acaba de
jubilarse. Ahora sí que va a disfrutar de la vida. Le han abonado una
indemnización de dos millones de euros.
Trabajó de alto directivo de un banco. Ese banco ha recibido ayudas.
Ignacio se casó con una buena
heredera y hasta ahora ha vivido de la imagen de sus suegros.
Don Joaquín, empresario de la construcción
en horas bajas, ya no vende pisos pero va mucho de vacaciones a Suiza.
Rodrigo, Alberto y Santiago, son
tres hermanos sin oficio conocido, pero muy solventes económicamente. Comentan
que son muy viajeros y que tienen intereses por todo el mundo.
Cosas como estas también nos
suenan. Esto tampoco tiene aspecto de acabarse.
Estoy seguro de que algunos de
estos se sienten intranquilos. Pero no mucho. Al final ya saben como va a
terminar.
Hay otros que sí lo están pasando
mal. Es verdad. Viven en un sinvivir. Me conmuevo solo de pensarlo. Esta
situación merece medidas enérgicas y contundentes. No pueden seguir así. Hay
que salvarlos. Pobres de nuestros políticos, se sienten acosados. Los escraches
los tienen amargados.
Por cierto, escrache significa -además
de denunciar en su residencia o trabajo a alguien- romper, destruir, aplastar, fotografíar a una
persona.
Ninguna de esas cosas ha
sucedido, y no lo deseamos, pero retratar se retratan cada vez que nos mienten.
Sus embustes son públicos y notorios.
Hasta ahora eso de la crisis no
iba con ellos, con esta medida empiezan a sentirla en su cogote.
Hay cargos públicos que han tachado de nazis y fascistas a los ciudadanos que utilizan este método de
protesta directa. Otros recurren a procedimientos más expeditivos y no dudarán en darles unas “hostias”. Eso sí, reciben aplausos por tan meritorias expresiones.
Estos son los mismos que no han
tenido ni un resquicio de esa misericordia de la que tanto hablan. Son los que
ante las mentiras más descaradas e incumplimientos más flagrantes aplauden a
rabiar a su jefe de filas.
Hay quien critica los escraches
en tono irónico y manifiesta que “lo hacen en nombre del sacrosanto derecho a
la propiedad privada” y la “extremada fe en la propiedad que caracteriza a España”
Solo le faltó decir que la propiedad es un robo. Lo que hay que leer.
Alguno no duda en poner tiernos ejemplos y nos dice por qué “un niño” tiene que “aguantar la presión en la
puerta de su casa”. Pide que la movilización contra los desahucios no implique
“violencia contra las personas”.
¿Los suicidios no son violencia?
¿El perder la casa por cláusulas abusivas no es una agresión? Ya, ya lo
entiendo: una buena comida, en algunos casos, es más efectiva que un millón y
medio de firmas. Los lobbies no existen,
desde luego.
Tiene narices la cosa.
Las huelgas molestan, las ruedas
de prensa se retransmiten sin preguntas, se denuncia a los mensajeros y no a
los culpables y todo lo que no esté dentro de los cánones de lo políticamente
correcto es radical. Quieren reducir la democracia a votar cada cuatro años y
luego quieren sumisión.
Eso no es democracia.
Disfruten de la vida y ya saben, cada vez que vean a un político
háganle la pelota, les encanta.
¿Acosados? ¿Maltratados? Pobrecitos by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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