Su presencia se percibe con mucha
antelación. No sabes definir muy bien qué es, pero hay algo que te dice que
está ahí. Se intuye.
El silencio lo llena todo y, sin
embargo, barruntas que ocupa ese espacio cercano que no ves. No es algo
corpóreo, es más bien una esencia que se propaga por el aire y que pone tus
sentidos en estado de alerta.
No sientes miedo. No hay nada que
temer. Un escalofrío te recorre el cuerpo y no te asusta. Sabes lo que te vas a
encontrar y a pesar de ello sigues adelante. Una inspiración profunda hace que
un regusto amargo inunde tus papilas gustativas. No es nada tóxico,
desagradable sí. Te imaginas que así deben saber los metales a los que cubre
una vieja y rancia pátina.
No es la primera vez, no será la
última. La reincidencia no atenúa la sensación.
Te paras. Miras hacia delante y…
te dan ganas de darte media vuelta e irte. No puedes, no debes. Un paso tras
otro te conduce a lo inexorable. La tensión te enerva. Queda poco. Sabes que el
golpe del encuentro te va a trastornar. Quedarás noqueado.
Estás tan cerca que esa presencia
intuida se transforma en un efluvio sólido, consistente.
Das la vuelta a la esquina y el
tufo te echa para atrás. Te sonrojas, no de ira, sino por tener la respiración
contenida. Otro día más el hedor lo inunda todo.
Joder, sabemos que el agua sirve para beber pero algunos no saben que
también para lavarse.
Presencia intuida por M.Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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