Publicado en La Nueva España el 16 de mayo de 2018
La realidad demográfica del mundo
rural no es resultado de los últimos años. El abandono de los pueblos se inicia
en España, y en Asturias, a finales del siglo XIX. Ese proceso de
despoblamiento se acelera a mediados del pasado siglo y aún continúa.
Para comprender lo que ha pasado
en esta España vacía, término que puso de moda Sergio del Molino, habría que
dar un salto atrás. De forma muy sencilla, tendríamos que situarnos en la
década de los cincuenta, cuando se rompe el aislamiento del régimen franquista.
En 1953 se firmaron los Pactos de
Madrid entre Estados Unidos y España. A cambio de las cuatro bases militares
norteamericanas se recibieron créditos destinados a la compra de productos
alimenticios, algodón o carbón, todos ellos norteamericanos, desde luego. También
se adquirió armamento militar, estadounidense, faltaría más, con otros
créditos.
Ese mismo año, 1953, se firmó el
Concordato con la Iglesia Católica. Y no podemos olvidar la Guerra fría.
Esos factores contribuyeron a
abrir el país al resto del mundo e hicieron posible la puesta en marcha del
Plan de Estabilización en 1959. Ese plan, dirigido por los tecnócratas del Opus
Dei, posibilitó el crecimiento económico de España en la década de los sesenta.
Será a partir de ese momento cuando se produzca la gran desbandada y la
población rural disminuya de forma constante.
El desarrollo económico se
concentró en la periferia, en el norte y
costa mediterránea, el centro peninsular era y sigue siendo un desierto,
exceptuando algunas ciudades, entre ellas Madrid. Asturias, Cataluña, País
Vasco o Valencia absorbieron gran parte de esa migración.
Se necesitaba mucha mano de obra y
el régimen franquista ensalzó las virtudes
de la vida urbana. El cine de la época contribuyó de manera notable a encomiar
la ciudad, anónima, llena de glamour y diversión. Imposible competir con eso.
La economía estaba cambiando y
con ella la mentalidad de los ciudadanos. Se produjeron cambios radicales en la
familia. Se pasó de una familia numerosa y múltiple a una reducida y de un solo
núcleo. En el mundo rural la familia era una unidad de producción, en la nueva
sociedad urbana una unidad de consumo. Un cambio con enormes consecuencias
sociales, económicas y políticas.
Pero llegó un momento en que la
industria española no tuvo capacidad para absorber más mano de obra y ahí se
inició la emigración al resto de Europa, especialmente Alemania, Francia y
Suiza.
El franquismo seguía con la
suerte de cara. Las tensiones sociales se disiparon al tiempo que los
emigrantes se convirtieron en suministradores de divisas. El turismo también
alivió la paupérrima economía y sirvió de estímulo a un crecimiento urbanístico
salvaje.
Llegó la democracia, por
extinción física del dictador, y la entrada en la Unión Europea, con pase
obligado por la OTAN, supuso adentrarse en eso que se ha denominado sociedad
del bienestar. Ese estado del bienestar, junto con el proceso de concentración
urbana, reforzó la tendencia migratoria en toda Europa.
Y llegó la crisis, la que estamos
sufriendo, y el despoblamiento continúa y nos parece imparable. ¿Lo es?
Las zonas rurales, los pueblos,
cuentan con menos servicios públicos, menos infraestructuras, menos de todo.
Las grandes inversiones públicas se realizan en las zonas más pobladas donde se
obtiene mayor rendimiento político.
Hay más hombres que mujeres, es
una población envejecida y muchos jóvenes migran, lo que lleva a las zonas
rurales a tener un crecimiento vegetativo negativo, más defunciones que
nacimientos. Los demógrafos introducen otros factores que inciden negativamente
como son el control de la natalidad, el acceso de las mujeres al mercado
laboral o que tienen hijos a edades más avanzadas…
¿Existen soluciones? Desde luego,
al menos para parar la sangría e incluso recuperar algo de población.
Hay que dotar a las comarcas de
unos servicios públicos mínimos de calidad. No se puede permitir el deterioro
de los existentes o vivir con el temor de que desaparezcan. Se ha de promover
una tercerización, nos guste o no, de la economía rural mediante la
diversificación, en la que hay que tener en cuenta, y mucho, las
telecomunicaciones. Es necesario incentivar la iniciativa privada de forma
rotunda puesto que sin ella es inviable el futuro, pero para ello es
imprescindible contar con unas infraestructuras adecuadas.
Hay quienes abogan por el apoyo a
la natalidad, teniendo en cuenta circunstancias como la situación laboral, la
calidad de los servicios públicos o el precio de la vivienda. Otros quieren
además desgravaciones fiscales y ofrecer ciertas garantías a las familias
numerosas como son el acceso a la educación, sanidad y vivienda en condiciones
más beneficiosas.
Crear un marco laboral estable e
incrementar la incorporación de las mujeres al trabajo fuera de casa son elementos
que influyen directamente en la revitalización de los pueblos. Las mujeres
jóvenes tienen un papel crucial y es necesario acabar con las discriminaciones
económicas y sociológicas.
En otros países vivir en los
pueblos tiene más consideración social que en España. Se promueven los mercados
y productos locales, no se penalizan. Se valora la producción ecológica o
artesanal, y se paga por ello. Diversifican y potencian lo que les diferencia.
Los profesores Luis Antonio Sáez,
María Isabel Ayuda y Vicente Pinilla publicaron, en 2001, un artículo sobre despoblación en el
que afirmaban “que la equidad es fundamental ante las políticas de
despoblación. Esa equidad debe de inspirar el trato discriminatorio favorable a
quienes se encuentren en peor situación” y añaden que “junto con la pretensión
de alcanzar una oferta productiva diversificada y eficiente con empresas más
innovadoras, ha de incorporarse la perspectiva de la demanda, en la que la
calidad de vida que perciban los ciudadanos es el elemento clave”. Totalmente
de acuerdo.
Mis profesores de Geografía de la
Universidad de Oviedo ya hablaban en la década de los 80 de envejecimiento y
despoblación en España y sus consecuencias. Países como Francia empezaron a
atajar el problema en la década de los 60 del siglo pasado.
Como ejemplo de despoblamiento,
en las últimas décadas, podemos fijarnos en el suroccidente asturiano: en 1981
el número de habitantes era de 48729; en 2001 descendió a 35748 y en 2017 bajó
hasta los 26729.
Si observamos los datos del concejo
de Tineo comprobamos que sigue la misma tónica: en 1970 había 18184 habitantes;
en 1980 ascendió a 20076 (térmica de Soto de la Barca y minería en pleno
apogeo); en 1990 desciende a 14927; en 2001 prosigue la caída y se llega a
12797 y en la actualidad hay 9575 habitantes, de los cuales 3425 viven en la
capital del concejo. (Fuente: SADEI).
Para terminar, quisiera hacer
referencia al Plan Especial para el Suroccidente.
La verdad es que no entiendo muy
bien eso de especial. Se trata de un plan de obras y servicios de aquí al 2025.
La inversión que van a realizar es de algo más de 250 millones a repartir entre
los concejos de Allande, Cangas del Narcea, Degaña, Ibias y Tineo. Incluyen
carreteras, saneamientos, arreglos de escuelas… ¿Qué pensaban hacer entonces?
Miren, si es que han metido en ese plan especial el nivel C1 de inglés en la
Escuela Oficial de Idiomas de Cangas del Narcea.
Son 376 páginas en las que se
recogen datos estadísticos, realizan un análisis DAFO (se aplicaba inicialmente
a las empresas para determinar sus fortalezas y debilidades), y con posterioridad pasan a las estrategias de
intervención. Se trata de una sistematización de lo conocido.
El tema da para mucho y hay
expertos que lo conocen en profundidad, otra cosa es la inexistente iniciativa política para frenar la
despoblación. No es una opinión, es una constatación de la realidad en la que
vivo. Desde 1978 no se han llevado a cabo políticas activas encaminadas a dotar
al mundo rural de los elementos necesarios para ofrecer a los ciudadanos un
marco adecuado en el cuál vivir. ¿Qué ha pasado con los programas de desarrollo
rural de todo tipo? No podemos decir que hayan cumplido sus objetivos. ¿Cómo es
posible que el suroccidente asturiano siga en retroceso? ¿Qué se hizo por el
mundo rural en España? Poco, muy poco.
El despoblamiento, ¿un proceso imparable? by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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