Estoy preocupado. La tensión
laboral, emocional y la responsabilidad que pesa sobre nuestros políticos están
minando su salud. La situación es tan preocupante que probablemente tengan que
declarar el estado de alarma. Ellos, pilar de nuestra sociedad, no pueden
flaquear y ver mermadas sus facultades por enfermedades profesionales. ¡Es un
asunto de Estado!
Permítanme un breve recuento de
algunos de los males por los que se ven asediados. Verán cómo también se
alarman.
Entre sus males destaca el afán
de protagonismo. Les sale por los poros, las cagadas por la boca. Podemos poner
como ejemplo a…todos. Se montan la película, la dirigen y la protagonizan.
Nada les perturba. Lo nuevo, y
mortal, de la situación no les induce a cambiar. No es extraño, padecen de
ombliguismo crónico. Esa afección provoca, en los casos más graves, severos
procesos de estupidez. Estos varían en intensidad y duración.
No son los únicos males que les
aquejan.
Los líderes - en grado
superlativo, los aspirantes a la zaga - sufren de forma dolorosa una enfermedad denominada mitomanía, también conocida como enfermedad
de los mentirosos. De esta no se libra ni el más humilde de los concejales. Es
más, los partidos políticos tienen escuelas de verano en las que les instruyen
para sobrellevar la mitomanía sin pudor ni vergüenza. La nota media de los
alumnos sobrepasa el notable. Muchos alumnos han grabado a fuego, en sus partes
más íntimas, dos palabras: necesidad irremediable.
Los más conspicuos y
recalcitrantes suelen verse afectados por otra pandemia, de fácil pronóstico
pero de complejo tratamiento: la crematomanía. Nombre feo que designa a una
enfermedad muy extendida pero poco reconocida: el deseo de acumular dinero y
riquezas. Entre la clase política se denomina derrochador a aquel que paga más
de dos cafés.
Una afección de la que no libra
ni uno es del síndrome de Hubris. Y cuando digo que no lo libra ninguno es
ninguno. También se le conoce como la enfermedad de los que creen saberlo todo.
No dudan jamás. En caso de flaqueza les brota la mitomanía.
En los últimos tiempos los
especialistas están intentando definir y darle nombre a un trastorno que tiene
ciertas similitudes con el síndrome de Diógenes, aunque con unos matices
propios del gremio político. Tienen una propensión patológica a acumular votos
y mientras más votos obtienen, más porquerías amontonan.
Los políticos profesionales son
gente con una sensibilidad especial. Esa emotividad pude inducirles
indisposiciones que podrían asimilarse, salvando las distancias, al síndrome de
Münchausen. En esas situaciones de zozobra en vez de buscar atención médica anhelan
el contacto con las masas y se montan un mitin. Es tal el subidón que reciben
que les puede durar meses.
Hay casos extremos, son menos
frecuentes pero haberlos haylos. No se trata aquí de hacer un recorrido
exhaustivo de los males que aquejan a la casta política. Dada la
profesionalización de la actividad estos trastornos están en fase de estudio y
de definición. De momento, los profesionales de la salud están equiparando esos
males a enfermedades ya conocidas, pero, aseguran, es algo transitorio.
Dado el número tan elevado de miembros
de este sector profesional y las afecciones que padecen, ya hay varias
universidades elaborando contenidos para instaurar una nueva titulación. Esas
universidades abrieron un periodo de prescripción y en el plazo de una hora se
completó.
Nadie podía pensar que ahí
teníamos un nicho de empleo. No hay mal que por bien no venga.
Por nuestro bien, cuidemos de su
salud.
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