30 nov 2020

Desesperación americana y desistimiento con España


Manuel Vilas piensa que no se puede ser español toda una vida. Los ofendiditos patrios que no se alarmen. Su desafección por España no se debe a los españoles a “quienes yo siempre quise y amé” (pág. 19). La causa se encuentra en las élites españolas y en la fabricación de su cultura canónica. Así lo manifiesta Vilas en su libro América.
El autor busca otra vida más libre, imprevista, y para ello se va al Midwest. Como recurso literario está bien, pero seguro que algo influiría que su pareja, la escritora Ana Merino, de clases en la universidad de Iowa.
Se enamoró de la América de “la vida instantánea, la vida sin atributos” (pág. 23). Llegó a pensar que en ese país el fracaso no existía, la realidad le demostró lo contrario. No es propiamente un libro de viajes. Es una crónica personal de vivencias, pensamientos y sentimientos provocados por ese país inmenso y lleno de contradicciones llamado Estados Unidos. Su mirada, aunque crítica, no está exenta de aceptación e incluso de benevolencia. Las contradicciones del país salen a relucir, pero no por eso deja de tenerle cariño.
Desde Iowa realiza escapadas a otros estados y ciudades, unas veces por trabajo otras por placer. Gentes, costumbres se entremezclan con el rock, la poesía, escritores, emigrantes, personajes políticos y hasta Trump antes de ser presidente.
Vilas hizo una predicción que por desgracia se cumplió: “Tal vez cuando este libro se publique ya haya llegado, sí, es posible que al final gane Trump, porque la gente ha elegido el caos, la aniquilación, la enfermedad, el rencor, la melancolía pesada, porque los basements le están ganando la partida a Abrham Lincoln. Porque quien vota ya no es un ser humano sino un zombi. Es posible, sí, muy posible que gane Trump. Porque si el pueblo judío esperaba a un Mesías, el pueblo zombi espera la llegada de un Terminator” (pág. 28).
Más adelante justificará el vaticinio: “Contra Trump hay argumentos políticos solventes, pero contra Hillary hay odio. A Trump no se le odia, simplemente se desprecia su visión política. Hay allí un matiz peligroso. No se argumenta contra Hillary Clinton, simplemente se le odia” (pág. 189).
Siguiendo con eso de la política, el autor se apunta a la idea de la muerte de las ideologías: “…ese punto de desasosiego que procede de la comprobación de la muerte de las ideologías políticas históricas y del nacimiento del éxito como única ideología posible” (pág. 43). Teoría esta muy estadounidense.
Por América desfilarán personajes como Bowie, Bob Dylan, Michael Jackson… y visitaremos de la mano de Vilas las ciudades y casas donde vivieron Mark Twain, Fitzgerald, o T.S. Eliot.
Además de esos personajes, y otros más, aparecen los Dalton. Sí, los famosos hermanos Dalton, enemigos irreconciliables de Lucky Luke, personajes creados por Morris y Goscinny.
Manuel Vilas realiza una comparativa constante entre la vida, usos y costumbres, yanqui y la española. Como él dice en algún momento, es la visión de un paleto que se asombra ante todo lo que le resulta novedoso.
Obsesivamente nos cuenta el precio de todo lo que compra, de las entradas a museos, espectáculos, ropa, comida, hoteles. Los precios son un elemento de conocimiento bastante preciso para conocer esa sociedad, que se supone la más opulenta del mundo. Constata que el coste de bienes corrientes son, en muchos casos, más baratos que en España.
A mí me queda una duda ¿Vilas será un poco tacaño? Pues no lo sé, pero la idea se me pasó por la cabeza.
El autor ya comprobamos que es un poco adivino, caso Trump, pero además articula teorías sociales - es broma - pero vean: “La obesidad no es otra cosa que la eliminación de las curvas del erotismo; es la masa informe y asexuada frene a la curva del músculo y la flexibilidad coital de las extremidades. Estados Unidos es el país de la obesidad y la obesidad acaba siendo un regreso al puritanismo” (pág. 107). Será así. Vean otra más: “Que alguien se haga inmensamente rico con la especulación legítima del arte, y no con la ilegítima del capital, fascina. Todo lo real es consumible, y todo lo consumible es real” (pág. 132). Hombre, no me parece un ejemplo muy acertado teniendo en cuenta lo manipulable que es el precio del arte. Aunque no me extraña que diga eso puesto que ensalza a Jeff Koons, ya saben, el creador de Puppy, el perro del Guggenheim de Bilbao. Koons debe ser el artista vivo más cotizado. El calificativo de artista seguro que más de uno lo discutiría.
Otras teorías son menos elaboradas: “el capitalismo se basa en la necesidad de lograr cada día algo mejor”.
A Vila le “gustan los hoteles americanos de la América profunda porque son grandes. Puedes pasear por la habitación y decidir tranquilamente si te matas o no, si te tiras por la ventana o no, y eso es dignidad humana”. Un poco de ironía no está mal. Por qué es ironía ¿no?
Manuel Vila es filo yanqui - ¿se puede decir? -. No pasa nada, cada uno puede ser lo que quiera. Bueno, ahí no meto eso de la identidad de género.
Hablando de filias, lo de este hombre con la Coca-Cola es total. “La democratización del néctar de los dioses, la bebida sagrada, eso es la Coca-Cola. Es el elixir de la felicidad, el néctar de la eterna juventud” (pág. 145). No se queda ahí. “Cuando Warhol pintó la botella de Coca-Cola, superó a Picasso, a Miguel Ángel, a Leonardo, a Velázquez, a todos” (pág. 145). Imagino que le empresa líder mundial de las burbujas habrá tenido un buen detalle con él.
Tampoco me extraña, en su momento el alcohol y el autor estuvieron muy unidos. Lo ha contado él. Todo tiene una explicación. Más arriba comenté el tema de la presencia constante de los precios de las cosas y dudaba sí Manuel Vilas tiene un aprecio considerable por el dinero. Cuando leí “no me pagan por encontrar culpables” (pág. 148) me quedó un poco más claro. A todos nos gusta el dinero. Mientras escribo esto, sonrío. En la página siguiente nos da otra pista: “Me compro varias [camisetas] porque son baratas. Cuestan cinco dólares cada una. Y sientan bien. Son tan ásperas que laceran mi piel. Mejor, así sabes que sigues vivo”. Es total el tío.
Esperen que cogí carrerilla. “Nos alojamos en un Hampton Inn, que está de oferta”. Me descojono. Marchando otra de lo mismo: “Imprime la factura con un gesto de triunfo. Me quedo mirando la factura y luego vuelvo a mirarle a él” (pág. 193).
Lo dejo, el libro está trufado de comentarios por el estilo. Que Vila me perdone. Bueno, no se va a enterar. Joder, no lo resisto. Ahí va otra: “La primera sorpresa fue agradable, pues hay una tarifa plana de taxis que lleva al viajero desde el aeropuerto al centro por 36 dólares” (pág. 195). Perdón, perdón. Me hace gracia.
Cuando me pongo a escribir sobre libros no tengo ni idea de por donde voy a tirar. Releo lo que he subrayado y de ahí sale lo que sale. En este caso, sin ton ni son, las anécdotas pecuniarias han tomado protagonismo. Pues vale. América es más. La mirada de Manuel Vilas abarca múltiples facetas de ese país inmenso, odiado y amado al mismo tiempo por millones de personas de todos los rincones del mundo. Vila lo critica como un padre cariñoso lo hace con su hijo.
Me gustó y ha gustado a montones de lectores, va por la cuarta edición. América es de lectura amena y nos acerca a los paletos al guardián de las esencias ultracapitalistas.
Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería más cercana.

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