Ese contacto nocturno refuerza la
intimidad, llega a ser carnal. Las palabras leídas se convierten en cálidos
susurros. Pierdo la consciencia de la lectura, soy un narrador omnisciente que
se encarna en cada uno de los personajes.
Lo confieso, soy relapso y no
tengo intención de enmendarme. Estoy condenado, por propia voluntad, a
encadenarme hasta el final a la lectura. Lamento lo que no podré leer. Suspiro
por los goces perdidos y los que perderé.
Soy un ser abyecto. Podéis
despreciarme, no me importa. Ellos me darán lo que no está al alcance de
vuestro corazón.
Cuántos días ansío la noche. Cómo
ávido amante desespero anticipándome al deleite que vendrá.
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