23 dic 2020

  No todo se termina en Fin de temporada

  El amor filial puede asfixiar. En Fin de temporada, última novela de Ignacio Martínez de Pisón, la pasión maternal llega a ser como esos eucaliptales que no dejan que crezca nada a su alrededor.

  Todo comienza cuando allá por 1977 Juan y Rosa realizan un viaje a Portugal, sufren un accidente y él fallece. El mundo cambia para Rosa. Iba a realizar un aborto pero la tragedia lo cambia todo.

  Un salto en el tiempo e Iván, el hijo de Rosa, cumple dieciocho años. Madre e hijo han ido dando tumbos de un lado para otro, solos. Una soledad de dos, una soledad excluyente. Algo parece cambiar cuando el azar reúne a Rosa y Mabel y deciden regentar un campin, pero no uno cualquiera, uno que se ubica en la Costa Dorada, en las cercanías de las centrales nucleares de Ascó I y II y de la de Vandellós. ¿Quién no ha pasado cerca de esas centrales y las ha mirado con cierto temor? Por si esto no fuera suficiente, la mayor parte de la historia transcurre con el campin cerrado por  Fin de temporada lo que contribuye a incrementar la sensación de tristeza. No hay gritos de niños, risas o música a todo volumen, sólo hay silencio.

  A Martínez de Pisón se le da muy bien meternos en ambiente, lo que contribuye a dar verosimilitud a la novela. Realiza referencias a acontecimientos, útiles, personas, músicas… que a los que vivimos aquellos años los reconocemos y nos reconocemos en ellos. ¿Quién no recuerda esto?: “Rosa no se daba por vencida. Incorporada en el asiento, manipulaba muy lentamente la ruedecita del dial, moviéndola milímetro a milímetro y deteniéndose en seco cada vez que captaba una señal” (pág. 19). Las generaciones nacidas en la era digital no saben de qué hablo.

  Rosa y Mabel son muy diferentes. Rosa se ha labrado una vida sustentada en un recuerdo trágico y en el lamento de lo que podía haber sido y no fue. La presencia de su novio fallecido es una constante e Iván es el vínculo al que se aferra para sobrevivir. Mabel escapó del horror e intenta ser dueña de su vida. Cree haber encontrado en Rosa e Iván el cariño y la familia  que no había tenido. Son dos mujeres a las que “la vida las había baqueteado pero no las había endurecido. Eran dos corazones heridos, dos criaturas lastimadas…” (pág. 39).

  La presencia de Céline alterará las relaciones entre madre e hijo. Iván descubre el amor. Pero más la perturbará el encuentro entre  Iván y su familia paterna, de la cual lo desconocía todo. No sólo halla a su familia, sino también a su padre,  del cual apenas sabía nada. La brecha que se abre entre madre e hijo parece insalvable. Mabel y Alberto, amigo de su padre, realizan esfuerzos para que Iván tenga una vida más abierta a los demás, pero se encuentran con un muro infranqueable. Todo se va al traste menos lo que siempre ha estado ahí.

  Les voy a destripar el final sin que por ello pierda interés la novela. Mabel le espeta a Iván “Eres un cobarde. Y lo vas a ser siempre. Toda tu vida vas a tener miedo. Me das pena, Iván. Me das mucha pena” (pág. 371). Se lo despanzurro más, aquí van las últimas líneas de Fin de temporada: “Miró por la ventana para asegurarse de que su madre no lo veía. Sólo entonces empezó a llorar” (pág. 372 y última).

  Con Ignacio Martínez de Pisón, con su obra literaria, me siento muy identificado. Reconozco los paisajes, los personajes y me veo a mí en esos tiempos que fueron también míos.

 ¿Quién no conoce o tiene una madre absorbente? Si es así tienen un motivo para leer Fin de temporada, y si no es así léanla por otro: es un buen libro.

 

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