Todo comienza cuando allá por
1977 Juan y Rosa realizan un viaje a Portugal, sufren un accidente y él
fallece. El mundo cambia para Rosa. Iba a realizar un aborto pero la tragedia
lo cambia todo.
Un salto en el tiempo e Iván, el
hijo de Rosa, cumple dieciocho años. Madre e hijo han ido dando tumbos de un
lado para otro, solos. Una soledad de dos, una soledad excluyente. Algo parece
cambiar cuando el azar reúne a Rosa y Mabel y deciden regentar un campin, pero
no uno cualquiera, uno que se ubica en la Costa Dorada, en las cercanías de las
centrales nucleares de Ascó I y II y de la de Vandellós. ¿Quién no ha pasado
cerca de esas centrales y las ha mirado con cierto temor? Por si esto no fuera
suficiente, la mayor parte de la historia transcurre con el campin cerrado por Fin de temporada
lo que contribuye a incrementar la sensación de tristeza. No hay gritos de
niños, risas o música a todo volumen, sólo hay silencio.
A Martínez de Pisón se le da muy
bien meternos en ambiente, lo que contribuye a dar verosimilitud a la novela. Realiza
referencias a acontecimientos, útiles, personas, músicas… que a los que vivimos
aquellos años los reconocemos y nos reconocemos en ellos. ¿Quién no recuerda
esto?: “Rosa no se daba por vencida. Incorporada en el asiento, manipulaba muy
lentamente la ruedecita del dial, moviéndola milímetro a milímetro y
deteniéndose en seco cada vez que captaba una señal” (pág. 19). Las
generaciones nacidas en la era digital no saben de qué hablo.
Rosa y Mabel son muy diferentes.
Rosa se ha labrado una vida sustentada en un recuerdo trágico y en el lamento
de lo que podía haber sido y no fue. La presencia de su novio fallecido es una
constante e Iván es el vínculo al que se aferra para sobrevivir. Mabel escapó
del horror e intenta ser dueña de su vida. Cree haber encontrado en Rosa e Iván
el cariño y la familia que no había
tenido. Son dos mujeres a las que “la vida las había baqueteado pero no las había
endurecido. Eran dos corazones heridos, dos criaturas lastimadas…” (pág. 39).
La presencia de Céline alterará
las relaciones entre madre e hijo. Iván descubre el amor. Pero más la
perturbará el encuentro entre Iván y su
familia paterna, de la cual lo desconocía todo. No sólo halla a su familia,
sino también a su padre, del cual apenas
sabía nada. La brecha que se abre entre madre e hijo parece insalvable. Mabel y
Alberto, amigo de su padre, realizan esfuerzos para que Iván tenga una vida más
abierta a los demás, pero se encuentran con un muro infranqueable. Todo se va
al traste menos lo que siempre ha estado ahí.
Les voy a destripar el final sin
que por ello pierda interés la novela. Mabel le espeta a Iván “Eres un cobarde.
Y lo vas a ser siempre. Toda tu vida vas a tener miedo. Me das pena, Iván. Me
das mucha pena” (pág. 371). Se lo despanzurro más, aquí van las últimas líneas
de Fin de temporada: “Miró por la
ventana para asegurarse de que su madre no lo veía. Sólo entonces empezó a
llorar” (pág. 372 y última).
Con Ignacio Martínez de Pisón,
con su obra literaria, me siento muy identificado. Reconozco los paisajes, los personajes
y me veo a mí en esos tiempos que fueron también míos.
¿Quién no conoce o tiene una
madre absorbente? Si es así tienen un motivo para leer Fin de temporada, y si no es así léanla por otro: es un buen libro.
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