Publicado en La Maniega Mayo-Junio 2013
Hace muchos años de mi primera
Descarga. Me resulta difícil explicar la sensación que viví. No fue miedo, en
absoluto. Fue…no sé lo que fue, pero ahí sigue.
Sabía lo que me esperaba, me lo
habían contado, pero no fue suficiente. No basta con que te lo cuenten o lo
veas en un vídeo. La Descarga de Cangas del Narcea hay que vivirla.
Cuando te acercas a Cangas el día
del Carmen, todo es un preludio de lo que va a suceder a eso de las ocho de la
tarde. El continuo estruendo de los voladores -ahora uno, después otro y luego
una pequeña retahíla de ellos- nos van preparando.
Las gentes de las peñas van y
vienen, están intranquilos. Saludos rápidos y un “ya nos veremos después” es
todo lo que puedes conseguir en esos momentos. No hay que tomarlo a mal, están
a lo qué están.
Sabemos que el Puente Ambasaguas
es el epicentro. Cerca de él miles de voladores aguardan a tiradores y apurridores, que como briosos sementales, esperan el toque
de salida para lanzarse a esa carrera que es capaz de impresionar a los dioses
del Olimpo.
Las laderas que circundan la
villa canguesa están tomadas por peñas que participan en la orgía sonora. De
una ladera a la otra se van retando antes del éxtasis final. Uno suelta un petardazo de cuidado y los otros
responden con otros no menos estruendosos. Aquí nadie se achica.
La piquilla entre las peñas es
consustancial a la fiesta. No hay más premio que el reconocimiento público de
lo guapos que fueron los fuegos
artificiales del día anterior o lo bien que realizaron la tirada.
Las miradas al cielo son
continuas. No temen que se les caiga encima, quieren comprobar que las nubes no
les van a jugar una mala pasada. Cuando el cielo está despejado y brilla el
sol, la Descarga adquiere ese grado superlativo que la hace inigualable.
La tarde va pasando. El reloj se
consulta reiteradamente.
Al acercarse la hora el personal
hace acopio de cervezas, caipiriñas o lo que se tercie y empiezan a tomar
posiciones. La expectación se acrecienta y siempre hay que dar alguna explicación
a los primerizos. Las preguntas más usuales son: ¿es peligroso? ¿es para tanto?
Se les sosiega: “no, tranquilos, ya veréis”.
La pólvora ya impregna el
ambiente. Las campanas de la iglesia repican con brío. La Virgen entra en el
puente. Un volador se escapa. Otro más. Cuatro, cinco. Y cuando llega a la
mitad del Puente de Ambasaguas comienza la apoteosis.
Los apurridores, como fieles escuderos, no dejan de ofrecer a los
tiradores los descomunales voladores. Unas seiscientas personas, entre unos y los
otros, no paran de soltar esas flechas estruendosas que poco a poco van
oscureciendo el cielo.
El ritmo es cada vez más rápido.
El sabor de la pólvora va penetrando en las gargantas. Los oídos se suman al
estruendo y emiten un penetrante zumbido. Los ojos están clavados en el cielo
cada vez más negro. El llanto de algún niño se puede intuir que no oír.
Si te paras a ver a los novatos
puedes contemplar su incredulidad, su entusiasmo y hasta su miedo. No se puede
menos que sonreír.
Pero la Descarga no ha hecho más
que empezar.
Las povisas van haciendo acto de
presencia. Las varas retornan tras cumplir su misión. Niños y adultos las
recogen como recuerdo.
Como una sinfonía wagneriana
sabemos que irá en crescendo y aún le
faltará la apoteosis final.
Las máquinas empiezan a
funcionar. De pronto, el suelo comienza a temblar. La cara de los bisoños ya no
tiene desperdicio. En su boca se forma algo que quiere ser una sonrisa y solo
llega a rictus desencajado.
Fotografías y vídeos inmortalizan
ese humo cada vez más negro.
Las lágrimas afloran a más de un
cangués. Son esos mocetones curtidos a los que la Descarga sobrepasa.
No sabes el tiempo que ha
transcurrido. Las máquinas escupen fuego. La piel se nos eriza. Un cosquilleo
nos corre desde el bajo vientre y llega hasta el corazón. De súbito todo se
ralentiza. Tenemos los sentidos en máximo estado de alerta. El corazón late con
fuerza y se acompasa al ritmo de los voladores.
Y llega el final. El cielo se
resquebraja. El cosquilleo se ha trasladado a la columna vertebral. Uno se
encomienda a los cielos. Cuando crees que el corazón y los oídos te van a
estallar, se hace el silencio. Solo dura unos segundos, luego los aplausos se
desbocan. Todo nuestro cuerpo se va acomodando.
Solo son siete u ocho minutos ¡pero
qué minutos! La subida de la adrenalina es total.
Los visitantes ya están desvirgados. No saben si reír o llorar.
Nunca han visto nada igual.
A unos nos entusiasma, a otros
simplemente les parece ruido. Yo creo que es algo más, mucho más, pero por
favor, no me pidan que se lo explique. No sabría hacerlo.
La Descarga: mucho más que ruido por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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