La muerte de Nelson Mandela ha
agigantado su figura. Ya en vida obtuvo los mayores reconocimientos, tanto por
lo que hizo como por la forma en que lo hizo. Ha sido una de las figuras
públicas mundiales más relevante de los últimos años.
Una de sus características más
visibles era, sin duda, su eterna sonrisa. Le dieron una vida dura, cruel. Lo
encerraron durante 27 años y no lograron borrársela. Era espontánea, natural.
Siempre creí que era fruto de sentirse en paz consigo mismo.
Ahora todos los dirigentes
políticos lo alaban, todos dicen que es un ejemplo a seguir. Los ciudadanos
también nos sumamos a esas loas.
Si nos paramos a pensarlo un
segundo resulta curioso.
Esos políticos que lo ponen de
ejemplo no lo imitan en absoluto. Y no hablo de que dejen el poder
voluntariamente, cosa imposible, me refiero a que sean coherentes consigo
mismos y con los demás, como lo fue Mandela. Lo alaban en otros, pero nunca se
lo aplican.
Nelson Mandela fue condenado y
encarcelado por luchar contra la discriminación racial. Se trató de un apaño de
un gobierno racista y nada democrático.
Nuestros dirigentes no saben lo
que es estar condenados. En nuestra democracia los políticos dilatan las causas
contra ellos, colocan a amigos en los tribunales que les pueden juzgar y en
caso de que algo salga mal, son amnistiados por el gobierno.
Lo de Mandela y sus compañeros
fue, entre otras cosas, una injusticia, lo de nuestros imputados y acusados
políticos es una indecencia antidemocrática.
A más de uno, de los que le
alaban en público estos días, parece que se les olvidó que era negro. Con él no
eran racistas. Hay que escucharles hablar de los negros que llegan en patera,
de los que sobreviven con el top manta.
Algunos de esos políticos son capaces de justificar las cuchillas de las vallas
de Melilla sin detenerse a pensar lo que les diría Mandela.
No intento comparar a estos con
“Madiba”, eso es imposible.
Los ciudadanos le reconocemos el
arrojo, la férrea voluntad por conseguir que en su país no se discriminase a
nadie por el color de su piel, ni al negro ni al blanco. Su objetivo era
lograrlo por medio de un sistema democrático al modo occidental.
No nos podemos olvidar que Nelson
Mandela era un político. Es el ejemplo de que la actividad política no es mala
ni indigna, los indignos son algunos políticos. Para nuestra desgracia nos
hemos dado cuenta que en España son legión.
Mandela fue capaz a sobreponerse
a sus miedos y dar un paso hacia delante con el que contribuyó de forma
decisiva a la liberación de su pueblo. Mientras, en nuestras bonitas
democracias, la sociedad civil languidece en la indignación.
Durante unos días seguiremos
ensalzado a Mandela. Lo haremos, como yo ahora, de boquita y con eso nos
quedaremos contentos. Después seguiremos esperando a que nos aparezca un líder
carismático que nos conduzca a la salvación.
¿Nos vale con eso?
Mandela, un ejemplo de vida poco imitado by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario