Pues
no, no me encontré con Petrus II. Ni en el puerto de Mykonos ni en las calles
adyacentes. O estaba de vacaciones o se escondió de mí. ¿Qué no saben quién es
Petrus II? Pues el sucesor de Petrus. No se trata de ningún pope, es un
pelícano. El primero, Petrus, era el famoso de verdad, el segundo fue una importación. No sé qué
habrá sido de él, no lo vi.
Retrocedo.
Para llegar a Mykonos, desde Atenas, tomamos un transbordador que iba llenito
de gente. No solo éramos turistas. Las bodegas se tragaron unos cuantos
camiones y coches. Cinco horas de navegación que se hicieron entretenidas, la
verdad.
Como
el Alsa entre Oviedo y Tineo, hizo paradas. La primera en la isla de Siro. Se
veía un pueblo bastante grande y guapo. Descendieron algunos vehículos y
también pasajeros. Todo muy rápido. Subieron al barco un par de hombres
vendiendo algo que creímos que era un postre típico de la isla. Lo llevaban
metido en una gran bolsa blanca y no se veía. Anunciaban a voz en grito su
mercancía, pero nuestro griego es bastante deficiente. El barco arrancó con
ellos dentro.
Un
rato más tarde, la segunda parada: Tinos. Mucho más pequeño y con algo menos
encanto. Eso me pareció a mí. En esta se bajó menos personal. Casi todos
parecían habitantes de la isla.
Como
podrán imaginar, en una y otra los guiris nos agolpamos en la borda para hacer
fotografías.
Vuelvo.
La capital de Mykonos es Chora, Jora o Χώρα – impresionante mi dominio de las
lenguas -. Es un pueblo para caminarlo. Sus preciosas y laberínticas calles
están pintadas de un blanco impoluto. Hasta el suelo, de grandes losas, tienen
las separaciones pintadas de blanco. Dicen que cada vecino se encarga del
mantenimiento de su fachada y el entorno de sus casas.
Los
edificios son de dos alturas, con puertas, ventanas y las barandillas de las
escaleras de acceso a esas plantas superiores pintadas. Toques de color azul,
sobre todo, y rojo rompen esa blancura. Los tejados son planos.
Da
igual por donde andes, una callejuela da acceso a otra. Algunas son estrechas,
otras muy estrechas. No es posible perderse. Con algunas vueltas, y un mínimo
sentido de la orientación, acabas saliendo al puerto. Petrus II no aparece.
El
pueblo está muy limpio. Los barrenderos que no vimos en Atenas los encontramos
en Chora.
Mykonos
vive para el turismo, del turismo, y lo saben cuidar. Sus tiendas están muy
bien presentadas y con ropa muy guapa. Nos recordaron a las italianas. No
faltan las joyerías ni las tiendas de recuerdos. Pero eso sí, todas bonitas.
Los restaurantes y bares son también muy acogedores.
No
se tarda mucho en recorrer el pueblo. Hay que tomárselo con tranquilidad y
saborearlo.
Callejeando
acabas sin darte cuenta en la zona que denominan la pequeña Venecia. Se trata
de un conjunto de casas construidas al borde del mar, de ahí le viene el
nombre. Todas tienen su correspondiente bar o restaurante con vistas al mar.
Entre las terrazas y el mar queda un estrecho pasillo en el que nos cruzamos
los turistas. Al llegar la tarde la gente se arremolina en esta zona para ver
la puesta de sol.
Un
poco más allá, en una ínfima loma, hay cinco molinos de viento. Verlos y
acordarse de don Quijote es todo uno.
Llegados
aquí perdí la cuenta del número de fotografías que hice. No me basta con la
cámara, uso también el teléfono.
Las
estrechas calles - ya saben, para evitar el excesivo calor - nos dan la
sorpresa, inicialmente, de albergar una, dos, tres pequeñas iglesias. En algunas
ocasiones pegadas unas a otras.
Según
cuentan por ahí, y quiero decir por internet, esas iglesias eran ofrendas de
los antiguos moradores de la isla, que dedicados a la piratería, ofrecían
levantar una iglesia si les sacaban del problema de turno. Dado el número de
ellas, más de 360 y la isla supera las mil, según leí por algún lado, muchos
piratas debió haber y en muchos líos se metieron. La más importante es la de
Panagia Paraportiani, que realmente son cinco iglesias unidas. Todas ellas
mirando al mar.
No
faltaron un montón de fotografías.
La
isla es pequeña, unos 90
kilómetros cuadrados, y se recorre fácilmente en coche.
No hay problemas de tráfico. El personal se lo toma con tranquilidad y
adelantan cuando pueden. No resulta estresante conducir.
Después
de la Chora el pueblo más importante es Ano Mera, donde se puede visitar el
Monasterio de Panagia Tourliani.
La
isla es bastante monótona. No hay vegetación ni cultivos, excepto alguna
chumbera o higuera. Eso sí, vimos dos vacas. Dos, ni una más ni una menos.
Las
playas no son espectaculares. Las más famosas, la Super Paradise o la Paradise
pues bueno. Como playa nos gustó más la de Kalafati. La Super Paradise tiene un
chiringuito bien montado en el que por las noches se desmadran. De la vida
nocturna no tengo ni idea.
Se
lee por todos los lados que Mykonos es la Ibiza del Egeo. Ni por el paisaje, incluyo las calas, ni por
la juerga - en Ibiza se ve a todas horas - ni por las infraestructuras – Ibiza
está sobrecargada – se parecen.
Otro
lugar común es el de paraíso sexual. Pues vale. El sexo, al igual que la
religión, cada uno, o cada dos, con el que le da la real gana.
Χώρα
es un pueblo precioso. Nos encontramos muy agustito. Por más que lo intenté, no
encontré a Petrus II.
Dejamos
la isla con la cámara y la retina inundada de imágenes. Los sentidos,
satisfechos, provocarán con el tiempo recuerdos agradables. Para eso viajamos.
Mykonos, la isla del pelícano by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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