Leo a Marta Sanz y nunca me había ocurrido lo
que me pasó con Los íntimos (Memorias del pan y las rosas), editado por
Anagrama. Soy de esos lectores que se sumergen en la lectura de tal manera que
me olvido del título e incluso de la autora, como es el caso, y sin embargo… Lo
diferente en esta ocasión es que Marta Sanz me leyó el libro. No se imaginen
que era un audiolibro, no lo era. Lo leí en papel, como me gusta hacerlo. Se lo
explico.
Escucho, a diario, el programa de Hoy por Hoy
de Àngels Barceló, no es peloteo, que tiene una sección que me gusta mucho, El
rincón y la esquina, en la que intervienen Marta Sanz y Manuel Delgado. Me
presta tanto que la voz de Marta, perdón por la confianza, la tengo metida en
mi cabeza, la de Delgado también, que igual se enfada. Es una voz, la de Marta,
dulce, aunque haga afirmaciones duras, por ser verdades no por hirientes. Como
contrapunto tiene a Manuel Delgado, impone más. Cuando se le calienta la boca,
a Manuel, entiéndase en el buen sentido, incluso cuando suelta algún tibio
taco, Marta lo suaviza de manera inmediata. Pero Manuel, le dice con su
cálida voz, de niña buena que no rompe un plato y Manuel se queda sedado. No sé
si es consciente de ello, pero Marta es su Ángel Cristo.
Igual se nota un montón que me gusta la
sección.
Ya lo hice, me salí por los cerros de Úbeda.
La lectura que Marta me hizo fue un extra a
esta novela social. No saben el empeño de Marta en que nos quede claro que se
trata de una novela social: «necesito insistir: este libro es un ejemplo de la
literatura social» (pág. 160). No seré yo quien le lleve la contraria, pero
olvídense de que se trate de una narración que retrate y critique las
estructuras y condiciones sociales de una época. Aunque de eso tiene. No
esconde su forma de ver la vida, que algunos podrían definir como ideología.
Ejemplo va: «Y en esa conciencia de las mercaderías culturales, recupero un
rasgo que quizá puede marcar a las escritoras que no provienen de una estirpe
literaria, sino de ese grumo entre clase obrera y clase media, extracción rural
y urbana, que por obra y gracia del desarrollismo cristalizó en las profesiones
liberales y nos hizo creernos que éramos
alguien hasta que quedó, socialmente demostrado, que los alguien eran los de
siempre» (pág. 48).
Ven, lo social está presente.
Haciendo gala de su propensión a decir sus
verdades Marta no tiene pudor en afirmar: «Ustedes no son lectores: son
clientes» (pág. 49). ¿Van a decirme que no hay una industria en torno al libro?
Les recuerdo que los escritores comen y pagan facturas.
Llegados a este punto, toca publicidad: ¡No
al pirateo, ahí están las bibliotecas públicas!
Se me olvidó decirles que Marta, reitero mis
perdones por la confianza, tira de ironía y de un humor que puede confundir. El
humor está capado en estos tiempos y las ironías no se entienden.
Le vuelve a salir la vena social, oigan que
no es que aparezca y desaparezca como el Guadiana, la tiene siempre y la
muestra cuando le da la gana. Vean: «Me hago empollona para adquirir unos
conocimientos que a otros le vienen por transfusión sanguínea» (pág. 49).
Ya me arrepiento de haber insinuado que no
era una obra social. Escuchen lo que dice Marta: «Se escribe para entender
quién se es en la realidad que nos toca vivir; se escribe para entender cómo es
esa realidad y con qué vínculo irrepetible nos conectamos a ella» (pág. 67).
Los íntimos va también del oficio de
escribir, de los anhelos que provoca, de las desilusiones y la perseverancia de
la autora. Con esto cuidadín ya que algún lector puede llegar a pensar que la
escritora es un poco, o un mucho, ególatra. Bueno, ¿y qué? ¿Quién es el guapo
guapa que no lo es? Pues eso.
Marta - ya no te pido perdón, tu lectura fue
un acto íntimo entre los dos y de ahí esta confianza – repasa las filias con
otras autoras autores y nos recuerda sus obras. No es rácana en elogios.
Siguiendo con ese afán de transparencia y verdá, sin falso pudor,
enumera sus premios, pero también sus patinazos.
Sale la Marta frívola y guasona cuando nos
describe sus vestuarios y lo monísima de la muerte que fue a tal o cual evento. Hace bien, ella lo
vale.
Reconozco que autores de los que habla no es
que no leyera nada, es que no sabía ni que existían. ¡Maldita sea! Cada vez
menos tiempo y más que leer. Otra confidencia, en más de una ocasión tuve que
tirar de diccionario por mí ignorancia. No me avergüenzo, bueno sí que lo hago.
Al leer o escribir hay que tener el diccionario de la RAE a mano. La versión
digital está muy bien.
Marta es una echada pa´lante, no se
corta en explicarnos como es el mundo, ¡qué digo! el universo: «El universo
está pensado para ser de derechas. Las personas de derechas no sufren
luxaciones. El mundo entero es su zona de confort» (pág. 161) Marta dixit.
Ya puesta a desnudarse literaria y
personalmente se define, además, como escritora política: «Isaac y yo firmamos
manifiestos, somos escritores políticos que, además de intentar practicar una
escritura política, colaboran con organizaciones sindicales, asociaciones,
partidos. Con gente buena y generosa que hace política» (pág. 262). Continúa el
destape: «Escribo Los íntimos desde una actitud vanidosa, pero también
desde el impulso de servir a una comunidad que quizá no es la mía» (pág. 266).
Marta, tras esa apariencia de mujer frágil,
esa tierna voz, esconde a una mujer fuerte, no se equivoquen. Suelta verdades,
las suyas, que gustarán o no, pero hace pensar: «Tal vez, como país, tengamos
que dejar de exculpar a la clase obrera que saca a pasear a perros asesinos que
desangran a nuestras perritas falderas, hace el saludo fascista, hiere con los
puños a los inmigrantes que vienen a chupar las ayudas sociales. España para
los españoles» (pág. 395) Ven, perfecto ejemplo de verdad e ironía que comparto.
Esta novela da para mucho más. Me gustó. No
se trata de un best seller ni una novela con una trama definida, es una
novela social, sí algún lector espera otra cosa se llevará un chasco.
He tenido mucha suerte, Marta me lo leyó con
su voz sedosa que no sedante. Gracias.
Comentario para Cadena Ser Occidente
7 enero 2025
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