Camina. Se va. Le despiden esos que al darse la vuelta le
olvidarán. No, no hizo amigos. No sabe hacerlos.
Su andar no es cansino y lo
parece. Su estatura queda atenuada por la sensación de fofo que transmite. No
está gordo y, sin embargo, parece blandurrio.
Resulta flácido, pastoso.
Cuando abre la boca asemeja al
joven Demóstenes. Él se introduce garbanzos crudos que al poco se come con
fruición.
Llegó, hace demasiado tiempo, sin
gloria y se marcha dejando un coprolito imborrable. Ahora sí, por fin, tendrá
algo que contar allí donde es un héroe: su casa. Entre los suyos navegará en
recuerdos cuasi psicotrópicos.
Su simpleza llega a conmover en
un principio, es más, engaña. Luego todo se reduce a su memez. No hay nada más.
Un enorme vacío invade su cabeza. Como un agujero negro, cualquier idea que se
le aproxima es fagocitada de manera inmediata. Su sesera solo acepta el fútbol
como ocupación.
La frente la tiene orlada por un
No Molesten que en las noches brilla como el letrero de un puticlub.
Aún recuerdo la cara de felicidad
que ponía cada vez que era capaz de entender algo. Las experiencias eran tan
gratificantes que se aproximaban al paroxismo sexual. Tras arduos, titánicos
esfuerzos, descubrió la magia de los ordenadores.
Ni un recién doctorado en el MIT
se siente tan contento.
El sillón le quedaba pequeño. No
era cuestión de tamaño, su ego no entraba en él. En ocasiones miraba al suelo
para comprobar si estaba mojado.
Siempre me asombró su capacidad
para relacionarse con extraños. No fallaba nunca, jamás. Saludo, cuatro o cinco
pasos atrás y se acabó. Previo al contacto manual metía dos dedos en la boca y
se sacaba los garbanzos. No había forma, siempre le quedaba alguno pegado en el
paladar. Maldita sea.
Llegó de la nada. No hizo nada. Y
se fue con los bolsos un poco más llenos.
Así da gusto.
Tras una siesta un poco pesada, me senté y de forma automática salió
esto. No soy consciente de pensar en nadie en concreto. Cualquiera que pueda
sentirse aludido se equivoca, no es por él. Además, alguien así no lo leerá.
Ya saben, cualquier parecido con la realidad, con persona alguna viva o
muerta, es producto de una curiosa casualidad. El texto es fruto de la
somnolencia provocado por una siesta mal dormida y peor despertada.
Llegó sin gloria, se fue sin pena by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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