Durante el día apenas se les ve. Algunos transitan la playa con algo de mercancía. No sé cómo no se achicharran. Nada de pantalón corto, largo y con camiseta. Dan sofocos. Saludan, sonríen, muestran y se van. Así una y otra vez, toda la mañana.
Son hombres jóvenes y negros. Ofrecen gafas, gorras o relojes. Es lo que toca en este horario. Los masajes son cosa de asiáticos, mujeres y hombres. Los vestidos y pareos corresponden a norteafricanos. Juguetes, chirimbolos y similares son ofrecidos por indios o pakistaníes. Según el origen cambia el género. Por hacer te hacen un tatuaje sin falta de levantarte de la toalla, pintado no cincelado. Para los de casa queda lo tradicional: bebidas frías, frutas o patatitas.
En el paseo marítimo están las mujeres de color, negro por supuesto, ofertando trenzas y malabarismos increíbles para el pelo. Eso es cosa de ellas. Cuando llega la hora de la comida sacan el bocadillo y ahí mismo lo despachan. Suelen ofrecer su trabajo en grupos de dos o tres, así es más llevadera la espera.
Un poco más allá, una oriental escribe tu nombre con motivos vegetales y animales. La delicadeza con la que realiza su trabajo concita la expectación de numeroso público.
Cuando la tarde va dando paso a la noche, el paseo se va llenando de manteros. Casi todos son subsaharianos. Copan el territorio con algún que otro infiltrado. La gama de productos es amplia y variada: sombreros o gafas, camisas, polos y camisetas, bolsos, relojes, pulseras y artilugios con luces. Todo a buen precio y con derecho a regateo. El que compra ya sabe lo se lleva.
De vez en cuando recogen sus pertenencias y se adentran en la playa. La policía está dando un paseo. Los transeúntes y potenciales clientes les avisan, ¡police! Todo está medido: los manteros se dan prisa y los policías ninguna. Eso sucede una vez o varias. Nunca se sabe.
No lo tienen fácil. Se han jugado la vida para llegar hasta aquí, pero aún y con esas, el 40 % de los españoles piensan que los emigrantes que no tengan trabajo deben abandonar el país. Eso sí, no se nos cae de la boca aquello de yo no soy racista pero… y ahí es cuando la jodemos.
El mercado de la playa by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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