Sabía que iba a suceder. No
avisó, yo no lo vi venir. Me dolió. Nada, no mostró ni un solo síntoma. Fue de
repente. Me quedé conmocionado. No supe como reaccionar. Por un momento no fui
consciente de lo que me supondría su pérdida.
Tras el desconcierto inicial un
estremecimiento recorrió mi cuerpo, estaba solo. ¡Solo! La angustia tornó a
sudor gélido primero y luego a calor asfixiante. Aire, me faltó el aire.
Ya sé que no soy el primero al
que le ha pasado, ni para desgracia de todos seré el último. La resignación no
sirve en este caso. No existe consuelo.
Las dudas me embargaron: ¿qué voy
a hacer? ¿lo superaré? ¿cuánto tiempo durará?
De pronto supe cual era mi
camino. No titubeé. Tenía esperanza. Todo se iba a arreglar. El sosiego de quien
tiene una certeza absoluta me tranquilizó.
Corrí hacia la tienda. Tuve que
esperar. No podía estar quieto. Quería que me atendiesen a mí de una vez. Las
manos me empezaron a sudar.
¡Por fin!
Mire es que me acaba de morir el
teléfono y quería comprar un Sususun. La dependienta me miro y comprendí que
ella entendía mi angustia. Un momento, por favor, voy a mirar si nos quedan.
No podía ser. Tenían que tenerlo.
El mundo se me vino encima. No podía tener tan mala suerte. ¡No tengo teléfono
móvil! ¡No podré sobrevivir sin él!
Me tranquilice. Lo estaba
buscando. Ahí sale.
Lo siento señor, no nos quedan.
Las piernas se me doblaron. Me
sujeté al mostrador. Las palabras no me salían. Pero…pero… Mi cara debió asustar a aquella
pobre mujer. Yo creí morirme y ella lo
pensó.
Llegó el salvavidas: llamaré a
otras oficinas y preguntaré si lo tienen. Mi heroína. Una luz. Una puñetera luz
que se fue apagando tras cada negativa. Nadie lo tenía. Nadie y cuando digo
nadie es nadie. Estaba agotado.
Todo eso solo podía significar el
principio de mayores desgracias.
Me apuntaron en una lista. Los
días han pasado. Sigo sin teléfono. La gente nota que me pasa algo. Me
preguntan si estoy bien. Les contesto afirmativamente. Luego les digo que mi
móvil se murió y ponen cara de comprenderme. Agachan la cabeza y la menean de
un lado a otro. Se hace un triste silencio. Les animo: estoy bien.
Cuando veo a alguien con uno lo
miro codicioso. No me pasa nada y, sin embargo, soy un azogue.
Un día sí y otro también llamo
preguntando si lo han recibido. Un día sí y otro también me contestan que no. Al otro lado de la línea intentan animarme. Suspiro, doy las gracias y digo hasta mañana.
Se puede sobrevivir sin móvil,
soy la prueba viviente. Mi tesoro, mi tesoro.
Ahora sé que puedo vivir sin él by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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