10 abr 2017

¿Estudios del malestar?


“Un gran número de estudiantes de filosofía de la Complutense, a quienes –ya lo hemos dicho- se amenazaba una y otra vez con el estigma de la inempleabilidad y la ausencia de futuro, vieron en el 15-M y en el movimiento político generado a partir de él, al que muchos de sus profesores les invitaron, la ocasión de llevar a cabo ese cambio hacia una sociedad en la cual los filósofos tuvieran sentido y encontrasen empleo (aunque fuese como activistas revolucionarios), y cuando se percataron de que esos profesores (y algunos de sus compañeros), que eran sus héroes, habían entrado en el Congreso de los Diputados y en las asambleas autonómicas, estuvieron seguros de que estaban protagonizando una victoria política histórica a favor de ese cambio, de que estaban realizando la filosofía en el mundo (aunque para ello los estudiantes y profesores de filosofía hubieran tenido que reclamar la ayuda de los de ciencias políticas) y asistiendo a la materialización del proyecto platónico del filósofo-gobernante”.

Al llegar aquí, a la penúltima página, entendí, creo, Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas de José Luis Pardo. Cuando compré el libro - recomendación de un querido amigo - me esperaba otra cosa. El título no siempre da una idea del contenido.

Lo confieso, me sobrepasó en muchas ocasiones. Subrayé y marqué un montón de páginas. Volví atrás una y otra vez. Cuando creía que lo había entendido en verdad estaba perdido. Leí, releí, volví a leer, me perdí, no me encontré.

No, la culpa no es del profesor Pardo, es mía. Sencillamente no llego, ni por aproximación, a su nivel explicativo. Es más, hasta su sentido del humor me desconcertó. Oigan, les prometo que me gusta el humor y sobre todo la ironía, pero no le pillé el tranquillo.

José Luis Pardo no tiene dudas. Es rotundo en sus afirmaciones. Lo tiene todo muy claro. ¡Qué suerte!

“Así pues, por una parte, el término comunismo, como casi todos los que designan ismos, es ante todo un término propagandístico, el arma de un combate verbal y, por tanto, una palabra en principio semánticamente vacía, sin contenido descriptivo, ideada para que sus partidarios llenen de sentido derramando en ella la felicidad y todas las cosas que juzgues bellas”.

De ahí en adelante la friega continúa: “Ningún intelectual podía ser declarado auténticamente tal sino era un intelectual comprometido. Comprometido con el comunismo, por supuesto…”.

Stalin es muy mencionado, al igual que Fidel Castro o Mao. Camus tampoco sale muy bien parado. No seré yo quien diga que no se merecen un repaso.

“Yves Montand, Simone Signoret, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre: consideraban que ellos tenían derecho a protestar porque el poder había infringido una norma universal de la moral, ellos tenían que dar testimonio de esa infracción, dejar constancia de ella ante el tribunal del mundo (es decir, de Le Monde)”.

Aquí puedo introducir una frase que el propio Pardo recoge de Max Weber: “…intentamos siempre usar la ética a nuestro favor para tener razón, porque no nos conformamos con arrollar a nuestros semejantes, sino que además queremos tener razón cuando lo hacemos”.

Lo dicho, José Luis Pardo no alberga dudas. Tal vez debería hacer caso a los que dice  Victoria Camps en Elogio de la duda.

No se corta: “De verdad creo que Foucault no tenía ni idea de qué cosa pudiera significar eso que él llama una política espiritual (aparte de una forma evidente de totalitarismo)”.

Todo su argumentario va encaminado hacia el mismo fin: desmontar todo pensamiento que este en la izquierda o que no le guste, al menos lo parece. Pues bueno, que argumente lo que le dé la gana, otra cosa es como lo hace, tanto en el fondo como en las formas.

Desde luego mi opinión no es muy acertada pues, como ya dije más arriba, el libro me superó y seguramente no fui capaz de comprenderlo en toda su plenitud. Pido disculpas por ello.

Tuve la sensación de que retuerce sus razonamientos para llegar a las conclusiones que desea, aunque bien pensado ¿será esa la finalidad del discurso filosófico? No, desde luego. Imposible.

“En esta manera de monopolizar todo discurso crítico y de reclamar para sí la exclusividad del pensamiento alternativo y, en definitiva, del bien y de la verdad (que es la expresión intelectual de aquello que en términos políticos configura el totalitarismo) residen todas las patologías de los ex militantes del comunismo…”.
Si él lo dice será verdad, aunque se lo aplica a otros. Ya se sabe, los demás nunca somos así.

Cambio de tercio.

 “La transición [española], ese proceso literalmente increíble que no solamente va de la dictadura a la democracia sino de la guerra (que, como hemos dicho, se había dilatado en forma de posguerra durante treinta y siete años) a la paz, terminó el día (de 1996) en el que el candidato de centro derecha fue nombrado por el parlamento presidente del Gobierno de España, a pesar de que luego se haya hablado retóricamente de una segunda e incluso una tercera transición”.

¿Increíble la Transición? Pues va a ser que no. Entre otras cosas, confluyeron los intereses de varios países de la UE, sin olvidar a EEUU, el miedo de los españoles a otra dictadura y que los herederos franquistas no anduvieron listos. No fue fruto ni de un milagro ni de las decisiones de Adolfo Suárez y ni mucho menos de las del rey Juan Carlos. Por otro lado, definir a Aznar como candidato de centro derecha no se ajusta a la realidad ni de coña. Y eso de la segunda transición fue un invento de la derecha para quitar relevancia a lo sucedido anteriormente e intentar colarse en la historia de la democracia de este país.

Por cierto, el profesor Pardo es muy reacio a citar por su nombre a los políticos españoles. Da vueltas para no mentarlos ¡pues él sabrá el motivo!

“También hemos dicho que, en el caso de la España actual, este proceso histórico de instauración de la paz mediante consenso político y social de 1977 tardó unos veinte años (hasta 1996) en convertirse en imagen mediático-espectacular, o sea en ficción poética”.

Está visto, hasta que no llegó Aznar al poder no concluyó la Transición. Aunque para ajustarse más a esa ficción poética tal vez tendría que haber llegado hasta el 2001. ¿Y porqué? Bien fácil, fue el año en que comenzó Cuéntame, la serie revisionista y ñoña del franquismo que luego prolongaron. Sí los más jóvenes, que al parecer son los que más la ven, se quedan con esa visión de nuestra historia más reciente estamos muy jodidos.

Filosofando llega José Luis Pardo a los momentos de la Guerra del Golfo: “…si no la primera brecha, sí la más palmaria, sin que tenga el menor interés para el que esto escribe echar cuentas de cuál de los dos que forcejeaban (uno hacia el derechismo y otro hacia el izquierdismo) tuvo más culpa en ello”. Se refiere a Aznar y Zapatero, que no los menciona.

Dice que no tiene el menor interés para él quien tuvo la culpa. Carajo, claro que la tiene. ¿Acaso no es importante aquella foto de Aznar con los pies sobre la mesa, haciendo de comparsa a Bush y Blair?
Nuevo cambio y desconcierto por mi parte. Pasa a Carl Schmitt, filósofo nazi.

“Y aunque esto sólo lo sé de oídas, parece que fue también Schmitt, teórico de la dictadura, quien aconsejó al general Franco solucionar mediante la monarquía el espinoso problema de su sucesión”.
Afirmación cuasi categórica aunque sea de oídas.

Para descolocarme un poco más se va al mundo del arte. Lo dicho, este libro me queda grande.

El profesor Pardo toma como ejemplo de su argumentación, en este apartado del arte, la obra de Duchamp la Fuente. La llega a relacionar con Schmitt o Jünger – perdido del todo –.  Da mucha relevancia a esta obra y la relaciona con el cambio de concepto en el arte contemporáneo.

Bueno, será así. No menciona que hay quienes dicen que la Fuente no fue obra de Duchamp si no de Elsa von Freytag-Loringhoven. Un pequeño detalle que no puede enturbiar la argumentación.

“¿Cómo es posible a la vez practicar sin recato el estalinismo en materia artística y condenarlo como política histórica?” Ven, acabamos en lo mismo.

Voy llegando al final y me entero de los errores de los comunistas, tres. Bueno, pues no son tantos. Yo creía que eran bastantes más.

Y llego al final, ahora sí.

“También sería falso decir que, en España, antes del 15-M no había nada. Había habido treinta y cuatro años de una democracia bastante sólida, levantada sobre las ruinas de una penosa y larga dictadura. Pero el movimiento político surgido de aquellas acampadas de 2011 –y que enseguida pareció más auténtico que todos los demás partidos, como si de hecho fuera más que un partido- hizo que toda la cultura española procedente de la transición y del consenso de 1978 envejeciera vertiginosamente, como les sucedía a quienes abandonaban la mítica Shangri-La en Horizontes perdidos, de Frank Capra”.

Oigan, que el libro es interesante, aunque no me resultó fácil de leer. A José Luis Pardo lo conocía por sus artículos periodísticos y no comparto con él opiniones, pero eso no significa que no lo lea. Creo que dio demasiadas vueltas y fue muy rebuscado para justificar sus opiniones filosóficas.

En este caso mi opinión tiene muy poca relevancia. Personas como Salvador Clotas, Román Gubern, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Vicente Verdú y Jorge Herralde le concedieron el Premio Anagrama de Ensayo 2016. No hay más que decir.

Acérquense a una biblioteca pública, o en su defecto una librería, y léanlo.

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