Dije, en algún momento, que sería
bueno que nos planteásemos cambiar. No me engañé, lo hice expresando un deseo
que sabía que no se cumpliría. Ni se hizo realidad ni va camino de ello.
Seguimos con la COVID-19 haciendo
estragos. Las cifras de contagiados y de muertos
se camuflan, se retuercen, ¿para
qué? Para cabrearnos aún más. En un primer momento, dado el desconcierto
general, era normal que las cifras bailasen pero ese tiempo ya pasó. Ni el
gobierno central ni los autonómicos están cumpliendo con su deber. No me consuela
lo que hace el gobierno de Trump o de Bolsonaro.
La descoordinación entre el
gobierno central y los autonómicos complica la búsqueda de soluciones comunes a
un problema generalizado. Las decisiones que están tomando se muestran
inoperantes y tienen por objetivo intentar quedar bien a costa de dejar mal al
otro. No tienen sentido del bien común. Su patriotismo se reduce a la visión
que tienen de su ombligo.
La vuelta al colegio está siendo
la demostración palpable de que ningún gobierno está actuando con diligencia y
previsión. Tuvieron junio, julio y agosto, tres meses cuando menos, para
preparar el regreso de los niños a las aulas y fueron incapaces. Han demostrado
ser unos ineptos y no estar cualificados para gestionar los intereses públicos.
Las comunidades se aferran a sus
competencias para lo que consideran que hacen bien, para lo malo ahí está el
gobierno central. Tras el levantamiento del estado de alarma Sánchez y su
gobierno están pasando factura a las autonomías. Es el cuento de la buena pipa.
No hago distingos entre unos y
otros. Bueno, una sí, ya que supera con mucho al resto. Me refiero a mí apreciada Isabel Díaz Ayuso. Lo de esa
mujer es alucinante por incompetente.
Ahora se quieren lavar la cara,
todos, haciendo pruebas PCR al mayor número posible de ciudadanos, pruebas que
sólo sirven hasta que te dan los resultados, al día siguiente tendrían que
hacer otra y así sine die.
Ni en esta situación de
emergencia nacional son capaces de ponerse de acuerdo en cuestiones básicas
para que al menos las disputas políticas rebajen su tono y podamos salir del
pozo en el que nos encontramos. No vale lo que hace el PP. Esa gente es
especialista en crear un relato paralelo que nada tiene que ver con la realidad.
Sólo tenemos que ver lo que pasa en el Consejo General del Poder Judicial, son
incapaces de ponerse de acuerdo, un año más, en su renovación. ¿De qué
patriotismo hablan? Por cierto, esos jueces podrían dimitir y se acabaría el
problema.
Necesitamos unos presupuestos y
va a costar lo indecible que los saquen adelante. Con el PP no se puede contar,
nada nuevo, y con los demás el precio va a ser morrocotudo. El PSOE va a tragar
con carros y carretas. ¿Patriotas? Y un jamón.
País, servicio público, solidaridad,
colaboración interregional, equidad… Les suena a chino.
La crisis económica sobrevenida nos
está haciendo muchísimo daño. La endeblez del sistema productivo y la
dependencia del turismo nos está destrozando. ¡Madre mía! la que le montaron al
ministro Alberto Garzón por decir que el turismo es precario y estacional y con
bajo valor añadido. ¡Pues claro que lo es! Para el resto de Europa somos un
enorme parque temático de playa, borrachera y diversión.
El Gobierno, los gobiernos,
tendrían que estar realizando todos los esfuerzos necesarios para qué las
empresas españolas repatríen su producción. ¿Dónde están esos empresarios
patriotas? Ah, la disculpa es la globalización. Eso de pagar salarios de
miseria y pocos impuestos no tiene nada que ver.
Tras un confinamiento casi total
vino una desescalada apresurada, improvisada y plagada de egoísmos. El
resultado es que seguimos con unas tasas de contagio brutales y los muertos se siguen contando por decenas.
Mientras eso pasa, el sector turístico y hostelero se lamenta de sus pérdidas.
Lo comprendo. Sí los hoteles y los bares están a rebosar la cosa va bien.
Algo estamos haciendo fatal.
Playas, discotecas, terrazas, bodas, funerales… son una bomba de contagio. No
somos tan responsables como dicen los políticos en ese afán de quedar bien a
toda costa.
Por si fuera poco, muchas
personas llevan mascarillas de tela o similar que en absoluto protegen del
contagio. Ir, por ejemplo, en el metro de Madrid con esas mascarillas es estar
vendido. Desde instancias políticas se aplaudió su confección en las casas y
ahora te las venden hasta en los mercadillos. ¡Las mascarillas de tela no protegen!
Tal vez su uso explique bastantes contagios.
Se han empeñado en decir, en
ocasiones varias, que somos un ejemplo y el tiempo demuestra que lo somos pero
para mejorarlo. Se dijo con el confinamiento, cómo sí tuviésemos otra
alternativa; se dijo con la desescalada y ya vemos los resultados. Por decir se
dijo hasta de la Transición y mientras más nos alejamos de aquel período más boquetes
se abren. ¡Joder, sí todavía hay quienes hablan de glorias imperiales! o mucho
peor, hay carpetovetónicos que añoran aquellos cuarenta años de paz y los ponen como modelo de vida.
Los negacionistas siguen en sus
trece al igual que la pandemia. Los políticos continúan a lo suyo que no es lo
nuestro y hay ciudadanos, demasiados, que siguen viviendo cómo les sale de los
cojones.
Ya llegará el invierno…
Pandemia, políticos y ciudadanos by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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