Una isla de ubicación desconocida
y aislada del resto del mundo en la que van desapareciendo los objetos de la
vida cotidiana, los animales, las plantas, absolutamente todo, es el marco en
el que se desarrolla La policía de la
memoria de Yoko Ogawa, traducida del japonés por Juan Francisco González
Sánchez. La novela fue publicada en Japón en 1994 y hasta ahora no había
llegado a España.
No sólo desaparece lo animado o
inanimado, también desaparecen los recuerdos que los habitantes de la isla
tenían de ellos así como las sensaciones o los sentimientos que les
transmitían. En el caso de que a alguien le quedara algún recuerdo ahí entra en
acción La policía de la memoria que
sencillamente hace desaparecer a esa persona.
En esta situación veremos como se
desarrolla la vida de una joven novelista, un viejo y el señor R., editor de la
escritora y que acabará refugiándose en su casa. El señor R. es el único que
conserva la memoria e iremos viendo sus esfuerzos para que sus amigos no caigan
en el olvido.
Los personajes se identifican por
la labor que realizan u otras descripciones, no por sus nombres. El borrado de
la identidad es casi absoluta.
No sabemos, ni lo sabremos al
final de la novela, cual es el motivo de las desapariciones. Tampoco llegaremos
a saber de donde sale esa policía ni quien la manda. ¿Se trata de un fenómeno
mundial o sólo afecta a la isla? No obtendremos la respuesta. Estas y otras
incógnitas quedarán sin resolver.
Las obras distópicas se pusieron
de moda hace unos años y aquí siguen, en este caso aunque la podamos englobar
entre ellas se adelantó en el tiempo.
Fue inevitable y me acordé, cómo
no, de Fahrenheit 451 de Ray
Bradbury, salvando las distancias. Y cómo no, evoqué a la Policía del
Pensamiento en 1984 de Orwell. Al
igual que me vino a la memoria la imagen cinematográfica de los SS nazis ante
la descripción de esa policía de la memoria.
Las desapariciones se van
sucediendo ante la aceptación y adaptación a esas pérdidas de la población. No
hay críticas, nadie se rebela, a lo más que llegan, quienes mantienen la
memoria, es a esconderse. Incluso cuando empiezan a perder… no puedo seguir.
Tendrán que leer el libro para enterarse de todo lo que pasa.
La policía de la memoria es más que una novela sobre la perdida de
lo que nos rodea y el olvido. Es una fábula sobre la resignación de las
personas y la falta de espíritu de lucha para conservar la identidad.
No es nada nuevo. Todos los
regímenes dictatoriales han intentado anular la capacidad crítica de la sociedad.
Unos ciudadanos dóciles son más fáciles de manejar. En el caso de La
policía de la memoria no se andan
con chiquitas y en vez de ir anulando uno a uno a los individuos borran lo que
tienen en común y con ello su memoria, que es lo mismo que su identidad. Como
dijo el señor R. «La memoria es un reducto de libertad personal» (pág. 327).
En la actualidad no se anula a
las personas sino que intentan modificar nuestros pensamientos mediante la
manipulación de la información, los bulos, la exaltación del individuo, las
viejas recetas del patriotismo exacerbado y el fanatismo religioso. Estamos
viendo como incluso aquello que creíamos inamovible en las democracias está
desapareciendo ante la mirada de una sociedad apática y desencantada. No hace
falta una policía que nos controle, nosotros mismo con nuestro acriticismo nos
sobramos. Y por si esto fuera poco, están saliendo a la luz y ocupando cada día
más espacio público los intransigentes, los fanáticos y totalitarios.
En fin, la lectura siempre nos
ofrece una libertad que hoy por hoy nadie puede limitar. Leamos y seamos
libres.
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