7 abr 2021

Cuando no nos queda ni la memoria

 
  
  Una isla de ubicación desconocida y aislada del resto del mundo en la que van desapareciendo los objetos de la vida cotidiana, los animales, las plantas, absolutamente todo, es el marco en el que se desarrolla La policía de la memoria de Yoko Ogawa, traducida del japonés por Juan Francisco González Sánchez. La novela fue publicada en Japón en 1994 y hasta ahora no había llegado a España.
  No sólo desaparece lo animado o inanimado, también desaparecen los recuerdos que los habitantes de la isla tenían de ellos así como las sensaciones o los sentimientos que les transmitían. En el caso de que a alguien le quedara algún recuerdo ahí entra en acción La policía de la memoria que sencillamente hace desaparecer a esa persona.
  En esta situación veremos como se desarrolla la vida de una joven novelista, un viejo y el señor R., editor de la escritora y que acabará refugiándose en su casa. El señor R. es el único que conserva la memoria e iremos viendo sus esfuerzos para que sus amigos no caigan en el olvido.
  Los personajes se identifican por la labor que realizan u otras descripciones, no por sus nombres. El borrado de la identidad es casi absoluta.
  No sabemos, ni lo sabremos al final de la novela, cual es el motivo de las desapariciones. Tampoco llegaremos a saber de donde sale esa policía ni quien la manda. ¿Se trata de un fenómeno mundial o sólo afecta a la isla? No obtendremos la respuesta. Estas y otras incógnitas quedarán sin resolver.
  Las obras distópicas se pusieron de moda hace unos años y aquí siguen, en este caso aunque la podamos englobar entre ellas se adelantó en el tiempo.
  Fue inevitable y me acordé, cómo no, de Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, salvando las distancias. Y cómo no, evoqué a la Policía del Pensamiento en 1984 de Orwell. Al igual que me vino a la memoria la imagen cinematográfica de los SS nazis ante la descripción de esa policía de la memoria.
  Las desapariciones se van sucediendo ante la aceptación y adaptación a esas pérdidas de la población. No hay críticas, nadie se rebela, a lo más que llegan, quienes mantienen la memoria, es a esconderse. Incluso cuando empiezan a perder… no puedo seguir. Tendrán que leer el libro para enterarse de todo lo que pasa.
  La policía de la memoria es más que una novela sobre la perdida de lo que nos rodea y el olvido. Es una fábula sobre la resignación de las personas y la falta de espíritu de lucha para conservar la identidad.
  No es nada nuevo. Todos los regímenes dictatoriales han intentado anular la capacidad crítica de la sociedad. Unos ciudadanos dóciles son más fáciles de manejar. En el caso de  La policía de la memoria  no se andan con chiquitas y en vez de ir anulando uno a uno a los individuos borran lo que tienen en común y con ello su memoria, que es lo mismo que su identidad. Como dijo el señor R. «La memoria es un reducto de libertad personal» (pág. 327).
  En la actualidad no se anula a las personas sino que intentan modificar nuestros pensamientos mediante la manipulación de la información, los bulos, la exaltación del individuo, las viejas recetas del patriotismo exacerbado y el fanatismo religioso. Estamos viendo como incluso aquello que creíamos inamovible en las democracias está desapareciendo ante la mirada de una sociedad apática y desencantada. No hace falta una policía que nos controle, nosotros mismo con nuestro acriticismo nos sobramos. Y por si esto fuera poco, están saliendo a la luz y ocupando cada día más espacio público los intransigentes, los fanáticos y totalitarios.
  En fin, la lectura siempre nos ofrece una libertad que hoy por hoy nadie puede limitar. Leamos y seamos libres.

 

 






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