Libros
sobre la Asturias reciente hay pocos. Es un terreno en el que no quiere meterse
mucha gente. ¿Por qué será? Este no es
el caso de Xuan Cándano, autor de No hay país. Crónica política (y
sentimental) de Asturias (1975-2022), con prólogo de Ángeles Caso.
Cándano
es un periodista con amplia experiencia y una trayectoria marcada por el
inconformismo y la crítica, cosa que se agradece. Es un asturianista
convencido, pero no puedo decir si es un nacionalista al uso o no. Tampoco me
importa.
El
autor realiza, en sus 408 páginas, un recorrido por los acontecimientos
políticos más relevantes desde 1975 hasta 2022. Pero no es solo una crónica
política, el ensayo se anima con cotilleos y anécdotas que a la par de
simpáticas dan luz a algunas situaciones y acontecimientos.
No
se trata de un libro de Historia, aunque lo que cuenta está basado en libros,
noticias y en la propia memoria del autor, que algunas ocasiones vivió los
acontecimientos que narra. Los que tenemos unos cuantos años encima, y seguimos
la política y las noticias, recordamos lo narrado, para los más jóvenes puede
ser una fuente de información iniciática.
Cualquiera
que lea el libro, se lo recomiendo, apreciará que la opinión del autor es clara
y deja constancia de ella. Al no tratarse de un libro de Historia resulta más
fácil confrontar con el autor mientras se lee. Les confieso que realice muchos
subrayados y comentarios al margen y creo que eso es bueno.
Xuan
Cándano afirma que «Asturias tiene un problema cultural, no económico» (pág.
372). Esa afirmación se entiende desde una óptica nacionalista que pone el foco
de todos sus problemas en la identidad y en la falta de «libertad» para
expresarla de forma independiente. Es una cuestión de fe, seamos nacionalistas
y todo lo demás nos vendrá dado. Pues va a ser que no.
Cataluña
o País Vasco no están más desarrollados por tener un carácter más
independentista que Asturias. Esa afirmación es falaz. Lo económico es lo
relevante y se utiliza la identidad cultural para remarcar diferencias con el
resto y justificar, que no lo logran, mayor aportación económica del gobierno
central de turno. En este sentido, no debemos olvidar que los nacionalistas
vascos del PNV y catalanes, pujolistas y herederos, son partidos de derechas y
ya sabemos que a esa gente les preocupa, fundamentalmente, el dinero. No es
necesario explicar los apoyos de Pujol a los gobiernos centrales, al igual que
los del PNV con el terrible añadido de ETA.
En
varias ocasiones Cándano contrapone el ejemplo de Galicia y Asturias. El
primero está más desarrollado, según el autor, debido a su marcada identidad
cultural. Es otra interpretación que tampoco comparto. El PP es heredero del
franquismo. Aquella AP (Alianza Popular) fundada por los «siete magníficos»,
entre los que se encontraba Manuel Fraga, creyó que iba a hacerse con el poder,
tras varios fracasos su máximo dirigente, Fraga, se recluyó en sus cuarteles de
invierno, Galicia, recluido allí se hizo fuerte y los gobiernos socialistas con
tal de mantenerle en aquel feudo le hizo todo tipo de concesiones económicas.
Tal vez esto explique mejor lo sucedido que no eso de la identidad cultural.
Por
esa senda discurre el discurso de Xuan Cándano. Así cuando algunos de los
personajes son más proclives a esa idea identitaria son tratados con cierta benevolencia.
Me atrevo a afirmar esto por lo que dice de Francisco Álvarez Cascos: «Con
Emilio Marcos y el equipo que montó en Cultura, Cascos demostró que su
jovellanismo no era un recurso ornamental y retórico. Representaban al
asturianismo ilustrado, el continuismo de una tradición cultural, liberal y
progresista que se remonta al siglo XVIII...» (pág. 325). En absoluto estoy de
acuerdo. Cascos fue capaz de eso, y lo que fuera necesario, con el fin de
volver a tocar poder. Cuando Cándano escribía esto ya eran públicas las
«andanzas» de este personaje.
En
el terreno identitario parecen no ponerse de acuerdo algunos de sus defensores.
Por ejemplo Adrián Barbón, reciclado a un cierto nacionalismo, da importancia a
Covadonga como símbolo de identidad.
La
«batalla» de Covadonga es moneda de cambio según los intereses de cada
cual. El último en sumarse a opinar
sobre ella es el escritor José Ángel Mañas quien afirmó que «Me ofende mucho cuando la gente habla de ‘escaramuza’
para referirse a la Batalla de Covadonga; claro que existió y tuvo una
trascendencia absoluta, hasta el punto de que cambió la Historia y abrió un
nuevo proceso» Mañas escribió un libro titulado Pelayo y tiene
que vender el personaje con un marcado carácter épico, que vende más.
Por
su parte Cándano dice: «O sea, Cuadonga, donde debió de haber una escaramuza, y
Pelayo, que pudo ser un líder indígena, no fueron el origen de la España
imperial, una, grande y libre del franquismo...» (pág. 186).
Estas
cosas pasan cuando se quiere manipular la Historia y no leen a historiadores
serios.
Dejando
de lado estos aspectos «identitarios» el libro recoge los desastres políticos
como el «Petromocho», la bronca política en el PP entre Sergio Marqués y
Francisco Álvarez Cascos, el despilfarro de Gabino de Lorenzo o el grandonismo
de Areces, sin olvidarse de la corrupción de José Ángel Fernández Villa, José
Luis Iglesias Riopedre, por citar algunos.
Otra
cuestión que no se deja pasar en No
hay país es la privatización de nuestra Caja de Ahorros de Asturias, ejemplo
del desmantelamiento económico que hemos sufrido. Años antes, en época de
Aznar, se regaló la antigua ENSIDESA, hoy Arcelor; HUNOSA todos sabemos como
terminó.
En
Asturias se desmanteló el tejido industrial en manos del INI (Instituto
Nacional de Industria) y económico, recordemos también al Banco Herrero, a
cambio de nada, bueno, eso si excluimos las prejubilaciones mineras. Faltaba el
desmantelamiento del suroccidente asturiano y ya lo han conseguido.
En
el capítulo titulado Un epílogo nada wagneriano Cándano realiza una
reflexión final en la que realiza afirmaciones que comparto. Así por ejemplo
dice: «...el socialismo asturiano de la democracia mantuvo las rentas y fue
efectivo en la distribución de la riqueza, con un proteccionismo obrero que le
dio grandes réditos electorales. Pero falló en la creación de riqueza. Asturias
perdió muchos años en una resistencia numantina bajo el ala del Estado de ese
viejo modelo del carbón y el acero, desaparecido mucho antes en los países más
avanzados de Europa» (pág. 365). Yo añadiría que en esos países más avanzados
crearon alternativas al carbón y en Asturias, en España, no. Los fondos mineros
se fueron en carreteras, obras de todo tipo y grandonadas, no en la búsqueda de
alternativas al carbón.
No
resiste la tentación y casi al final del libro insiste en la que él cree que es
la solución: «Y como falta un proyecto de país, entendido el término como lo
usaba Jovellanos para referirse a Asturias, lo que prima es el devastador
localismo, del que la rivalidad Uviéu-Xixón es exhibición lastimera.» (pág.
372).
Yo
dejaría a Jovino en la Historia y no sé de que nos iba a servir esgrimir esa
identidad asturiana ante la gallega, vasca, catalana o el resto de comunidades.
Mis
discrepancias con parte de su argumentario son exclusivamente mías. Ustedes
para tener las suyas tendrán que leer el libro. Se lo recomiendo. Es
interesante, bien documentado y contribuye a entender la realidad asturiana de
hoy.
Lo
dicho, lean No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022).
Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.
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